Entre sacerdotes te veas
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Nací católico y con una sintonía afectiva hacia el trabajo de los curas. Con una abuela materna católica no me fue difícil ser parte del grupo de acólitos del Templo de San José que, aunque no resultaba tan cercano, ofrecía un programa especial para niños a los que se nos instruía cómo acompañar la labor de los sacerdotes en misa.
El hermano Francisco era quien llevaba el orden en el que aquellos niños iban participando en las misas de fin de semana. Los infantes recibíamos el respeto de quienes estaban al frente de aquel templo que contaba con un auditorio inmenso. En una especie de claustro con patio central se distribuían habitaciones, salas de estar y un espacio en el que estaba un comedor para doce personas y un gran televisor.
En ese tiempo observé en esa área de comedor, junto con sacerdotes y otros niños, el primer alunizaje el 21 de julio de 1969. Así como nosotros, millones de personas estaban atestiguando el suceso en el que el hombre pisó la superficie lunar. En ese momento yo tenía 10 años de edad. Un hermano de mi papá había sido seminarista, pero no había concluido su carrera sacerdotal. Entonces aún había mucho interés por este tipo de profesión, ahora hay una escasa demanda para ejercer el rol de sacerdote pues las vocaciones han decrecido notablemente, aunque existen en la Iglesia Católica sacerdotes ejemplares tanto mayores, como jóvenes. También hay sacerdotes no tan ejemplares...
Por mucho tiempo conviví con un sacerdote excepcional y hablé un poco sobre él durante mi ponencia en el XII Congreso Nacional Pastoral de Turismo, “El Turismo como factor para construir la paz y disminuir la violencia”, organizado del 6 al 9 de junio en Guadalajara.
Ante una audiencia en la que estaban un arzobispo, obispos, sacerdotes y algunos laicos compartí los principios y valores de la iniciativa internacional de la Carta de la Tierra, así como la importancia de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que surgieron en el seno de la ONU en 2015. Recordé que el padre Pedro Gómez Danés, quien fuera un sencillo y amado párroco en San Pedro de Iturbide, Nuevo León, mostraba con su austeridad y vida humilde el camino que un sacerdote debe mostrar ante su feligresía para no “caer en la tentación” de recibir regalos de propiedades o vehículos por parte de católicos generosos.
El “Padre Perico” aunque tenía un título doctoral en filosofía y fue maestro de esta ciencia en la UANL jamás tuvo ínfulas de poder, aunque podría haber sido cercano a las máximas autoridades de su gremio.
Así que en el contexto de aquel congreso y entre tantos sacerdotes pude recordar con agrado lo que ahora comparto al principio de este texto. A pesar de que abruptamente se cortó mi conferencia sin el aviso previo por parte de un inflexible sacerdote que medía los tiempos de los expositores, de que tendría solo 10 minutos y no el tiempo normal de las ponencias antes presentadas, me sorprendió el genuino interés que se despertó en párrocos de Tlaxcala y Puebla, de tal manera que nos reunimos ese día unas horas después para idear un foro para promover la conservación del bosque y con ello del agua que se verificará en los Pueblos Mágicos de Zacatlán de las Manzanas, Puebla, y Tlaxco, Tlaxcala, en la segunda semana del mes de agosto. Luego tuve otros diez minutos para plantear a la audiencia de la pertinencia de promover temas torales para el cuidado del medio ambiente.
Me sorprendió también, muy especialmente, que el carismático arzobispo Carlos Garfias Merlos en una intervención mencionara a la gobernabilidad como factor para la paz y que hablara de que resultaban muy iluminadores los nuevos conceptos del turismo. Este hombre sí que está en la dialéctica contemporánea; hasta me comentó en corto algunas de las iniciativas que ha tenido para apoyar a minorías. Ya le visitaré en Morelia, Michoacán.
Considero, tal como se lo dije al sacerdote inflexible, que lo importante es que haya precisamente flexibilidad en los mecanismos de construcción de capacidades en el gremio de sacerdotes católicos porque no hay nada más cercano a la muerte que la inflexibilidad. Se requieren párrocos instruidos y con visión holística para la conservación del importante patrimonio construido que resguardan. De esta manera podrían encontrar aliados entre la feligresía mexicana porque el patrimonio cultural construido de la Iglesia Católica es de todos y su conservación puede ser un buen tema generador para propiciar la paz.