¿El ojo espiritual? (2)
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Dice el poeta Alí Chumacero: en los ojos de un tigre “vaga la tentación...” Le creemos al poeta. Los felinos en sus ojos, llevan la incierta certidumbre de dar el zarpazo final a sus presas. Los enamoran con su mirada; luego, se los zampan en un segundo en funestas dentelladas. Acodados en la mesa de una taberna, los parroquianos ven llegar a una musa de piernas largas, bien torneadas, las cuales son columnas de mármol cinceladas bajo el palio de estilo griego. Con tacones de verticalidad imposible, la musa se sienta, estira sus largas piernas y con su mirada aterciopelada, elije dónde y en quién posarlos... toda la taberna palidece.
¿Tenemos un tercer ojo o el llamado “ojo espiritual”, el ojo creador al cual apelamos los escritores o creadores en general? “Tenía negras las cejas, marcadas y un poco hirsutas y unos ojos oscuros y muy grandes que se asomaban al mundo con bastante aplomo, intrépidos pero con algo en reserva...” Lo anterior es texto de A.S. Byatt en “Posesión”.
Se lo conté en texto pasado: no me he adaptado en lo más mínimo a esta febril intermitencia de la muerte en la cual me debato entre el calor y el frío. A lo anterior y mi perpetuo insomnio, atribuyo fue la provocación de una emperrada y fuerte infección en mi ojo derecho. Fue un día cualquiera. Amanecí con el ojo en rastra. Inflamado y flácido. Lo cual y luego en días siguientes, se agravó. Enderecé entonces mis pasos al consultorio y centro de magia del médico y mago doctor Carlos Ramos del Bosque, quien merced a sus conocimientos iniciáticos, en un chico rato me salvó ojo y vida.
¿Todos tenemos un ojo espiritual, oculto, un sexto sentido con el cual podemos “mirar” sin ojos? O bien, ¿este ojo espiritual es sólo pertenencia de seres geniales y muy dotados? La siguiente metáfora sobre ojos es de un autor un tanto olvidado hoy, el cual forma parte de mi zodiaco personal. Es Michael Ende en su libro “La historia interminable”: “sus ojos almendrados tenían el color del oro viejo...” Una mujer sabe de su potencia y potencialidad al mirarnos. No elegimos, la mujer nos elije con su mirada y acobardados, miramos a otro lugar cuando ellas nos sigue y nos persigue con sus ojos almendrados, como bien dice Ende.
Ver no sólo con la mirada, sino con un “tercer ojo”, el famoso sexto sentido. Ver no la epidermis, sino la dermis de cada ser humano y las cosas las cuales nos rodean. Cuando un creador, un gran maestro de los vericuetos del alma humana, como Marcel Proust u Oscar Wilde pasean a sus anchas en París o Berlín, al contemplar y templar las atestadas cafeterías y sus comensales acodados en sus mesas, no sólo ven parroquianos disfrutando croissant y vasos de vino, no; también “observan” pasiones y humores imperceptibles al ojo normal humano: celos, envidias, soberbia, la ira contenida de un varón al saber y sentir del desenlace funesto y la inminente pérdida de su amor aún allí sentada. A centímetros de él, pero ya eternamente lejana...
Esquina-bajan
Tenemos cinco sentidos. ¿Pero nuestros cinco sentidos son un galardón o de plano, debemos bloquearlos para sentir o educar al ojo espiritual, el sexto sentido, el mentado ojo creador, el cual es privilegio de pocos? Se lo conté la vez pasada: al contemplar a la Virgen en una magnífica y bella pintura, Gonzalo de Berceo no duda en escribir lo siguiente: “Por estos cinco gozos debemos al catar:/ cinco sesos del cuerpo qe nos facen peccar,/ el veer, el oír, el oler, el gostar,/ el prender de las manos qe dicimos tastar...” He conservado la grafía original de “Milagros de Nuestra Señora” en editorial Cátedra. Para el clérigo y poeta Gonzalo de Berceo, hay un suplicio: el pecar con los sentidos. Pero también, el disfrute estético de la belleza de la Virgen a través del sentido de la vista.
Lo siguiente es de Ray Bradbury: “... se vio en los ojos de ella, suspendido en brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto”. Félix J. Palma escribe: “Tom recibió de lleno el impacto de aquella mirada rendida que su sola presencia desataba en la muchacha, e incluso pudo reparar en el azul de sus ojos, un azul profundo y violento que estaba seguro de que jamás encontraría en ninguna parte del mundo, por muchos océanos y cielos que viese, un azul furioso y puro que quizá fuese uno de los colores con los que el Creador había vestido el paraíso y que ella custodiaba ahora en sus pupilas para impedir su extinción”.
Pues sí, todo eso, todo un paraíso y una Biblia completa pueden inspirar los ojos de la mujer amada y admirada. “Hablo de ti y de tu nombre/ y tus ojos navegables me guían como faros invisibles en la espesa bruma de la mar y la madrugada./ Hablo de ti y de tu nombre/ y me contestan tus ojos enormes/ no polvo ni vestigios de cobre, sino ceniza de estrellas anudados a la sombra...” Versos poliédricos y poderosos de Antonio de Galicia y Rivera.
Lea el siguiente párrafo de Gerald Durrel donde podemos hacernos fielmente un retrato del personaje el cual plasma y sólo lo hace a través de la lectura de sus ojos. Impresionante. Lea usted: “Tenía un rostro afilado de raposa con ojos grandes y rasgados, de un tono castaño tan oscuro que parecían negros. Había en ellos una mirada ausente, extraña y una especie de pelusa como se ve en las ciruelas...”
Letras minúsculas
Este ojo espiritual, lo hemos visto rápidamente, al parecer, sí existe. Regresaré al tema por petición suya. Gracias.