La ‘suerte’ de Debanhi
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Cargó el féretro de Debanhi Escobar el padre de Yolanda Martínez Cadena, otra joven desaparecida de la que aún se desconoce su suerte y paradero.
Gerardo Cadena decidió acercarse a Mario Escobar, al ver toda la atención mediática y de las autoridades que estaba recibiendo el caso de su hija, Debanhi, en contraste con el de la joven Martínez Cadena, quien permanece en el anonimato, casi el olvido, como cientos de otras mujeres en México de las que jamás vuelven a saber sus familiares, ni siquiera para darles una sepultura.
Así que... ¿Qué cree?
En esta infernal y absurda lotería en la que las mujeres mexicanas se juegan la vida todos los días, Debanhi es una de “las afortunadas”.
¡Vea lo ínfimos que son nuestros estándares y criterios de seguridad, de calidad de vida, de estado de derecho, de justicia, de gobierno, que Debanhi se sacó un “boleto ganador” porque su desaparición movió conciencias en todo México y apenas algunos elementos policiacos!
Es “afortunada” porque tiene un nombre y un rostro en contraste con sus anónimas contrapartes a las que ningún medio o corporación echaron en falta.
Es “suertuda” porque gracias a que hoy todos conocemos su nombre y los detalles de su caso, tiene una minúscula oportunidad de que se llegue a esclarecer qué fue lo que sucedió y con quién o quiénes se las vio en las últimas horas y minutos de su vida.
Resulta que a Debanhi “le fue bien” porque tiene un cierre en su historia, que no se queda para siempre en puntos suspensivos como otras tantas miles, y porque tiene una tumba a donde le puede ir a llorar su familia cada vez que el dolor les punce el alma.
¿Puede creer el actual estado de descomposición de las cosas, como para estimar que Debanhi es de las que “tuvo suerte”?
Tendemos a pensar que dicho estado de deterioro social y moral, al que estamos tan acostumbrados, que aceptamos como natural y que incluso a veces justificamos, flota en el ambiente, como la polución en el aire.
Pero no, la verdad es que vive con y en nosotros. Vive en nuestros hogares, lo replicamos, reproducimos, y heredamos, lo traemos impreso en lo más podrido de la idiosincrasia y lo llevamos por supuesto a nuestras escuelas, centros de trabajo y desde luego a la política, gobierno y dependencias, por lo que está asimilado e institucionalizado.
La violencia es ancestral y alguien podría decir que hasta inherente a nuestra cultura o resultado de la violenta fusión de nuestras raíces. Quizás.
Pero si al día de hoy México es un gigantesco cementerio de tumbas anónimas, de seres humanos que jamás, jamás, jamás habrán de recibir un mínimo de justicia ni tan siquiera verán su dignidad medianamente restaurada, es porque no hemos sido capaces de controlar, menos erradicar, todo el mal que portamos en nosotros.
Esperamos que un Gobierno llegue y mágicamente restaure el orden, la paz, el imperio de la ley, pensamos que ello es posible y desde luego que los políticos se aprovechan de esta creencia y nos lo venden como oferta de campaña.
Ningún candidato podría promocionarse con un discurso aludiendo a los verdaderos responsables de la violencia (nosotros), a sus reales causas y a verdaderas estrategias para contenerla en el mediano y largo plazo, porque simplemente terminaría en último lugar en la contienda electoral.
Es más práctico vender la idea de la violencia como fenómeno externo, ajeno a nosotros, al cual habrá de enfrentarse como un valiente jefe de un grupo de comandos que brindará esa sensación de tranquilidad a los ciudadanos a punta de rifle de asalto. (¡Claro, porque nada se siente tan seguro como una población vigilada por encapuchados con armas largas!).
Nadie está culpando al presidente López Obrador, ni siquiera al gobernador Samuel García, del asesinato de Debanhi Escobar y todos los delitos asociados a este hecho que resulten.
En cambio se acusa la poca importancia que en sus respectivas administraciones parece ocupar el tema de la seguridad, la trivialización del ejercicio del poder público (una total falta de seriedad les caracteriza) y una mayor preocupación por sus activos de popularidad que por cualquier problema real (en el caso de AMLO en particular, habría que contabilizar el tiempo presidencial que ha invertido en refutar, desacreditar y denostar a la prensa que no le favorece).
Sus fallas son otras, más no concretamente las causas de este deceso, con el que sin embargo no dejan de tener una lista de responsabilidades a cubrir.
Pero pasa que cuando nuestra violencia, de la que venimos hablando, que es más bien doméstica, personal, asimilada, no de cárteles ni de grupos delictivos, sino la violencia nuestra, se mezcla con la incompetencia de las corporaciones propiciada por nuestros gobiernos indiferentes, es entonces que aprendemos que es muy improbable que nuestras acciones tengan consecuencias.
Es entonces que prospera la noción de que podemos, en un momento dado, tomar lo que sea sin recibir castigo y por “tomar lo que sea” nos referimos a bienes ajenos, a los recursos del erario, a una vida, o a decenas.
Y esa mezcla, de violencia normalizada e indiferencia institucional, no sólo selló la “suerte” de Debanhi Escobar, sino la de todas las tumbas que aún quedan por ser descubiertas en el territorio nacional.