Los límites de la libertad de expresión
COMPARTIR
La pregunta permanente para los medios de comunicación social es y será: ¿cuáles son los límites de la libertad de expresión? Porque tener una pluma, un micrófono y un espacio en cualquier foro es una gran responsabilidad, y más cuando dentro de nuestros presupuestos no está contemplado el principio de dignidad humana y la llamada regla de oro que se trasluce bajo el axioma de: lo que no quieras que hagan –escriban, hablen o infieran– contigo, no lo hagas con los demás. La historia nos ha mostrado, en ese rubro, que la justicia llega tarde, pero llega.
Así que por más que se quiera complejizar la pregunta, la respuesta es simple porque el artículo 6 lo resuelve de forma sencilla, pues se afirma que “la manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público (...)”.
Por tanto, ataques a la moral, es decir, lo establecido, lo convenido, lo permitido o lo acordado socialmente por un grupo determinado; ataques a la vida privada, para diferenciarla de la pública, donde existe una familia, un grupo de amigos y la intimidad que debe de ser inviolable; y finalmente los derechos de terceros que es donde
–desde la perspectiva de John Stuart Mill en “On Liberty”– termina y comienza la libertad del otro, son desde la perspectiva del sexto constitucional los límites de la libertad de expresión.
Impresiona la valentía con que se insulta, se agrede y se falta al respeto a los demás en los medios, esto se ha convertido en una práctica constante y por tanto en una industria floreciente. Los contraejemplos los tenemos por todas partes, lo sorprendente es que si revisamos la historia no fueron permanente agresivos e insultantes, lo fueron en un punto específico: sobre todo cuando se dañaron sus intereses, para ser más claros, sus entradas, o por otro lado, como en tiempos del periodo grecorromano o posterior al siglo de oro de la filosofía, cuando sus plumas se rentaron al mejor postor.
O no lo saben o es preciso que se les recuerde a muchos comunicadores, de prensa, radio, televisión o redes que los medios surgieron para comunicar la verdad y para contribuir a la construcción del bien común. Lo del entretenimiento y la diversión vinieron después. Como afirma Giovanni Sartori, los medios son una “paideia”, es decir, una instancia educadora de la sociedad.
Dice el artículo 5 de la Ley de Radio y Televisión en México que los medios como constructores de la realidad tienen “la función social de contribuir al fortalecimiento de la integración nacional y el mejoramiento de las formas de convivencia humana”, y que “a través de sus transmisiones, procurarán afirmar el respeto a los principios de la moral social, la dignidad humana y los vínculos familiares; evitar influencias nocivas o perturbadoras al desarrollo armónico de la niñez y la juventud; contribuir a elevar el nivel cultural del pueblo y a conservar las características nacionales, las costumbres del País y sus tradiciones, la propiedad del idioma y a exaltar los valores de la nacionalidad mexicana”, y con respecto al tema en cuestión “fortalecer las convicciones democráticas, la unidad
nacional y la amistad y cooperación internacionales”.
Convendría que quienes tienen la posibilidad de comunicarse cotidianamente realizaran un ejercicio de introspección al respecto. La infodemia y la posverdad, como se decía en la entrega anterior, tienen como base la emotividad, el sentimiento o las creencias de quien emite la información. Es decir, la subjetividad impera y por tanto se desinforma, se deforma, se complica y se cancela el acceso a la verdad.
Los medios, cualquiera de ellos, son un tamiz cuyo sentido de existir es la edificación de una sociedad justa, equitativa y sostenible, no me vaya acusar de iluso porque esa sería su deontología, porque son poseedores de una gran influencia, determinan hábitos y costumbres, establecen las agendas políticas, sociales y económicas, son intermediarios entre la sociedad y los poderes políticos, informan, forman, sensibilizan y movilizan; pues si son conscientes de todo esto demuéstrenlo produciendo información que sume y multiplique, no que resta y divida.
El artículo 6 constitucional afirma: la democracia es simple; protege la diversidad, la pluralidad, la multiculturalidad que se trasluce en formas de ser, de pensar y de actuar. ¿Será muy complicado entender eso? O el problema será como afirma Pêcheux en su texto “Hacia un análisis sistemático del discurso”, que los discursos siempre están asociados con los modos de producción económicos, sociales, políticos e ideológicos dominantes. Probablemente ahí está la clave.
El artículo 6 faculta el derecho a la libertad de expresión en todas sus formas y se enmarca en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, donde sin lugar a duda el respeto a la dignidad del otro es factor determinante, esos para quienes se solazan en los insultos y las burlas sistemáticas a quien se les pone enfrente y no pertenecen a su equipo, son los límites de la libertad de expresión.
Así las cosas.
fjesusb@tec.mx