La familia nostra y las mujeres
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Emblema intocable la familia, fuente de amor y aprendizaje, pero también de violencia y silencios
Emblema intocable la familia, fuente de amor y aprendizaje, pero también de violencia y silencios. Hace tiempo un amigo me dijo que ninguna iniciativa que tuviera que ver con eliminar la violencia en contra de las mujeres de forma institucional funcionaría, que era un error buscar soluciones allí. Esto me lo comentó pues yo acababa de firmar un convenio en el que se hacen presentes instituciones y organismos de diferentes órdenes, los cuales se comprometen a contribuir para erradicar la violencia en contra de las mujeres. Le dije: “Claro, es obvio que la familia es también en donde hay que trabajar”. Él asintió.
Y sí, es la familia, ese entorno en el que una persona crece -cuando la hay o no se vive en orfanatorios-. Sin embargo, mi argumento para estar a favor de los convenios institucionales para la erradicación de la violencia, fue el mismo elemento: la familia, pero le agregué un ingrediente: sus silencios. Hay otros factores también, como el de la religión organizada que se pronuncia por una familia inquebrantable, pero abordemos éste por ahora.En las familias mexicanas del norte de México -esa es mi referencia cercana, aunque lamentablemente suceda en todo el país y el mundo-, se dan transgresiones silenciosas; no porque no haya gritos o golpes, acosos o violaciones, sino por el acuerdo tácito de no ensuciar el nombre de la familia haciendo públicos estos daños.
Así, se les enseña a las mujeres a vivir en silencio las vejaciones. Con esto se les deja claro que ellas no son importantes, que lo más importante es la familia a toda cosa, aunque esta familia sea una familia disfuncional.
Incluso hay acuerdos que permiten a los acosadores o violadores continuar viviendo adentro del seno familiar como si no pasara nada, y claro que pasa. Vemos a quienes han padecido agresiones con sintomatologías diversas, algunas relacionadas con la conducta y otras con el propio cuerpo. Y mientras en esas familias se aceptan estas agresiones, incluso puede haber miembros de estas mismas familias que apoyen causas públicas en contra de la violencia hacia la mujer y dirijan su trabajo hacia el exterior, mientras no hay procesos al interior de su núcleo que permitan el resarcimiento de daños, o bien, procesos legales que hagan sentir a las mujeres a salvo.
El abordar estos temas es una cuestión básica de derechos humanos, y por supuesto que no se trata de pugnar por crear luchas al interior de las familias, sino de sanar los procesos familiares con toda la complejidad que implican, pues más indeseable que una lucha, es el propio daño ya infligido.
Es por estos silencios que los convenios que se firmen en la vida pública ponen al menos un dedo sobre lo que hay que trabajar y significan, tal vez, aunque no todos crean en estos convenios, que los acosadores sientan al menos algo de presión, porque al parecer lo que menos importa son los derechos humanos o la integridad de una mujer, sino el qué dirán. Estos mecanismos operan también en los lugares donde trabajan las mujeres, en los cuales usualmente se encubre a perpetradores de violencias o acosos por proteger el nombre de una institución, cuando lo que mejor hablaría de la misma, sería llevar a un juicio legal a quienes cometan actos de acoso y violencia, para de verdad garantizar que al trabajar en esa institución las mujeres se encuentran seguras, protegidas y tomadas en cuenta.
Vivimos todavía en una cultura patriarcal y machista -actitud ejercida por hombres y mujeres-, la cual en la mayoría de los casos sigue protegiendo a los acosadores dentro de la familia y de los empleos; tal vez porque en bastantes familias gana el afán clase mediero de
una honra unida a la tasación de la “virtud” como pureza, y porque en los empleos, quienes están al frente en su mayoría, son hombres. Así, la mujer sigue siendo considerada no como una persona, sino como una provocación andante que debe ir vestida de tal o cual forma para no causar “tentación” [¡vaya discurso estrambótico!], al mismo tiempo que se le atribuye valores “femeninos” como la belleza y la docilidad, una docilidad que en estos casos se une al silencio.
Y este silencio es el que hay que romper, pues no hay falta alguna en quien recibe el acoso. Así, es más que pertinente el convenio que fue convocado por COPERES y que se realizó en alianza con el Instituto Coahuilense de las Mujeres, mismo que fue signado el 25 de noviembre por instituciones gubernamentales de los tres niveles de gobierno, instancias académicas, organizaciones civiles y agrupaciones a las que les interesa o les tocó formar parte de este primer paso interinstitucional, en búsqueda de un ambiente cotidiano más consciente y humano para las mujeres de nuestra entidad.
Y en este tenor, viene a cuento la raíz etimológica de la palabra familia: procede del latin famulus, vocablo usado en la antigua Roma para designar a los sirvientes y en muchas otras ocasiones, usado para llamar famulus a los esclavos. Mucho qué cavilar.