Estados alterados (2)
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Gracias por leerme y atender estas letras. Muchos comentarios me han llegado con el primer texto de este díptico donde estoy tratando el matrimonio indisoluble entre las drogas, los alucinógenos, los estados alterados y las letras y los artistas de todo tipo de pelaje y condición. Vamos en orden de nuevo: la comida de mi refrigerador no pocas veces y debido al tiempo el cual pasa congelada por no consumirla (comer usted lo sabe, ya no se me da comer. Nunca se me ha dado del todo. No soy glotón y sí y de plano, frugal, rayando en el ayuno), termina por petrificarse y debido al paso del tiempo, no obstante estar en conservación, pues genera cepas de hongos.
De repente he visto hongos en la superficie de los envases. En otras ocasiones, se gestan colonias de setas en el sedimento. En fin, para fortuna mía, no me he enfermado en artículo de muerte al consumir estos alimentos en casi estado de de putrefacción. Tal vez y sólo tal vez he formado en mi panza y tripas, una resistencia acerada al respecto. O lo otro, me he adaptado perfectamente a los hongos benignos los cuales crecen en mis alimentos muy a pesar de mí mismo en el refrigerador.
Hongos alucinógenos, estados alterados, paraísos artificiales: la relación entre las drogas, los estimulantes con los artistas es de larga data en la historia y las letras. Al dar cuenta de lo anterior en charla con el ácido columnista Luis Carlos Plata, éste de inmediato recordó la gestación del texto tal vez más emblemático del divino ciego Jorge Luis Borges, “El Aleph”, el cual y de acuerdo a diversas leyendas y conjeturas alimentadas por la misma pareja del escritor, María Kodama (conferencia en España titulada “Jorge Luis Borges y la experiencia mística” en 1993), se debió a la ingesta de “pajaritos de monte”, hongos alucinógenos los cuales crecen en Argentina, Colombia, Brasil y México.
¿Usted ha probado hongos, bebidas alucinógenas, drogas fuertes, lector? Eso lo cual llamó en un portentoso libro de exploración sobre la mescalina especialmente, “Las puertas de la percepción”, el gran Aldous Huxley. Texto el cual inspiraría precisamente a ese grupo icónico y de culto, “The Doors” con su líder indiscutible, Jim Morrison. Repito la pregunta ¿usted ha probado plantas, bebidas, hongos alucinógenos? O bien, tal vez usted como yo, se alucina y entra a mundos interiores o paralelos al ingerir libaciones generosas de mezcal, vino o licores de todo tipo de peso y tonelaje.
Claro, usted recuerda los siguientes versos de inicio de uno de los más poderosos poemas del siglo XX, “Aullido”, de Allen Ginsberg: “Yo vi las mejores mentes de mi generación/ destruidas por locura sufriendo fríos/ hambre histéricas desnudas./ drogándose en calles negras por la aurora/ buscando un furioso arreglo...” La traducción es de José Vicente Anaya la cual al parecer no es la mejor del mercado editorial, pero es la única a la mano hoy en mi biblioteca. Rectifico. He vuelto a la computadora luego de hurgar en mis desordenados anaqueles y he encontrado otra versión en una antología de poesía gringa.
Esquina-bajan
La versión del inglés de los mismos versos anteriores es la siguiente: “He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por la calle de los negros en busca de un pinchazo furioso...” En ambas versiones queda de manifiesto esta relación atávica y destructiva en este caso, entre las drogas y el hombre. Se lanza entonces un grito, una imploración, un verdadero aullido. Y usted lo sabe, Allen Ginsberg como Jack Kerouak, William Burroughs, los miembros más emblemáticos de la llamada “Beat Generation”, se regodearon en todos los tipos de droga disponibles en ese momento (años 50 y 60 del siglo pasado.”
Así escribieron su obra, atacados de hongos, alcohol, mescalina, drogas sintéticas, heroína, mariguana... escribió William Burroughs: “La droga no es, como el alcohol o la hierba, una manera de gozar más intensamente la vida. La droga no es un placer. Es un modo de vida”. Los escritores Klaus Mann y el francés Robert Desnos, fueron grandes consumidores de heroína. Lo dejaron tatuado en sus libros a fuego lento. ¿El divino ciego Jorge Luis Borges, con esa imagen casi patriarcal la cual arrastra, atado a un bastón recorriendo a tientas los pasillos de la biblioteca argentina la cual regenteaba, de verdad recurrió a “los pajaritos de monte”, a los hongos para crear parte de su obra o la más emblemática como “El Aleph”?
Ya me estoy acabando el espacio y hay muchas aristas donde meternos, lector. Regresaré al tema con un tríptico, pero ya los sábados en nuestra tertulia de “Café Montaigne”. Por lo pronto, repito, mis estimulantes han sido los buenos y generosos tragos de alcohol. Con el mezcal he hablado en lenguas, aunque no recuerdo ni un carajo de lo espetado. Ya luego y al siguiente día, lo único lo cual deseo es liberarme de la infame resaca.
Algún día y chavo, fui iniciado en la ingesta del peyote en ese lugar mágico de “Real de 14”. Y claro, un chamán me guió y fue necesario no consumir carne al menos seis meses antes del peyote. Recuerdo mi “viaje”, una parte de él: me convertí en un libro. Yo mismo era humano y un libro a la vez. Una maravilla. Pero, quienes saben de esto habla de emociones fuertes con algo lo cual no conozco: ayahuasca.
Letras minúsculas
Ya Homero hablaba en “La Odisea” de una bebida alucinógena, propia de Dioses: nepente (“nepenthes”).