Poner las cosas en su lugar
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Hay actos simbólicos que representan una manera de hacer justicia. Es el caso de la develación el sábado 18 de septiembre de la escultura de Xicoténcatl Axayacatzin en el pueblo Mágico de Bustamante, Nuevo León, a 335 años de su fundación.
Los habitantes de este lugar que espero, pronto recupere su nombre antiguo de San Miguel, sumándoselo al de Bustamante; son herederos de los habitantes de San Esteban de la Nueva Tlaxcala, hoy Saltillo, Coahuila, que se asentó en 1591 junto a la Villa de Santiago del Saltillo, población criolla que estaba por extinguirse. Descendientes de estos tlaxcaltecas oriundos del Señorío de Tizatlán, lleg aron antes del año de 1686 acompañados por frailes franciscanos hasta que en septiembre de ese año se realizó el acto fundacional según los cánones de la época junto al ojo de agua al que luego llamaron de San Lorenzo. El capitán Diego de Villarreal atestiguó la fundación que ya había autorizado el Gobernador del Nuevo Reino de León, Agustín de Echeverz y Subiza, Marqués de Aguayo.
Eduardo Villegas Mejías, coordinador de la Memoria Histórica y Cultural de la Presidencia de la República, en su intervención en la ceremonia dijo: “Develar este monumento de Xicoténcatl en Bustamante es de cierto modo poner las cosas en su lugar.
“Poner las cosas en su lugar porque Bustamante, a pesar de estar en Nuevo León, es en buena parte un asentamiento tlaxcalteca que ha sabido resguardar su memoria y sus tradiciones a lo largo de más de 300 años. Por eso es justo rendir un homenaje a este origen”.
Ese cálido mediodía de 39 centígrados a la sombra recordé al maestro Desiderio Hernández Xochitiotzin, quien fuera gran muralista y cronista de la ciudad de Tlaxcala, cuando en 1997 llegó a Bustamante y en sus afueras me pidió detener el automóvil para bajarse de éste y besar el suelo. Luego ya estando en el centro histórico del pueblo pidió que se echaran al vuelo las campanas del templo de San Miguel Arcángel y lloró al escucharlas porque sus ancestros tlaxcaltecas habían llevado la religiosidad como uno de los productos centrales de la colonización en la parte norte de la Nueva España.
“No fue un viaje menor el de aquellas familias. Parece poco porque hoy Tlaxcala y Nuevo León están en un mismo país, pero Tlaxcala dista de aquí más o menos mil kilómetros, que es la distancia que también existe entre París y Berlín o entre Atenas y Estambul, una distancia que entonces se recorría en varias semanas, incluso meses, y que implicaba no sólo cambios en el paisaje habitual, sino dramáticos cambios de vida”, subrayó Villegas.
Hice mención de que Xicoténcatl Axayacatzin había combatido a los europeos antes de la alianza con ellos y que se había percatado que eran simples mortales al cortar la cabeza de un caballo y ver a su jinete cayéndose del equino. Fue un guerrero de la nobleza tlaxcalteca que inicialmente se resistió a los invasores y que en vista de que otras naciones indígenas también combatirían a los mexicas fue uno de los más fuertes líderes que vencieron a los imperialistas que los sojuzgaban. Fue una guerra civil que aprovecharon los extranjeros para hacer caer Tenochtitlan.
Así que la historia se resignifica poniendo en su lugar a todos los actores sociales de aquel tiempo de guerra hace quinientos años. Lo cierto es que los tlaxcaltecas apoyaron por siglos la construcción de una población mestiza que finalmente llegó a constituir nuestro país. “No hay duda, los tlaxcaltecas de los tiempos de Xicoténcatl y los que migrando a los territorios del norte son una parte muy importante de este México plural y libre”, aseguró Eduardo Villegas Mejías.