La tregua
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En el libro “El hombre eterno”, Chesterton narra: “Ninguna leyenda pagana, anécdota filosófica o hecho histórico, nos afecta con la fuerza peculiar y conmovedora que se produce en nosotros ante la palabra Belén. Ningún otro nacimiento de un dios o infancia de un sabio es para nosotros Navidad o algo parecido a la Navidad; es demasiado frío o demasiado frívolo, o demasiado formal y clásico, o demasiado simple y salvaje, o demasiado oculto y complicado. Con la Navidad sentimos como «algo que nos sorprende desde atrás, de la parte oculta e íntima de nuestro ser», como si encontráramos algo en el fondo del propio corazón que nos atrae hacia el bien, como un momentáneo debilitamiento que, de una forma extraña, se convierte en fortalecimiento y descanso”.
Milagro en el frente
Ahora que “extraoficialmente” inicia en México la época navideña deseo, de nueva cuenta, compartir una de las historias más conmovedoras y hermosas de esta época, que evoca a la humanidad perdida. Me refiero a un evento trascendental que ocurrió hace casi 100 años, cinco meses después del inicio de la Primera Guerra Mundial y que, desde entonces, ha sido un misterio, pero sobre todo motivo esperanza.
Fue un acontecimiento que habla del sorprendente poder de la Navidad para humanizar y sensibilizar el corazón de las personas, independientemente de sus creencias religiosas, posiciones políticas y de las circunstancias en las que se encuentren.
Me refiero a una singular tregua, posiblemente la primera en su género. Sucedió en pleno combate, en algún instante de la víspera de un 25 de diciembre de 1914 y que, por razones racionalmente inexplicables, sencillamente los alemanes, los ingleses y franceses -estos últimos aliados y enemigos de los primeros- dejaron de combatir para compartir el misterioso sentido de la Natividad.
Fue un acontecimiento espontáneo, como suelen ser los milagros. Nadie sabe con precisión cómo se originó. Se estima que fueron los alemanes quiénes primero tendieron la mano, pero continúa el misterio del motivo por el cual este fenómeno se recreó en la mayor parte del frente, ya que había la orden expresa, por parte de las autoridades supremas de ambos contingentes, de no fraternizar con el enemigo durante la Navidad.
Era la primera Navidad de la Primera Guerra Mundial cuando, justo en medio de las trincheras, un silencio misterioso surgió y los enemigos milagrosamente empezaron a estrecharse las manos. Brindaron entre ellos y entonaron cantos navideños. Por un momento la guerra quedó en el olvido, inmovilizada; el odio y la violencia desaparecieron. Ahí, entre el lodo, el frío y los aún humeantes desechos del enfrentamiento de apenas unas horas antes, se produjo el gran prodigio: un auténtico encuentro humano, en cada rostro enemigo los soldados reconocieron su propia humanidad; vieron sus propios rostros reflejados en los rostros de los “otros”. La trinchera se convirtió en un Belén, y ahí Jesús espontáneamente volvió a nacer.
Se sabe que los soldados ingleses estaban muy nerviosos y, por tanto, a la expectativa, a raíz de un comunicado de inteligencia militar que había sido despachado precisamente el día 24 de diciembre, el cual alertaba: “informes fidedignos indican como posible que el enemigo planee un ataque para las noches de Navidad o Año Nuevo. Se debe mantener una vigilancia especial en esas fechas”, lo que indicaba que todo estaba dispuesto para otra encarnizada lucha; motivo por el cual, mucho más extraño fue el fenómeno que de la nada se suscitó.
Los alemanes católicos, unos años antes, habían empezado la costumbre de llevar árboles de navidad a sus casas para celebrar el nacimiento de Cristo. Siguiendo con esta tradición el ejército germano envió, en vísperas de la navidad, arbolitos a las tropas del frente.
En un punto del frente el regimiento alemán adornó con luces varios de los árboles navideños, pero del otro lado, los soldados del regimiento británico, al ver las luces, pensaron que era el inicio del esperado ataque y empezaron a disparar. Sin embargo, los ingleses se desconcertaron: los alemanes en esta ocasión no respondieron al fuego.
Este fue el preludio del fenómeno referido que se inició en algún instante de la noche navideña, según lo relataron varios testigos: “el frente estaba en total silencio. Solo se oían esporádicos cantos navideños provenientes del lado germano”.
Pero el asombro fue aún mayor. Más tarde, los azorados ingleses oyeron voces que los llamaban desde el lado germano, en un inglés con un fuerte acento germánico. La propuesta que gritaban los soldados era muy sencilla: “You no shoot, we no shoot” (Si ustedes no disparan, nosotros no disparamos).
Intercambios ‘ilegales’
En general, fueron los alemanes los que encabezaban las informales e ilícitas propuestas de paz. En lugares del frente los soldados desplegaban carteles con la leyenda “Merry Christmas” (Feliz Navidad). Algunos soldados alemanes se animaron a salir al descubierto, ya en la madrugada, para dar regalos a los asombrados e incrédulos ingleses que respondieron de la misma manera.
El efecto se multiplicó. Al amanecer del día 25, los oficiales de los batallones no daban crédito a sus ojos. En la terrorífica denominada “tierra de nadie” (“no-man’s land”) decenas de soldados espontáneamente abandonaron las trincheras, totalmente desarmados y dejando el miedo a un lado, para estrechar las manos de sus enemigos e intercambiar abrazos y todo tipo de obsequios “ilegales”: chocolates, cigarros, botones, cerveza, coñac, diarios, incluso fotografías familiares. También hubo ceremonias funerarias compartidas e intercambio de prisioneros. Se sabe que el regimiento alemán regaló a los ingleses un tonel de cerveza, en muestra de buena voluntad.
Esta “no oficial” tregua se extendió en el frente de casi ¡800 kilómetros!, donde más de un millón de soldados se encontraban atrincherados (desde Bélgica hasta la frontera con Suiza); también se documentó que esta milagrosa tregua fue especialmente cálida en un tramo de 48 kilómetros alrededor del poblado Ypres (Bélgica), lugar donde se organizaron partidos de fútbol.
En la mañana del 26 terminó la pausa de paz, aunque en algunos lugares específicos se prolongó hasta el fin de año.
Natividad
En medio de la violencia y división que desgraciadamente habita en el México cotidiano, la reflexión derivada de esta milagrosa tregua es hoy más necesaria que nunca: la paz y la fraternidad son posibles cuando hay disposición al encuentro y al diálogo, cuando los seres humanos se reconocen como “personas” ante otras “personas”.
La época de la Navidad es más que regalos, posadas y cenas, representa un cúmulo de momentos para vernos como seres humanos: indigentes, desprovistos, pequeños. Pero también es tiempo propicio para descubrir una sorprendente paradoja: que es en esa misma indigencia donde reside la fuerza capaz de trasformar nuestro interior, logrando así cambiar para bien nuestro medio ambiente inmediato. Porque en la Natividad se encuentra el misterio del amor fecundo que tiene su origen en Belén y que, aún hoy, después de dos mil años, sigue provocando que la fraternidad sea un bien posible.
‘Agacharse’
En cuanto a Belén, Martín Descalzo comenta: “quienes han visitado Belén lo saben: la única entrada de acceso a la Basílica de la Natividad es una portezuela de poco más de un metro de y medio de altura, por la que sólo se puede penetrar o siendo niño o agachándose. Y el hombre aún no ha aprendido a crecer agachándose. No sabe que a Dios sólo se llega por la puerta del asombro. No por la de la grandeza, sino por la de la pequeñez. No por la de las enormes y sabias teorías, sino por la del silencio”.
Para arribar a esas alturas es necesario “agacharnos”, hacernos pequeños, guardar silencio, desarroparnos de la soberbia, la indiferencia y el miedo; es preciso conocer el origen y practicar el sentido del mensaje de la persona-Dios que, hace veinte siglos, nació paupérrimo en Belén; y luego, a partir de esta realidad, atrevernos a humanizar nuestro endurecido y metalizado corazón.
Posiblemente, ante tanto desencanto, ante la humanidad impugnada, hemos olvidado que la milagrosa y verdadera tregua para la humanidad se originó en el gran silencio planetario que se produjo en el instante del nacimiento de Jesús. Desde entonces la esperanza ha prevalecido sobre las peores trincheras del mundo, “convirtiendo la fe, en más de una manera, en una religión de cosas pequeñas... la divinidad en la cuna de Belén”.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
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