Hacer crónica, el testimonio
de una época

Las ciudades reflejan el sentir de sus habitantes. Las creencias, la fe popular, los retos ante el progreso quedan plasmados en sus muros, en sus columnas, en sus viviendas.

Una norteamericana de nombre Fanny Chambers Gooch hizo una interesantísima descripción de Saltillo a finales del siglo 19. Mujer de pensamiento abierto, con sentido del humor y muy observadora, dejó de nuestra ciudad un vivísimo retrato de su historia, sus habitantes, costumbres y arquitectura.

Describe que la mayoría de las casas tenían techos de adobe. A este material nuestros antepasados saltillenses lo llamaban “dobe”, y cuando las lluvias se registraban de manera intensa, cuenta la norteamericana, se las ingeniaban para desprender los cielos rasos, los volvían a colocar y quedaban “tan tersos como los repellados de yeso”.

Fanny Chambers Gooch llegó a Saltillo en 1878, y en un viaje posterior permaneció por siete años en el País, de lo cual se derivó su libro “Face to face with Mexicans”, en el cual se ofrece otro gran retrato de México, que en ese momento veía el nacimiento de la locomotora y el progreso que con ella se anunciaba en cada población.

Quien fuera emblemático cronista de Coyoacán, el historiador Luis Everaert Dubernard, de feliz memoria, realizó la traducción de “Los mexicanos vistos de cerca”, y para el Centro Cultural Vito Alessio Robles escribió un prefacio de la parte que la institución publicó en su revista “Provincias Internas”, en el año 2002.

Es él quien informa cómo Chambers “pasa cuidadosa revista a los mercados, teatros, comercios, hoteles y restaurantes de la capital” y de que, dueña de una imbatible curiosidad, explora en una casona en Saltillo en la cual iba a vivir por varios meses y “penetra en una habitación que guardaba muebles fuera de uso. Allí localizó, cubierto de polvo y telarañas, el retrato, pintado al óleo, de una hermosa y aristócrata dama”. Le llama la atención el epígrafe: “Ana, su digna esposa”. Resultó ser Ana María Huarte de Iturbide. No se supo cómo llegó hasta allí, ni tampoco qué fue del cuadro.

Es atractivo encontrar en las palabras de Fanny Chambers imágenes de los interiores de las casas de Saltillo. De su permanencia aquí, da cuenta que en el cubo del zaguán, “a la altura de las vigas de cedro” en un destacado letrero es posible encontrar inscripciones como “Ave María Santísima”; en otra “Siempre viva en esta casa Nuestra Señora de Guadalupe”, y una más: “Aquí vivan con usted Jesús y María”.

En la residencia en que se alojó, “los muros tenían de dos a cuatro pies de espesor y los techos se encontraban a treinta pies de altura. En torno del hermoso patio estaban las numerosas y bellas habitaciones pintadas con diferentes colores brillantes”.

Cuando se refiere al piso de la sala, la descripción es deliciosa. Dice: “El mismo mortero que se usa para cementar, pero de una consistencia especial que se endurece rápidamente, es el que se emplea como base, la cual se recubre con una capa de grava fina un poco más gruesa que la arena. Por último, viene el pulimento rojo que da un terminado de notable frescura y comodidad... El producto usado para dar este acabado rojo es el designado como la palabra india de tipichil, que en otros lugares se conoce como almagre, sedimento terroso que se encuentra principalmente en los arroyos”.

Fanny Chambers Gooch deja una muy entrañable estampa de Saltillo. Recordarla aquí con algunas de sus descripciones, como hacerlo del historiador Luis Everaert Dubernard, aviva la reflexión de que las crónicas de las ciudades, que quedarán estampadas como testimonios de una época, son ilustrativas y de gran interés. Seguirán siéndolo para todos quienes en el futuro deseen encontrar en ellas el espíritu y alma de un momento histórico, el escenario y sus habitantes.