La cultura en tiempos de postpandemia
La cultura no depende tanto de que sea un instituto, una escuela, una asociación o una secretaría quien se encargue de producirla, promoverla y regularla, sino de las políticas culturales del Gobierno y de su responsabilidad en el financiamiento de los programas y la relación e inclusión de la sociedad en los proyectos culturales.
Quizás ya llegó el tiempo de analizar las lecciones que nos ha dejado la pandemia del COVID-19. Parece que va cediendo sin darnos la plena certeza de que no habrá nuevas versiones del virus. Por lo pronto, la OMS ya anunció la nueva variante, “deltacron”, en Europa y los Países Bajos. Y quizás nosotros ya podemos ver cómo algunos grupos de la población continúan observando los protocolos impuestos por la pandemia, mientras que otros actúan como si nunca la hubiera habido y, sin cuidado alguno, vuelven a sus hábitos y conductas anteriores.
El encierro forzoso, el desempeño del trabajo en casa, la escuela en línea y las actividades culturales, educativas y de entretenimiento vistos en una pantalla a través de una plataforma electrónica o una red digital, cambiaron definitivamente la forma de trabajar, estudiar y aprender y, asimismo, las formas de disfrutar de la música y gozar del arte. En algún momento los medios electrónicos se volvieron una tabla de salvación para evitar que muchas de las actividades humanas se ahogaran en el embravecido y desconcertante mar de la pandemia y lograron soslayar en parte un retroceso devastador de la humanidad. Hoy, los medios electrónicos constituyen el medio ideal para muchas personas que prefieren ver y disfrutar desde su casa los espectáculos, conciertos, entrevistas y conferencias, en vez de enfrentarse a la agresividad de la vida en la ciudad.
Las crisis traen consigo muchas veces las soluciones. La pandemia del COVID-19 y las dificultades económicas aparejadas han dado a las instituciones culturales y educativas la posibilidad de ofrecer la cultura a través de las redes, con costos bajos y sin mover a protagonistas y auditorios de su lugar. Sin embargo, sabemos que en el proceso cultural, como en la educación, el contacto con los demás es parte imprescindible. También sabemos que el público de este tipo de eventos es limitado porque el acceso a la tecnología no es universal. La solución “ni todo digital ni todo presencial” parece fácil y no lo es. Los términos medios nunca han sido soluciones.
Si el objetivo de la cultura es llegar a todos para formar públicos sensibles y permeables a las expresiones culturales, es necesario ya, sin conglomeraciones y multitudes, ofrecer otras formas de alimentar el espíritu para alentar a las personas a salir a la calle. Proyectos innovadores para desarrollarse en plena calle y que hacen que quien va de paso se detenga a disfrutarlos. Hace unos 10 años, hubo un proyecto de cultura callejera, era algo así como “Música de banqueta”, en el cual participaba la Escuela Superior de Música. Sin previo aviso ni invitación o publicidad alguna, una tarde llegaba una pareja a la plaza de Armas, él un guitarrista, ella una “bailaora” de flamenco. Con una pequeña lona como anuncio, un micrófono, una silla y una tarima mínima, armaban el tablado. La actuación del dúo deleitaba a públicos de todas las edades y condiciones: la pareja de novios que había hecho cita en una banca de la plaza, el anciano que disfrutaba del atardecer, los papás cuyos niños correteaban las palomas, los grupos de muchachos y muchachas, la señora que salía de misa, aquella otra que visitó al Santo Cristo, el empleado rumbo a su casa, el paletero, el limosnero... El dueto ofrecía una actuación profesional y su repertorio arrancaba el aplauso y la admiración de un público que, sin intención, se veía involucrado en un acto cultural y se retiraba agradecido y contento.
Espectáculos como ese pueden considerarse un ejemplo de que la cultura, si se lleva a todos, es un elemento para mejorar la vida de los ciudadanos y asegurar el futuro del País.