‘La innoble vida del licenciado Torri’
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Hay un encanto particular e inolvidable en la obra de Julio Torri. No se sabe si aquello es poema, ensayo o cuento. En la librería, recuerdo al personal buscando en uno y otro estante porque el autor aparecía clasificado en los tres géneros. Su trabajo de creación literaria está reunido en un tomo pequeño titulado “Tres libros” (de nuevo la triada): “De fusilamientos”, “Ensayos y poemas” y “Prosas dispersas”. Cada “libro” es de pocas páginas tan sustanciosas como bellas e insuperables. Esa brevedad, que le otorgó el apodo de “El Cuentagotas”, es quizá lo que lo mantiene en un estrado no tan luminoso del parnaso mexicano. Como si solo los volúmenes de largo aliento fueran dignos del laurel. La literatura ha demostrado que no. Este carácter aforístico solo es posible con una inteligencia sobresaliente y una sensibilidad no menos sólida. ¿Qué hay detrás de esa sabiduría lírica tan poderosa? Me pregunto eso ahora que recién terminé “Licenciado Torri, abogado desencantado”, libro de ensayos de Manuel de J. Jiménez. Lejos de ver al maestro que idealizo, vi al joven jurista, tímido y soñador, que perdía los casos de sus clientes por pensar en la poesía española del barroco.
Este libro, editado por la Universidad Autónoma de Coahuila en la colección Cartas de Navegación, presenta cuatro ensayos sobre Torri y la jurisprudencia. El primero, “En el reino de los abogados”, es un recorrido por las ideas que el autor tenía sobre lo justo y la política. Manuel de J. Jiménez analiza tres textos aforísticos, donde Torri va de los dilemas de abogado hasta planteamientos filosóficos. El segundo ensayo, “La tesis y el juicio verbal”, relata un proceso interesante sobre el examen de grado del escritor saltillense. Curiosamente, Torri elige el tema “Breves consideraciones sobre el juicio verbal”, una “paradoja evidente” al ser un “joven tartamudo” quien defendiera este recurso para el ordenamiento mexicano. Jiménez comenta que las tesis de Torri y de Alfonso Reyes compartían fuentes en común, con una idea de fondo: la ley debe tener sentido en la vida. Torri argumentó sobre los problemas que los juicios escritos tenían para los pueblos originarios y la población analfabeta. También conocemos, en este ensayo, a los maestros de Torri, así como anécdotas de la vida estudiantil.
En el capítulo “Clientes Sordos”, el autor describe los puestos burocráticos en los que participó, sin mucho éxito, nuestro “Cuentagotas”. La inestabilidad política generó cambios inmediatos de trabajo. Además, su profesión le fastidiaba. Torri dice: “Sigo trabajando de abogado. A veces huimos del despacho por temor de que nos llegue un cliente”. Aunque ejerció poco tiempo, comprendió que lo suyo era la literatura, pero había que pagar las cuentas. Él mismo llamó a su historia una comedia “burocrática-picaresca”. Manuel de J. Jiménez sugiere que el nombre para una trama así, ya que Torri era un gran experto en literatura española, sería “La innoble vida del licenciado Torri”.
El último ensayo, “Estampas torrianas”, es un texto más personal en el que autor cuenta que conoció a Torri gracias a un taller literario de Raúl Parra. Jiménez, también abogado, se identificó con el espíritu de Julio Torri y entendió el binomio Jurisprudencia-Literatura. Durante todo el libro, los lectores conocemos datos y fuentes sobre el ateneísta. No podían faltar las referencias a Beatriz Espejo o Serge I. Zaïtzeff, especialistas en Torri. Tampoco las piezas literarias ni los maravillosos epígrafes que anteceden los capítulos. Disfruté particularmente el de Jaime García Terrés, quien profetiza: “No sería del todo caprichoso augurar que un ya no lejano día sobrepasará (Torri) en grandeza a la de sus contemporáneos más prolíficos”. Hay mucho más que decir sobre este libro que en su brevedad rinde homenaje. Antes de que se me terminen las líneas, sólo diré que esta obra es una oportunidad para descubrir un poco más a este escritor ya clásico, que como todo clásico siempre nos regala más de una verdad.