DON CRUZ
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Él era un hombre de pocas palabras. Entablar una conversación con él era tarea ardua, pues siempre se limitaba a contestar con monosílabos, sin embargo, no hacía falta que hablara para darme cuenta que era un buen hombre. Las arrugas de su rostro revelaban una sabiduría que sólo los años pueden dar; sus manos eran las de un hombre que había trabajado durante toda su vida y su figura cansada contrastaba con la vida que se notaba en su mirada.
Muy poco se sabía de él. Sus compañeros de trabajo le decían don Cruz, pero no sabían siquiera sus apellidos o si en realidad así se llamaba. Don Cruz jamás se casó, pero esto no quiere decir que era un hombre sin obligaciones. Él era muy trabajador. Todos los días se levantaba a las seis de la mañana y su hermana ya le tenía listo el lonche para que se fuera a trabajar. Cuando llegaba a la obra una pala lo estaba esperando. Era hora de hacer la mezcla y de comenzar a levantar una de las paredes de la casa.
Todo lo hacía con cuidado. Colocaba los ladrillos con una exactitud milimétrica. Daba al piso un nivel perfecto y constantemente corregía al arquitecto respecto a la colocación de los muros, de las ventanas, hasta de las clavijas de la luz. Don Cruz hacía cada casa como si se tratara de la suya, sin embargo, el destino quería que él viviera en un solo cuarto donde había una cama, un radio, una estufa, una mesita, una televisión y una pequeña lavadora.
A pesar de ser tan callado, don Cruz era muy querido por sus compañeros. A la hora de comer siempre compartía con los demás lo que llevaba, teniendo que sacrificar a veces por una galleta con ensalada de atún a sus exquisitos y famosos tacos de frijoles con chile.
Don Cruz era el más viejo de los albañiles, y a pesar de esto, había veces que parecía el más joven. Su fuerte carácter lo obligaba a trabajar sin descanso, teniendo que soportar por muchos años el fuerte sol del verano y las heladas temperaturas de invierno.
Don Cruz tenía un espíritu inquebrantable. A pesar de que su hermana le decía que mejor ya no trabajara como albañil, pues a sus años podía torcerse o incluso quebrarse un hueso. Pero don Cruz no le hacía caso, pues vivía al día y no tenía nada que le asegurara su futuro.
Un día, mientras don Cruz se encontraba revolviendo la mezcla de cemento, un fuerte dolor en el pecho lo hizo desvanecerse. Un compañero que estaba cerca, inmediatamente se acercó a ver qué le había ocurrido y él le dijo que de repente se mareó mucho. Los demás albañiles, al ver que don Cruz perdía su color, lo llevaron inmediatamente a la clínica del Seguro Social. Al llegar a urgencias, una señorita les dijo que ni bajaran al enfermo, pues en esos momentos no había quién lo atendiera. “Mejor llévenselo al Universitario. El señor se ve muy mal y de aquí a que alguien lo cheque se nos puede morir”. Ni siquiera pudo ser trasladado en una ambulancia para recibir atención de un paramédico. En ese momento no había ninguna, así como tampoco había doctores disponibles.
Los albañiles nuevamente subieron a don Cruz a la camioneta. Cada vez se veía peor, sin embargo todavía podía hablar. El chofer estaba nervioso y a la vez encolerizado por lo que les habían hecho en el Seguro. Manejó tan rápido como pudo, sin embargo, todo fue en vano. Al llegar al Hospital Universitario, un médico les dijo que don Cruz ya había muerto, que un ataque al corazón le había arrebatado la vida, así como también el negligente proceder de quien los atendió a la entrada del Seguro Social.
Esta historia tristemente sucedió, y el caso de don Cruz fue por desgracia una más de las tragedias que día a día se viven en esa institución médica por falta de personal de la salud, así como de medicamentos que eleven la calidad de vida de los beneficiarios.
Aquí entre nos, con el presidente López Obrador sólo se ha logrado que siga empeorando la situación en el sector salud. Y mientras él siga presentando otros datos, una terca realidad nos hace estar convencidos de lo alejados que estamos de Dinamarca,
aquientrenosvanguardia@gmail.com