Lasallistas
El 4 de marzo de 1907, hace más de una centuria, llegaron a Saltillo los Hermanos Lasallistas. Desde entonces, los surcos arados en la tierra y las semillas sembradas han dado incontables frutos. Frutos que se reflejan, cada uno, en el inconmensurable cielo saltillense.
Con sus orígenes en Francia, la de los hermanos lasallistas es la historia de una congregación intelectual con gran capacidad de renovación. Su misión ha sido ponderar la importancia de la educación de niños y jóvenes, en sus primeras épocas enfocada exclusivamente a los varones y desde hace algunas décadas extendida también a la niñez y la juventud femenina. Su contribución en ese ámbito ha sido muy amplia y con consecuencias sociales y culturales muy positivas a nivel mundial, y de forma particular en nuestro País. La historia de los Hermanos Lasallistas en México es una historia de amor y tenacidad. Incluye persecuciones, exilios, fusilamientos y confiscaciones sufridos en diversas etapas: la revolución, la persecución religiosa, la imposición de la educación socialista en época de Lázaro Cárdenas, la guerra de los Cristeros...
Su presencia en Saltillo durante más de un siglo no escapa a las persecuciones. Llegaron en 1907 y abrieron un asilo y escuela para huérfanos. Siete años después, ante la escasez y la inseguridad que trajo consigo la revolución, aunada al estallamiento de la Primera Guerra Mundial en 1914, se vieron en la necesidad de cerrar sus instituciones y abandonar la ciudad para concentrarse con los otros hermanos lasallistas en La Habana. En el intento, algunos tuvieron que dispersarse a diversos lugares de Estados Unidos, sin poder llegar a Cuba.
Los hermanos regresaron a Saltillo en 1933 bajo el amparo del obispo Jesús María Echavarría y establecieron una pequeña escuela en la calle Bravo. Poco después, el Estado mexicano impuso la educación socialista y vinieron tiempos de acoso y negación a su tarea educativa. Las autoridades federales cerraron su escuela, pero su admirable vocación para la enseñanza los empujó a seguir impartiendo clases. Escondidos en los anexos y la torre de la Catedral, con toda clase de riesgos y dificultades, tuvieron 30 niños y jóvenes inscritos y en tres años lograron graduar en la carrera comercial a siete alumnos.
Por fin se establecieron en el edificio que hoy alberga el Asilo de Ancianos Ropero del Pobre, en la calle Hidalgo al sur. En 1939 lograron la incorporación oficial de la Academia Comercial Ignacio Zaragoza. Un año después, en 1940, abrieron la secundaria y la institución se estableció como Colegio Ignacio Zaragoza (CIZ). En 1961, el CIZ ocupó sus actuales y modernas instalaciones en el norte de la ciudad, y en 2005, con la ULSA, abrieron las puertas a la educación superior. Sus instituciones se consolidaron firmemente en los valores enseñados por san Juan Bautista de La Salle: fe, fraternidad, servicio, compromiso y justicia.
El CIZ es hoy una institución inmensa y con miles de alumnos, en la que enseñan muchos maestros guiados por los hermanos. ¡Cuántos hermanos y cuántos maestros volcaron en sus aulas su amorosa vocación en estos más de cien años! Y todos han entregado, en un acto personal comprometido, su quehacer para enseñar a sus alumnos a remontar el vuelo.
Muchos hermanos lasallistas ejercieron su labor educativa en Saltillo con esa dedicación y profunda vocación que tanto sentido dan a sus responsabilidades como educadores y formadores, y muchas generaciones de saltillenses se han beneficiado de su enseñanza. En mi familia, desde mi abuelo hasta mis nietos, agregados mi yerno y mi nuera. José Sota Muguerza, mi abuelo materno, después de estudiar siete años con los jesuitas en el Colegio de San Juan en Saltillo, fue enviado al St. Mary’s College, un colegio lasallista en Oakland, Estados Unidos, entonces exclusivo para varones. Dos de sus tataranietas terminan este año, una la secundaria en el CIZ y la otra su carrera en la ULSA. Con ellas se cierra el ciclo de cinco generaciones lasallistas.