El habla, ese fenómeno cambiante y fascinante
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Debemos estudiar nuestra lengua, ya que la desconocemos. Qué ocultos tesoros contiene, qué tesoros. Debemos pensar cómo vamos a enriquecerla y sacar a la luz lo que está oculto en ella.
Constantino Cavafis
Arriba al negocio de comida. El automóvil espera un tiempo antes de poder ocupar el turno que le corresponde. Los carros delante de él llevarán comida para una tribu: cinco o seis órdenes de hamburguesas uno de ellos; otro, al menos tres o cuatro. Es domingo.
Al fin, y la larga espera por un “chopo”. Se desvanece la poca energía, esperando dentro del auto para poder llevarse el deseado postre frío.
Una joven aparece en ventanilla y recibe el pedido. Ha permanecido en el negocio todo la mañana y las horas de mitad de la tarde. Quisiera irse a descansar luego de una jornada extenuante. Y de pronto, la pregunta la hace dudar. “¿Chopo? ¿Qué es un chopo?”.
Los del carro le explican, los helados que se venden en el comercio. “Ah, esos no se llaman chopos, son conos de nieve”, contesta y de inmediato vuelve al interior para prepararlos.
Se sonríen todos, la joven y los integrantes del auto. Palabras y expresiones que dejan de tener eficacia de generación en generación.
Hace poco también, la protagonista de otra compra compartía que llegó al centro de la ciudad, para adquirir una grabadora. Una grabadora, en la cual poder hacer funcionar discos o, todavía más allá, casetes, si acaso ello fuera posible. Negocio tras negocio, no sabían a qué se refería. Al mencionar la palabra “grabadora”, algunos pensaron en el celular. Ahí era posible registrar música, voz, sonidos.
Pero no, no se trataba de eso lo que buscaba la persona. A los celulares, lo más que pudo conseguir como opciones fue esta respuesta: “Quiere usted decir unas ‘bocinitas’... ah...”. Y llamó a su compañera de trabajo: “Perla, por favor tráete las bocinitas de la bodega, que aquí están buscando unas...”.
No eran tales, ni en el nombre ni en el aparato que se buscaba. Pero lo que sí quedó más que evidente fue ese nombrar de las cosas que cambia de generación en generación. Quizá por años nos acostumbramos a escuchar que se conocen de una forma determinada y darles otro nombre apenas si pasa por la cabeza.
Pero el tránsito de la existencia lleva consigo la ineluctable transformación de las cosas mismas y su forma de ser denominadas.
Con la tecnología, se aceleró de manera extraordinaria este proceso. En el escenario de vida de nuestros abuelos el “mouse”, jamás entraba en la significación de un artilugio electrónico, y menos para imaginar su desempeño en el mundo de la tecnología actual.
Enfrentamos este proceso del lenguaje día con día y resulta fascinante cómo nos vamos haciendo de más y más términos, enriqueciendo el lenguaje hasta una época conocido. La niñez cruzó por temporadas de estabilidad hasta la llegada de los vocablos que con la tecnología vinieron a dar significaciones distintas.
Muchos, como el “chopo” de la entrada de esta colaboración, habrán de ir quedando en el olvido. Muchos quedarán tan sólo en el imaginario de tantos que con estos términos construyeron su vida. Pero así es el habla. La grandiosa oportunidad de ir favoreciendo el lenguaje, enriqueciéndolo con palabras de estreno.
Lo que resulta deseable es no perder de vista la importancia del habla en el proceso y la importancia del lenguaje como la herramienta fundamental para continuar el desenvolvimiento de la existencia humana, su dinámica y su crecimiento.
Que viva la palabra y que en su transformación siga vigente entre los hombres la necesidad que tenemos de establecer los lazos para el mejor entendimiento.