Desentilichando la casa, la mente, y el corazón
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Anoche volvía a casa. Un rato antes había tenido la sensación de estar muy separada del lugar donde me encontraba y de las personas que se encontraban allí. Recordé texto de Wit (será mi vida por unos meses o tal vez más). “Salí. Caminé por allí. Había estudiantes en el campus. Hablaban de nada. Se reían”. Reconozco íntimamente la sensación de mi personaje en ese momento. Aquí estoy, pero ¿para qué? ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegué aquí? Confieso que tenía ganas de volver a mi casa. No lo hice. Normalmente puedo brincarme “las insuperables barreras entre una cosa y otra” y participar en actividades, especialmente si ya me comprometí.
Anoche volvía a casa y me di cuenta de que todo me es, extraño y lejano. Reflexionando sobre el mecanismo de la proyección, eso significa que debo mirar lo extraña y lejana en mí en este momento. Y sí. No sé si necesito reacomodar muebles o reacomodarme a mí. Necesito podar árboles, recortar las plantas del jardín, vaciar gabinetes y clósets. Desentilichar la casa, y mi mente y mi corazón.
Ahora que me acuerdo, esto me pasa cada fin de año. Un poema mío lo dice.
Hoy un fuerte viento
me avisó
que lo que me toca
es vaciar y vaciarme
hasta de provisiones
depurar aquello que
suponiéndose mío
ha sido determinado
por otros.
Todo en la balanza
miro que pocas cosas
se acomodan
a mi contorno.
Vaciarme de lo que
no soy yo
de padres y amantes
galletas y sal
con el riesgo enorme
y la ilusión quizá
de quedarme por fin
en solitud
para construir
mi propio hogar.