Mancha que limpia
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Y sucedió que doña Carmen Arredondo se enamoró perdidamente de don Mariano Arista.
La cosa no hubiese sido de extrañar: doña Carmen tenía juventud y belleza, y a don Mariano se le conocía por su apostura y gentileza, y por ser además uno de los hombres más poderosos de la República. El problema estribaba en que doña Carmen Arredondo era casada. Estaba unida por el sagrado vínculo matrimonial al señor doctor don José Eleuterio González, llamado con respetuoso afecto “Gonzalitos” por sus conciudadanos de Monterrey.
Muy grande ha de haber sido el atractivo que el general Arista ejerció sobre la señora Carmen para llevar a ésta no sólo a violar todos los códigos impuestos por la ley y por la religión, sino sobre todo a faltar a la palabra dada a aquel hombre bueno, bonísimo que era el doctor Gonzalitos. Seguramente Arista envolvió a la joven mujer en las redes de su palabra, seductora y convincente, y en el encanto de su presencia de galán. No era Arista hombre educado, y aun había quienes lo tildaban de ignorante. Así, no era conceptuoso en su trato con las damas, pero cuando se lanzaba a una campaña de amor llevaba consigo la infantería de sus encantos físicos, la caballería de su insistencia y la artillería de su fuerza de varón pudiente. Las más de las veces, entonces, por no decir que todas, se salía con su intento de rendir las femeninas fortalezas en que ponía los ojos antes de poner luego todo lo demás.
Doña Carmen no era una señora de las de a dos por cinco. Su padre -aunque no legítimo, sino natural- fue aquel tremendo señor don Joaquín de Arredondo. Los historiadores regiomontanos han narrado con lujo de detalles las demasías de este español peninsular de rudo carácter y actitud soberbia que vino a México en los días de las primeras luchas entre los insurgentes y el gobierno virreinal. Designado gobernador de la Nueva Santander se le envió luego a las Provincias Internas de Oriente, territorios que hoy pertenecen a Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León. Se estableció en Monterrey, y ahí trabó de inmediato pugnas con todas las autoridades civiles y religiosas, pues no toleraba que nadie tuviera más poder que el suyo. Se hizo famoso igualmente don Joaquín por su crueldad y falta de pundonor militar: cuando Francisco Javier Mina hizo su infortunada expedición a México, Arredondo recibió encargo de perseguirlo. En el curso de esa campaña puso sitio al puerto de Soto la Marina, lo tomó después de un fatigoso sitio, y a pesar de promesas muy formales que había hecho trató con inusitada crueldad a los vencidos.
Ninguna de las violencias que dieron a su padre mala fama tenía en su carácter doña Carmen. En ella aparecieron, sin embargo, ciertos rasgos paternos que la hacían caer en tentaciones de soberbia. Así, cuando Arista la hizo objeto de sus solicitaciones amorosas ella vio en el gallardo militar todo aquello que no podía ver en su marido. Era el doctor Gonzalitos, como el nombre parece sugerir, hombre de poca entidad física, y de carácter tan dulce y bondadoso que muchos lo juzgaban apocado. No era guapo, además. ¿Qué apóstol está obligado a serlo? Tampoco tenía destreza en cortesanías de amor. De ese modo, en la batalla que sin saberlo libró en el corazón de su mujer contra aquel recio hombre que era Mariano Arista, el doctor Gonzalitos estaba vencido aun antes de luchar. (Continuará. Sigue lo mejor).