El loco Chicho
COMPARTIR
TEMAS
De uno a otro lado del país anda el Cronista; por los caminos de México camina. De todos los Estados, sin faltar ninguno, recibe invitaciones para hablar, y la gente lo escucha con paciencia bondadosa no solamente en las ciudades grandes, sino también en sitios cuyos nombres el pobrecito hablador, dueño de todas las ignorancias, tuvo que buscar en el mapa: Mazamitla, hermoso sitio en las alturas de la sierra de Jalisco; Camagüiroa, espléndida playa sinaloense conocida apenas por sus afortunados moradores; Puerto Peñasco, recio poblado marinero que está en la axila del Golfo de Cortés...
El viajero no se cansa de dar gracias a Dios por permitirle ver la suma de prodigios que guarda nuestra patria; por contemplar desde el avión toda la Geografía del profesor Zepeda Sahagún; por comer con gula de cardenal la nómina completa de los manjares nacionales, galas de gula comparadas con las cuales todas las delicias de la cocina china, francesa y española -las tres juntas- son austero condumio de ermitaño que ayuna por cuaresma.
Lo mejor, sin embargo, es la gente. No hay quien no sepa algo que desconozco yo; no hay quien no tenga un don que a mí me falta... Todo lo que la gente recuerda, conoce, dice y piensa lo recibo yo cuando recorro la legua en esa jubilosa farándula de vida que es mi vida. No cabe duda: soy un juglar afortunado.
Mi última salida me llevó a Los Mochis. Ahí escuché hablar del ingeniero Valdez, que tanto quiso al rico valle agrícola y tan buenas cosechas sacó de él. Para corresponder a las finas atenciones de esa tierra el señor ingeniero -Dios lo tenga en su santo reino- bautizó a su hijo primogénito con el nombre de Mochis. Mochis Valdez, para servir a usted.
Ahí supe también de la existencia de Chicho Loco, el loquito del lugar. Llegó a la plaza en día de carnaval cubierto sólo por una mínima zupeta -así llaman en Sinaloa al taparrabo de los indios- que a duras penas le cubría las pudendas partes.
-¿A dónde vas, Chicho Loco? -le preguntaron con asombro los placeros.
-Al baile -respondió Chicho.
-¿Y vas a entrar así, en zupeta?
-Claro que no. Llegando me la quito.
Cosas de mucha entidad solía decir Chicho Loco, cosas para pensarlas mucho. En cierta ocasión el Municipio le ofreció un terreno para que construyera ahí su tejabán. No aceptó Chicho aquel regalo, que le quitaba su amado nomadismo, y dijo para justificar su negativa:
-Todos los terrenos que he visto son muy viejos.
Así como en Los Mochis, en todas partes halla este cronista materia para su pensamiento y para su emoción. Hace lo que un chiquillo embelesado: toma a México y se lo pone como caleidoscopio frente al ojo; le da vueltas y vueltas, y mira con arrobo sus cambiantes paisajes; el tema con variaciones infinitas de sus criaturas vegetales y animales; el genio y el ingenio de sus moradores; el iris de sus artesanías, las canciones que brotan de la tierra y los poemas que del cielo bajan... Y descubre en esa uniforme diversidad la esencia de un México límpido que no alcanzan a macular ni siquiera las ambiciones, las mentiras, iniquidades y violencias que en estos días de mala política estamos contemplando.