Está erróneo
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A lo largo de mi ya larga vida he conocido a muchas personas y a muy pocos personajes. A uno conocí que era todo un personaje: don Pablo Salce Arredondo, cronista que fue de Linares, Nuevo León.
Don Pablo fue su propio maestro. Cursó únicamente hasta el tercer año de primaria. Después dejó la escuela, obligado por esa dura señora que es la vida. Pero en la vida tuvo su mejor maestra, y en los libros. Leía; leía mucho don Pablo, y ya se sabe que los libros son buenos profesores.
Bien leídos, los libros hacen mucho bien; mal leídos provocan muchos males. Mira tú, por ejemplo, cuánto daño han hecho los llamados libros sagrados. De los libros sagrados mal leídos líbranos, Señor.
En su juventud don Pablo Salce aprendió el oficio de boticario, o sea farmacéutico. Con el transcurso de los años puso su propio negocio, la Botica Morelos, que llegó a ser en Linares una institución. Gran liberal, masón, priista convencido, fue don Pablo pilar de su comunidad. Era orador extraordinario, fácil versificador y celoso guardián de las tradiciones de su pueblo. Poseía además una retentiva extraordinaria: podía decir de memoria centenares de poemas propios y de cosecha ajena. Ya conté alguna vez cómo don Pablo venció al doctor Cayetano Puig, de nuestra ciudad, en un famoso “match de poesía” −así se anunció en los programas−, en el cual los dos participantes debían declamar, alternativamente, poemas de autores conocidos, no propios. El que supiera más sería el triunfador. Empezó el match a las 9 de la noche. A eso de las 6 de la mañana del día siguiente el doctor Puig confesó que ya no recordaba más poemas. Don Pablo siguió recitando hasta las 9. ¡Doce horas recitando versos de memoria! No sé de otra gesta igual en la historia de la literatura. (Sé, sí, de otro acontecimiento insólito que también debería inscribirse en los anales de la literatura universal: una vez presté un libro y me lo devolvieron).
A más de hombre de letras, don Pablo fue igualmente un gran aficionado a la fiesta de toros. Con él fui muchas veces a la Plaza de Toros El Toreo, en la Ciudad de México, durante los años en que por líos taurinos estuvo cerrado el coso máximo, la México.
Don Pablo Salce era hombre dado a las prosopopeyas. Quiero decir que era solemne, ceremonioso, grave. Gustaba de hablar en modo culterano, tanto que a veces no le entendían ni madre aquellos que con él hablaban, sobre todo si eran personas de humilde condición. En cierta ocasión don Pablo marcó un número telefónico que no era el que quería marcar.
-Presidencia Municipal −le contestó el gendarme de guardia.
-Está erróneo −dijo don Pablo.
El rural jenízaro, que lo reconoció por la voz, y que no quiso quedar mal con él, respondió a la que creyó pregunta:
-Aquí estaba hace un rato, don Pablito, pero ya se fue.
Bufó don Pablo Salce con enojo, y haciendo a un lado toda parsimonia profirió:
-¡Que está equivocado,
pendejo!