La humanidad navega en el mismo barco

La noticia al casi finalizar el año sobre el repunte de casos por coronavirus en Europa vino a desmoralizar de nueva cuenta. Cien mil contagios diarios en Francia, entre las noticias destacadas. Lo que ello significó es la necesidad de mantenerse aún expectantes, de permanecer con los cuidados indispensables establecidos desde los inicios de la pandemia.

La expectativa que llegó a generar la vacuna contra el COVID-19 abrió campo al optimismo. En la dinámica establecida por cada país las estrategias fueron distintas. Pero todos
permitían avizorar la luz al final del túnel. Hubo entonces un impasse gracias precisamente al momento estelar en que por fin se lograba empezar a vacunar.

Comenzar con los adultos mayores, los más vulnerables ante la enfermedad en el principio, era una buena idea, y quienes habrían de esperar lo hicieron esperanzados para las oportunidades siguientes.

La jornada de vacunación a grandes grupos, como fue el de los maestros, se desarrolló en nuestro estado de una manera organizada, rápida y eficiente, en términos generales. Corría el mes de abril. Concentrados en espacios con antelación bien establecidos, los maestros fueron vacunados en una jornada que no llevó en Coahuila grandes contratiempos.

Para principios de diciembre los adolescentes de entre 15 y 17 años no vivieron una jornada parecida. Hubo quienes se quedaron a dormir en las instalaciones de los centros de vacunación para poder acceder a un lugar seguro por la mañana. Para los que llegaron en las primeras horas del día caminaron cinco kilómetros a paso lento, tal como lo hicieron en otros rangos de edad. De seis a siete horas de espera para al fin ser inoculados. Aunque no se escuchaban quejas entre los adolescentes por la espera, sí las hubo entre los tutores o padres que los acompañaron, molestos por la desorganización.

No había quién informara a lo largo de las largas filas. Algunos que no alcanzaron a vacunarse el día que les correspondía debían regresar al siguiente. Esto causó enorme confusión entre estos y los que les tocaba por apellido vacunarse en esa jornada.

En el tema de la desorganización, resultaron evidentes también la falta de personal para la limpieza y vigilancia. En el área de vacunas se formó una alfombra con los trozos de tela sucios, caídos luego de aplicado el biológico. Suponemos el exceso de cansancio al finalizar la jornada de quienes aplicaban las vacunas. Una de las jóvenes encargadas llegó a decir con voz iracunda a un par de niños que se acercaban a su zona: “Si siguen jugando por aquí les voy a poner un piquete que les va a doler mucho”.

Desorganización en la aplicación aparte –en el lugar no debiera permitirse el ingreso de niños–, las vacunas son verdaderamente la esperanza para aminorar, y esperemos erradicar, la pandemia. La píldora para aliviar la enfermedad, por ahora, es otra luz al final del túnel.

Pero, como se dice en términos futbolísticos, el balón sigue estando en nuestra cancha. La necesidad de continuar los cuidados. Seguir exigiendo el uso del cubrebocas, aplicar la sana distancia y cuidar de los demás si se tienen síntomas. Alejarse en los momentos de los estornudos o la tos. Ser responsables con la salud de uno mismo es un compromiso también con los demás. Esta es una de las lecciones de la pandemia: lo que hacemos con nosotros mismos tiene un impacto con quienes nos rodean.

La libertad de hacer lo que deseamos encuentra su límite con las personas dispuestas a nuestro alrededor. Pensar en ellas es ejercer la libertad con responsabilidad. La pandemia debe dejar una enseñanza de empatía, de apoyo y ayuda a los demás.

Por ello resulta indispensable la consideración con el otro. Ese “otro” al cual se refería Octavio Paz está presente ahora y aquí. La humanidad sigue navegando en el mismo barco.