Diestro y sabio
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Fermín Espinosa, Armillita. Tuve el privilegio de conocerlo y de tratarlo. En los últimos años de su vida de sus labios muchas bellas historias del toreo. Desde la época de mi niñez lo admiré, porque mi padre era armillista y lo vi sostener encendidas polémicas con amigos suyos que por venir de Monterrey eran, naturalmente, partidarios acérrimos de Lorenzo Garza. Pasión sin límite ponían ambos bandos en la defensa de sus diestros, pero los más apasionados eran los de Fermín.
-Si yo no tengo nada contra Armilla -solía decir Lorenzo Garza-. Los que me revientan son los armillistas.
Una vez vino a Saltillo “La Diosa Rubia del Toreo”, esa mujer bella de cuerpo y de alma que fue Conchita Cintrón. Ella me platicó una anécdota que define lo que Armillita era.
Me contó Conchita Cintrón que toreando una corrida junto con Fermín, en un lance el toro le arrebató el capote. Oportuno y caballeroso, Armillita dejó su burladero y le dio el suyo. Pero era demasiado grande para ella, de modo que Conchita empezó a tener problemas para acomodarse el capote, y aún tropezó con él al salirle al toro. Confusa, no hallaba bien qué hacer, cuando una estentórea voz salió de los tendidos:
-¡No te apures, Conchita! ¡Ese capote torea solo!
Así reconocían los aficionados la sabiduría del Maestro de Saltillo, de Armillita, que prendido en la magia de su capote y su muleta llevó por todos los ruedos del mundo el nombre de nuestra ciudad.
Fue bueno por eso que a una calle de nuestra ciudad se la pusiera el nombre de aquella enorme figura de la torería. El homenaje se completó con una magnífica estatua que lo representa en el momento de hacer la suerte que inventó, a la que llamó “la saltillera” Existe otra estatua, igualmente hermosa, obra del famoso escultor taurino Humberto Peraza, en la Plaza México, que muestra al gran diestro saltillense como era, gallardo y señorón ante los toros.
Conservo el titular de primera plana de un periódico español que en Madrid dio la noticia de la muerte de Armillita: Dice así: “Murió el torero más inteligente del mundo”. Inteligente y sabio era, en efecto, Armilla. Una sola cornada sufrió en toda su larga vida de torero. Fue, si no recuerdo mal, en San Luis Potosí. Al recordar esa cornada solía comentar don Fermín. “Y no tuvo la culpa el toro. La culpa la tuve yo”.