Mirador 09/10/2021
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Ninguno de los perfumes que se venden en París o Nueva York tiene la fragancia que despide el té de yerbanís cuando hierve en la cocina de la casa de Ábrego.
Quizá es su aroma lo que hace que don Abundio evoque cosas del pasado. Cuenta:
—Allá en aquellos años había una cruz de piedra a la orilla del camino. Si las muchachas casaderas querían que su marido fuera de la Ciénega, Jamé o el Saltillo, besaban la cruz por el lado del poniente. Si querían que el galán viniera de Casillas, Rayones o Santiago, la besaban por el lado del oriente. Rosa, mi mujer, llegó a los 20 años sin casarse. Era ya una solterona. Entonces besaba la cruz por los dos lados.
Reímos todos, menos doña Rosa, que se encalabrina. Retoba con enojo:
—Viejo hablador.
Don Abundio forma el signo de la cruz con los dedos índice y pulgar, se lo lleva a los labios y jura:
—Por ésta.
¡Hasta mañana!...