Emilio Lozoya... un indiciado tan te cuatro
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Pocos hechos retratan con nitidez a la caricatura contrahecha de la transformación de cuarta. La fotografía difundida el fin de semana anterior por la periodista Lourdes Mendoza, en la cual aparece al exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, cenando a cuerpo de rey en uno de los restaurantes más caros de la capital de la República, es uno de ellos.
Y el retrato es prístino porque condensa en una sola postal todos los ingredientes del fracaso de un gobierno convertido en el campeón galáctico del bla-bla-bla, pero incapaz de ofrecer un solo resultado digno de mención... aunque su titular, como sabemos, siempre tiene otros datos.
Pero vayamos a los hechos y concentrémonos en lo importante: encontrarse a Emilio Lozoya cenando en un restaurante caro no es, en esencia, un problema de carácter legal, sino un hecho ante el cual surgen cuestionamientos de carácter ético y político.
Un matiz debe hacerse al señalamiento anterior. Lourdes Mendoza ofreció un dato importante para evaluar la legalidad de la conducta del ex mandamás de Pemex: cuando le demandó ante un juzgado civil por difamación, los abogados de Lozoya alegaron la existencia de una medida cautelar de arraigo domiciliario para no acudir a declarar en el proceso... aunque luego negaron la especie de forma pública.
En fin: regresemos a lo nuestro de nuevo. Si el señor Lozoya puede acudir a un lugar donde cocinen el pato a la Pekin a su gusto... ¡pues es porque está libre! Sujeto a ciertas restricciones, como probablemente portar un brazalete electrónico, pero libre.
Y si está libre... pues es porque el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y su Fiscalía “autónoma” hicieron un trato con él para dejarle en libertad... y en la posibilidad de gastar sus mal habidos millones como mejor le plazca.
La transformación de cuarta, lo vimos todos, pactó con Lozoya su acceso al paraíso de la impunidad. Nada más pisar suelo mexicano se le dio trato VIP, montando incluso un operativo para engañar a la prensa, en el aeropuerto de la Ciudad de México, y llevar a escondidas a su huésped distinguido a un hospital donde permaneció unos días para luego enviarle a su casita.
Después, la Fiscalía “independiente” del señor Alejandro Gertz Manero recibió, ¡por escrito!, la confesión de culpabilidad de Lozoya en relación con los sobornos entregados por la constructora brasileña Odebrecht, una confesión en la cual se ofrecen pelos y señales sobre el trasiego de 10 millones de dólares a través de cuentas bancarias en el extranjero, para terminar en los bolsillos del colaborador preferido del régimen.
Lozoya se dio incluso el lujo de reconocer, sin ambigüedades, haberse quedado con un millón de dólares, lo cual debería bastar para considerarle un delincuente confeso y procesarle por enriquecimiento ilícito.
Pero no, porque eso no es lo importante para el sumo pontífice de la T4, pues no le interesa combatir la corrupción y por eso, tal como sus antecesores, le ha extendido carta de naturalización a dicha conducta y con ello, naufragado en el cumplimiento de su principal promesa: erradicar esta conducta de la vida pública del país.
Lo peor de todo, lo realmente patético, es verles haciéndose los indignados, diciéndose provocados y agredidos por la conducta de su socio de viaje. Hace falta ser cínicos para manifestarse como lo han hecho López Obrador, sus acólitos y aplaudidores en los últimos días en torno a este episodio.
Pero hace falta ser idiota para seguir comprando el discurso cada vez más desprovisto de sustancia de un gobierno incompetente, corrupto, cínico e irresponsable.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx