Los propósitos de las mentiras
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Hoy he pensado mucho en las mentiras. No suelo mentir, a menos de que contemos las veces que digo que estoy bien cuando no es cierto. O cuando digo que no necesito nada cuando la verdad es que sí necesito, y mucho. Normalmente si no quiero responder a una pregunta, simplemente no respondo. Dicen que quien calla otorga. Tal vez es verdad.
Pero también he estado contemplando a las personas que conozco que tienen el hábito de mentir. Les conviene. Y es probable que mucha gente les cree, y habrá quien no les cree nada nunca. He escuchado muchas mentiras y he decidido consentir un sin fin de ellas, voluntariamente. Sé que lo que me dicen no es verdad. Sé que hay recovecos en las historias y cosas que, así como yo, no soportan ver de frente. Y así está bien.
No puedo culpar a alguien que no quiere ver sus fracasos y sus tristezas, que prefiere enmascararse en una envoltura de sobrevaloración de su vida y posibilidades. No puedo culpar a quien desea conquistar el mundo a través de la fantasía y la imagen. Seguramente estoy contemplando este tema desde los filtros de la proyección de mis propias mentiras. Sí, yo desearía vivir una vida de fantasía, como en los mundos que inventaba cuando niña para entretenerme y, la verdad, para sentirme que había un mundo donde yo era el centro del universo, que no lo soy.
Las mentiras tienen propósitos. Conquistar, por ejemplo. O vender. O evadir. A veces la vida es un lugar poco agradable y la realidad es poco amable. Entiendo. Acompaño.