El Scar de Macuspana

“El Rey León” es uno de los clásicos que podríamos llamar “contemporáneos” de ese emporio del entretenimiento -y del mal- llamado Disney.

Aunque su versión original está a nada de cumplir 30 añitos, por contemporáneo me refiero a que no pertenece a la primera etapa gloriosa del estudio, en la que se produjeron las primeras superproducciones animadas como “Pinocho”, “Dumbo”, “Bambi”, “Blancanieves y sus Siete Amantes” (¡hey! ¿quién estuvo jugando con mis apuntes?). Sino que pertenece a lo que se conoce como el Renacimiento de Disney y que entre finales de los 80 y finales del siglo 20, nos trajo clásicos como “Aladdín”, “La Bella” y la Bestia” y “El Jorobado del Partido Encuentro Social” (¡heeeeey!).

Dado que Disney está de momento sumido en una racha deplorable marcada por la ausencia de ideas nuevas y un empeño nauseabundo por hacer “woke” todo lo que toca (y que son precisamente sus clásicos en forma de “remakes live action” o “foto-realistas”), no es de extrañarnos que el viejo Rey León sea recordado como una de las joyas dentro del canon de Largometrajes Clásicos del estudio.

Como cualquiera sabe, “El Rey León” abreva, como fuente principal, de “Hamlet” de un tal Shakespeare; y se le imputa también el plagio de otra cinta animada de de 1960, “Jungle Taitei” (“Kimba, el León Blanco” o “El emperador de la Selva”, de Japón, dir. Eiichi Yamamoto).

Aun así el resultado es muy satisfactorio, el reparto original, la partitura de Hans Zimmer, los temas de Elton John, el ritmo, el diseño de personajes y de la animación en general, las paletas de colores. Todo funciona. Y desde luego, el lucimiento del héroe está en función de la efectividad del villano.

El espléndido Scar es el envidioso hermano del rey Mufasa. Codicia el trono y conspira para deshacerse del heredero Simba. En un trágico golpe de suerte, Scar se deshace de Mufasa y hace huir al pequeño Simba quien, como ya sabemos, se va a vivir la vida Hakuna Matata.

Casi que los astros se alinearon para que Scar se convirtiese en rey pero, como dijo Intocable: “¿Y todo para qué?”:

Obviamente, Scar ambicionaba el trono, así como los privilegios y el status que esta distinción conlleva. Pero de gobernar nada, ni hablar, cero. Resultó un terrible administrador que al cabo de un par de años reventó la cadena alimenticia y provocó una hambruna como no se había visto en mucho tiempo. El orden jerárquico también se vio afectado, las hienas ganaron status y la familia del ecuánime Mufasa quedó a merced del tirano.

Bien, no se la voy a hacer cardiaca con la analogía. Es obvio que el viejo AMLO comparte con Scar algunos de sus rasgos menos favorecedores, siendo el principal su delirio obsesivo por el poder junto con la incapacidad más absoluta para ejercerlo.

Así es, tanto Scar como López Obrador ambicionaba el trono con toda su energía, tiempo y mente puestas en ello, de manera que cuando uno y otro tuvieron su oportunidad sencillamente no supieron qué hacer. No tenían un plan, ni una visión, ni una serie de objetivos planteados, aunque fuesen inconexos y no respondiesen a un plan maestro.

Nada, algunos caprichos mal ejecutados y poca cosa más.

Fue todo para satisfacer el ego y nada más.

“¡Si gobernar es tan sencillo que se hace solo!”, jura el Peje. “Y si se hace solo, ¿para qué me molestan con esa monserga?”.

No en balde nos enteramos recién, gracias a las filtraciones de la Sedena, que poca o ninguna actividad tiene AMLO luego de sus conferencias matutinas.

Pero si hasta el alcalde del pueblo más rascuache tiene la agenda “full” y si no la tiene, si no exprime cada minuto del día haciendo acuerdos, revisando proyectos y obras, celebrando convenios, promoviendo su territorio, buscando inversionistas, haciendo relaciones públicas -¡qué sé yo!- es un total desperdicio; desperdicio masivo en el caso de AMLO, una pérdida irrecuperable para el País en oportunidades de desarrollo y dinero de los contribuyentes y votantes.

Hay sólo una cosa que parece interesarle a AMLO y es volver a ganar las elecciones en 2024 con una mayoría aplastante, ahora bajo otra fachada misma que está tratando de decidir cuál es más fiel a sus planes... o a la falta de ellos.

Este proyecto suyo se retroalimenta de la presencia militar en las calles y en la vida pública y administrativa de México:

Mientras más poder le entrega AMLO a las Fuerzas Armadas, más lo relevan a él de la enfadosa tarea de gobernar; lo que empodera más al Ejército y a su vez apuntala el Gobierno de López Obrador, quien se convence más de que lo correcto es darles todo.

Acaba de estar en Coahuila una de las tres hienas, digo, corcholatas del Scar de Macuspana, su Secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Vino a cabildear la permanencia del Ejército como principal fuerza de seguridad hasta -por lo menos- el 2028.

¿Y qué cree? Para sorpresa de nadie la consiguió.

Y es que si la 4T ya había logrado la entusiasta colaboración de las fuerzas opositoras en el Congreso doblegando la voluntad de sus dirigentes con gordas carpetas de investigación, lo de menos es hacer lo mismo con cada una de las entidades que aún no gobierna Morena, como la nuestra.

Sucede, sin embargo, que al otorgarle estas prerrogativas a AMLO, los gobiernos de oposición se meten un balazo en el pie, pues ratificar la presencia del Ejército significa darle poder político absoluto al movimiento lopezobradorista.

Imaginemos que dentro de un año o así, PRI y Morena se estén disputando con ahínco la Gubernatura, el Congreso y algunas alcaldías de Coahuila. Y que de pronto las cosas se comenzaran a poner difíciles en materia de seguridad, dándole al electorado coahuilense la impresión-noción de que el gobierno local ha perdido por completo el control sobre la delincuencia, e incluso, disuadiendo a cualquiera que deseara participar en la elección sin la considerable ventaja de pertenecer al partido oficial de las Fuerzas Armadas (así es, por impensable o inconstitucional que nos parezca, recuerde que el Ejército ya expresó públicamente su lealtad a Morena).

El propio Adán Augusto ya soltó, como poniéndo sobre la mesa el tema, la posibilidad de tener un Presidente General... ¿Y por qué no Gobernador? ¿Qué podría evitar que utilicen los Estados como laboratorios para el eventual ascenso de los milicos al poder?

Que de poder hablando, ya los militares ejercen todo el que es posible, gracias al bolsón de Scar López Obrador y su franca apatía por gobernar.

Porque él, lo que es, es un enamorado de las grillas, de la contienda, del antagonismo; enamorado de tener siempre la razón (porque como opositor se tienen todas las soluciones, a diferencia de un gobierno, que afronta las broncas en el plano real).

Como buen personaje de ficción, una vez que sació su necesidad dramática, AMLO se quedó vacío, hueco, sin alma y sin motivaciones.

Al igual que Scar, también, López sació su hambre (literal, de garnachas), echó panza (panzota diría yo) y se quedó por completo aletargado, carente de todo propósito y aspiraciones, como no sea seguir en la cima de la pirámide alimenticia, tanto como sea posible.