Objetos alterados o Lima en el corazón
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Sembrar nuevos actos que den a luz nuevos recuerdos y brindar por los recuerdos que anidan en alguna esquina de la oreja o del corazón. Estas y otras cosas permiten que uno entre a la vida de una manera suntuosa que solo tienen quienes ficcionan sus existencias. ¿Quién no ha compartido algún recuerdo una y otra vez? ¿Por qué ese recuerdo y no otro? Causas desconocidas y está bien, así opera el interior.
Aquí va uno mío. Lima. Ciudad amarilla. Tengo en la memoria una malata rodante con alas que le dan vuelo, adentro de ella caben todos los sueños de una artista que recorre las calles y entra al teatro como entra a su casa o a los jardines. Traigo en la agenda de hoy, un calendario que generó otro hombre, un calendario con tres días de pago, uno tras de otro, seguidos por quince día de vacaciones y dos viernes después. Por qué no, tal vez dos miércoles porque están cerca de los jueves y estos más aún de los viernes. Lunes no, porque la cara del lunes, dice él, es la más hostil para los trabajadores. Traigo en el estómago una casa iluminada por dentro, hecha con los cordeles del mercado, esos usados para las cajas de frutas y verduras donde trabaja la madre del joven creador.
Traigo también un banco aterciopelado en donde me siento para colocarme unos audífonos y escuchar cuánto cuesta un corazón, contemplo junto a la luna del amplio espejo, tres fotografías de la artista, atravesados por un palillo, a manera de anticucho, ese corazón de res que los limeños suelen consumir en láminas delgadas -como uno acá lo hace con los tacos en México. Se mecen también barcos de papel en una pecera.
Traigo en el olfato jabones aromados para el cuerpo a los que le salen espinas, vidrios o piedras punzantes, colocadas diligentemente por una creadora experta en ciencias sociales, el sonido de una virgen cayendo desde las alturas, que fue restaurada o un arcángel sometido al fuego. Traigo a un hombre objeto que, de traje formal, inamovible, deja salir la luz de una lámpara hacia su rostro como parte de la exhibición. A un árbol desprovisto de hojas que usa minifalda zapatos rojos. Con ramas modeladas, tengo un nido o una taza que son lo mismo, donde yace al fondo la fotografía de la artista y versos bordados sobre manta blanca. Un hombre sin cabeza que carga en una caja de malla metálica, partes de otra persona ¿o de sí mismo?
Traigo la imagen de esas viejas consolas que se abren para discos de vinilo, y al mando, la imagen del poeta César Vallejo como DJ de la música que de ella emerge. Un altar de corazones, con curitas y mertiolate. Un plato de sopa aderezada con un martillo e hilos de colores.
Traigo en los ojos de ayer, máscaras blancas o fragmentos todos que penden del aire, hechos del rostro de otra artista. Y en la pared un Cristo cuya corona son balas desplegadas y dice Conga; o un biberón de cristal lleno de leche y balas. Como contrapunto, una pared de pétalos que marcan círculos. También dos maderos pulidos numerados, uno de ellos abre los labios para contener agua.
En fin, traigo cuerpos y risas deslizándose por la escalera enorme y antigua de las Casa de la Literatura Peruana . Traigo recuerdos, sí, esa palabra que proviene del latín “recordari “, compuesto por “re”, que significa de nuevo, y “cordis”, corazón. Heme aquí que a todasy todos, los vuelvo a pasar por este corazón. Así la vida tiene de nuevo el lujoso desorden que da la poesía.