Discursos inconscientes y absurdos
Quienes consiguen un puesto importante −no es exclusivo del servicio público, pero sí es más notorio− pareciera que creen, se imaginan o piensan que pueden hablar de cualquier tema por más escabroso que éste sea o por más lejano que esté de sus áreas de oportunidad, quedando exhibidos, descubiertos y evidenciados sobre sus lamentables niveles de ignorancia. Eso es común.
Y es que el vehículo de comunicación de un gobernante y de un líder en general es el discurso. Mismo que le condena o le hace quedar medianamente bien, nunca completamente, porque a fuerza de saber de ellos, de forma cotidiana durante un
buen tiempo, caerán en dislates que inminentemente los pondrán en zona de bullying o simplemente
evidenciando sus carencias en materia de comunicación. Perdón, de ignorancia.
Habrá que decir que todos somos ignorantes en algo, por eso se habla de la ignorancia vencible, la que por tu expertiz, especialidad u oficio estás invitado a dominar o vencer, y la invencible, la que por hacer lo que haces, no tienes por qué saber, por ejemplo, un político no tiene por qué saber de enfermedades o un médico no tiene por qué saber de robótica o nanotecnología.
El problema es que muchos no saben que no saben. Otros, de plano, no quieren saber. A otros les gusta hacerse los simpáticos. Hay quienes se engolosinan. Y, por supuesto, hay quienes son alentados por sus aplaudidores incondicionales.
La impronta del político, del que manda, sigue estando enmarcada en el diálogo que se le adjudica a Porfirio Díaz y a su secretario ¿Qué horas son, licenciado? Las que usted diga, señor presidente.
En cualquier nivel, el tlatoani es el tlatoani. Se habla de todo, aunque se ignore sobre el tema, el asunto es opinar. Nombres, nos sobran. Hace falta que alguien les diga, si no sabes, no opines. Los puestos importantes no traen como parte del paquete, el arte del bien decir. Un día sí y otro también vemos en el escenario de lo público lo que ordinariamente ocurre en el juego del maratón cuando alguien no sabe responder la pregunta, es decir, avanza la ignorancia.
Imagínese la siguiente declaración realizada por Layda Sansores, gobernadora de Campeche, el pasado 11 de noviembre: “Estaba yo viendo, aquí todavía traen el tapabocas. El tapabocas ya es opcional. Si quieres te lo pones, si no, no. Así que, si aquí se lo quieren quitar, quítenselo. Ya estamos en verde (...) Yo ya quitaría también la sana distancia. Lo voy a consultar. Hay unos que se cuidan mucho, yo por eso me lo pongo así, como de simulación. Dicen que esos (cubrebocas) que son del 65, que son dizque los mejores, sólo te duran ocho horas y ya los debes tirar. Y a ver quién lo tira porque cuestan rete caros, o de lavarlos. A ver quién los lava porque no saben ni lavar sus calzones”. ¿Qué opinión le merece?
¿Irresponsabilidad, ligereza, inconsciencia, irracionalidad, banalidad, indolencia? Usted puede agregar lo que considera, pero este tipo de afirmaciones, como dijera Teresa, la Grande, por un lado, denotan lo que hay en el corazón de la interfecta en cuestión, “porque del corazón habla la boca; y por el otro, la falta de conexión entre el cerebro, la boca y la realidad.
Sansores desde 1996 ocupando puestos públicos. Un poco antes fue periodista. De profesión normalista, licenciada y maestra en psicología. Una cosa es clara, como ocurre con muchos que se sienten el “chile de todos los moles”, la formación no es garantía de un discurso lógico, coherente, racional, prudencial y respetuoso.
Lo que la gobernadora comentó en esta alocución es simple y llanamente lo que muchos políticos y líderes piensan. Es una analogía que se repite en muchos que tienen el poder y el micrófono listo para proferir cualquier cantidad de disparates.
¿Sabrán estos políticos y líderes sociales y empresariales que en China y Europa hay una nueva ola que comienza a cobrar vidas a gran escala como para hablar tan primaveralmente?
En ese sentido, ¿serán conscientes quienes en virtud del buen fin y de la necesidad de fortalecer los bolsillos de los comerciantes en sus múltiples formas, entender que no era el momento de presionar para que por estos días se declarara a casi todo el País en semáforo verde?
¿Será más importante el negocio que la misma vida de miles de mexicanos, que imprudencialmente se sigue poniendo en riesgo? En el norte se abren las fronteras, en la mayoría de los estados los lugares públicos se ponen al 90 por ciento del aforo permitido, muchos van dejando a un lado el cubrebocas, vimos cómo en el Gran Premio de México y en otros eventos menospreciar la sana distancia. No se requiere ser pitoniso para visualizar lo que se nos viene encima para finales de diciembre o principios de enero del año próximo.
Layda Sansores es la voz pública de los inconscientes, de los irresponsables, de los irracionales que se repiten no sólo en lo político, sino también en otros campos de la vida, donde el otro no tiene la menor importancia o donde simplemente el afán por lo propio está por encima de lo que es de todos. Así las cosas.
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