La otra historia
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En mi colaboración de la semana pasada, quise reconocer al Gobierno de la República por el gesto voluntario o no, de reconciliar a los bandos encontrados en la historia de México, particularmente en lo relativo a la gesta independentista. De tanto criticar al Presidente, a veces dan ganas de reconocerle algo. En tiempos de polarización, mi yo idealista tiene mucha hambre de encontrar esos pequeños espacios de concordia y unidad.
Como todos sabemos, la historia la han escrito y la escriben los vencedores en la perpetua lucha por el poder. Pero existe otra historia, crítica, construida desde la resistencia, no desde el poder.
¿Quién es el sujeto de la historia? Para los políticos, gobernantes y para las élites, el sujeto son las grandes figuras, los líderes, los gobernantes, los intelectuales, los clérigos, los empresarios, etcétera. El poder, en síntesis.
Visibilizar e invisibilizar figuras es una forma de calificar sin palabras. Además, los seres humanos somos muy dados a inmortalizar figuras históricas, olvidándonos de que se trataba de simples seres humanos, no más y no menos, con vicios y virtudes, aciertos y defectos. No eran perfectos ni mucho menos. Muchos heroicos sin duda, pero humanos.
El eterno ausente de la “Historia de México” es el pueblo, la carne de cañón, de fábrica, de parcela, de oficina. El pueblo diverso, multicultural, oprimido, explotado, excluido, negado, invisibilizado por las élites, “los nadie” de quienes habla Galeano.
Los hechos históricos (en esencia incognoscibles), son conflictivos, dialécticos, quienes escriben historia, articulan un discurso a partir de documentos, testimonios y restos, pero los articulan desde su propia visión de la historia, visión que lleva implícita una ideología y unos intereses muy concretos, una posición de clase o de grupo.
Reconocer el conflicto inherente al proceso histórico es el principio para comprenderlo y, en último término, para actuar en consecuencia, de acuerdo con los intereses de cada persona o grupo social.
Es igualmente preciso reconocer explícitamente que todos tenemos unos determinados intereses y que, fatal, necesariamente, opinamos a partir de ellos.
La idea de “unidad nacional” fue construida por las élites desde los tiempos de la reina Isabel de Castilla, para legitimar y consolidar los intereses de la clase dominante de cada etapa. El Estado-Nación apenas asomaba sus primeros intentos. La inmortalidad de figuras históricas y el concepto de nación y en consecuencia su unidad, servía para incluir y excluir a grupos de personas, crear subgrupos de seres humanos, con determinadas costumbres o idiomas, muchas veces sólo la cercanía geográfica conquistada, para dar fundamento al territorio conquistado por el poderoso.
Reconocer el conflicto de intereses en el seno de una sociedad cualquiera, es el principio de su solución, no el problema en sí. La historia oficial en México siempre parte de una unidad que no existe salvo en la mente de las élites y del tlatoani o presidente en turno que, de facto, las representa. El acierto histórico vendrá cuando, a partir de nuestras diferencias, y en común respeto, sin excluir al débil o al oprimido, acordemos las formas de convivir y a partir de ahí caminar. Ese acuerdo previo siempre nos lo han impuesto bajo una premisa de exclusión, de ahí que siempre fracasa.
@chuyramirezr