PERSONAS DE PAJA
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Aprender a bajar los brazos, mantener abajo la guardia y en lugar de eso abrir el alma confiando en los demás
En ocasiones las películas encierran mensajes dignos de reflexión. Tal es el caso de “Esperanza de vida” (1991), película que narra la historia de un eminente y exitoso doctor, interpretado por William Hurt, cuya única preocupación residía en colmar sus días con el agitado -y muy bien remunerado- trabajo en uno de los hospitales más prestigiados de los Estados Unidos.
Un día, al ser revisado en el hospital por un insignificante padecimiento, se le diagnostica un cáncer en la laringe que, si bien era operable, podía poner en riesgo su vida.
Entonces, al convertirse repentinamente en paciente en el mismo hospital donde trabajaba, le toca experimentar los invisibles, pero insalvables escalones administrativos que cualquier enfermo debe transitar con resignación, tampoco puedo salvarse del absurdo papeleo, de las confusiones y hermetismo al acceso a la información médica y de las abarrotadas y tediosas salas de espera.
A través de la experiencia de ser paciente puede descubrir la importancia de los sentimientos y de las relaciones personales con los pacientes y la diferencia tan importante que existe entre tratar simplemente a un enfermo y el preocuparse verdaderamente por él.
Durante este trance conoce a una joven llamada June, quien se encontraba en la etapa terminal de un cáncer cerebral, pero a pesar de su agonizante futuro, June llevaba la vida en una sonrisa. Paulatinamente, entre ellos se inicia una corta, pero profunda amistad.
A medida que pasa el tiempo, el médico aprende del entusiasmo de su nueva amiga, de la manera que ella enfrenta el sufrimiento, de su valor y dignidad ante su eminente muerte.
La joven le enseña lo inútil que es temerle al futuro. Le muestra el coraje de vivir el presente y la fe para comprender que la luz basta para un día, para el respiro de un momento, de esta manera ella le regla al doctor el significado de la esperanza.
SOBERBIA
El médico ante su nueva realidad, de repente comprende que al haber optado exclusivamente por la excelencia profesional - vivir para trabajar -, había sacrificado su vida personal y familiar, transformado su existencia en una larga y monótona siesta. Se da cuenta de que aun cuando tenía una hermosa familia, realmente vivía en una honda soledad y que el ruido del trabajo y del éxito económico lo tenían totalmente narcotizado.
Con dolor comprende que deliberadamente se había abandonado a la rutina y por ende a la mediocridad y desesperanza. Entiende que, a pesar del éxito laboral y del dinero acumulado, padecía una de las enfermedades más terribles de la época actual, esa que es silenciosa e indolora, originada por la falta de sentido existencial, por la soberbia de pararse en el mundo con los brazos muy abiertos, pero sin desear en el fondo acoger a nadie.
RAZONES DE VIDA
Así pues, este médico, al reflexionar sobre su realidad y ante el miedo por esta enfermedad física y espiritual, puede percatarse que aún tiene infinitas razones para vivir, y que dichos motivos trascienden el campo laboral, la fama y el éxito material.
Esta reflexión le permite redimensionar su vida, empezar a recuperar a su familia, encontrar el auténtico sentido de su trabajo y de su propia existencia.
ESPERANZA
Antes de morir la joven le escribe al doctor la siguiente historia: “En un lugar había un granjero que tenía muchos campos perfectamente cultivados, pero para cuidar sus posesiones tenía que mantener a todos los animales lejos de los cultivos y para ello utilizaba toda clase de cercas y trampas. Aun cuando tenía éxito, el granjero se sentía profundamente solo, así que un buen día decidió que ya no quería estar solo, se fue a uno de sus campos y se paró justamente en medio de él para dar la bienvenida a todos los animales que quisieran entrar. El granjero permaneció ahí desde el anochecer hasta el amanecer con los brazos totalmente extendidos esperando el arribo de algún animal. Pero, para su sorpresa, ni un solo pájaro se acercó, ni una sola criatura se aproximó, pues toda la fauna estaba aterrorizada por el nuevo espantapájaros”.
Y concluye aconsejando al médico: “para que seas acogido por la vida lo único que debes hacer es bajar tus brazos, sincerarte, abrir tu corazón, desplegar tu alma y vivir con esperanza”.
ESPANTAPÁJAROS
Hay que admitir que en estos tiempos la mayoría de las personas andamos por la vida como espantapájaros: con los brazos muy abiertos, pero sin ganas de convivir; con los brazos extendidos, pero para recibir, no para dar.
Nos convertimos en espantapájaros cuando en el trabajo hacemos lo mínimo necesario; cuando atendemos a ese cliente con prepotencia o sin ánimo; cuando vamos a la escuela deseando que el maestro no llegue; cuando “soportamos” a los “otros”, a la pareja o a los padres; cuando negamos el corazón al necesitado que habita a nuestro lado; cuando, en lugar de visitar con amor a los padres lo hacemos con amargura o resentimiento, o cuando simplemente nos olvidamos de ellos, cuando olvidamos ser agradecidos con aquellos que se acercan para ayudarnos.
Somos espantapájaros cuando omitimos esa palmada de aliento a quien lo necesita; cuando pasamos indolentes ante el dolor y la miseria; cuando construimos muros en lugar de puentes; cuando ascendemos en la chamba para entregamos a la soberbia; cuando volteamos el rostro para no ver a ese “limpia vidrios” que hace por ganarse la vida; cuando nos cerramos y evitamos entregarnos. En fin, espantapájaros somos cuando dejamos de existir por no “vivir” la tremenda aventura de la vida con pasión y entrega.
Paul Valéry decía: “un hombre solo está siempre en mala compañía” y estamos solos cuando adoptamos la postura del espantapájaros.
SALVACIÓN
Sería bueno aprender a bajar los brazos, mantener abajo la guardia y en lugar de eso abrir el alma confiando en los demás, entonces también cultivaríamos infinitas esperanzas. De lo contrario, podremos llegar a ser personas exitosas laboral y económicamente, pero corremos el riesgo de convertirnos también en seres sin corazón: tristes espantapájaros vivientes, personas de paja, muertos en vida, con un inmenso hueco en el pecho, aterrorizando a diestra y siniestra, esperando a que cualquier fuego nos queme para siempre.
El doctor de la película “esperanza de vida” fue salvado espiritualmente por su joven amiga Jane, quien a través de su pasión y amor por la vida le deja una importantísima lección, expresada hace siglos por Séneca: “Nadie se preocupa de vivir bien, sino de vivir mucho tiempo, a pesar de que en la mano de todos está el vivir bien, y en la de nadie vivir mucho tiempo”. Quizá comprender esta sentencia sea el antídoto más eficaz para no convertirnos en personas de paja y evitar la indiferencia y la tibieza en la que vivimos.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
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