¿Qué nos queda para ser realmente auténticos?
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Se dice que la sociedad del siglo 21 es más libre que nunca, se cuenta que en infinidad de jóvenes no existe vestigio de obediencia para acatar reglas éticas.
El fin de semana volví a ver la película de 1957 “Doce hombres en pugna”, trama que gira en torno a un proceso judicial en el cual el jurado, compuesto de 12 hombres, tiene la responsabilidad de decidir sobre la culpabilidad o inocencia de un joven latino, acusado del asesinato de su padre. Si lo juzgan culpable será ejecutado.
En la sala de deliberaciones priva un calor insoportable. Cada miembro del jurado se encuentra en la sala con sus propios prejuicios y biografías. Todos están fastidiados y cansados, ansiosos de llegar rápido a un veredicto de condena. Once personas del jurado habían concluido que el joven acuchilló a su padre, excepto un inconforme, el jurado número ocho, personaje interpretado por Henry Fonda, creyente de la justicia, que se niega a dar su voto acusatorio insistiendo en debatir el caso de manera imparcial, siendo fieles a la presunción de inocencia; es decir, probar su culpabilidad más allá de una duda razonable.
Este personaje se enfrenta al resto de los miembros del jurado para que apliquen ese y otros principios que aseguran un juicio justo.
Paulatinamente, se empiezan a enfrascar en una inflamada discusión en la cual el jurado rebelde brinda razonamientos consistentes y lógicos que hacen que los demás vayan cambiando su voto condenatorio, hasta que llegan a un consenso unánime: “No culpable: ¡Libertad!”
Minoría
La antropóloga Margaret Mead bien dijo: “nunca dudes que un grupo pequeño de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar al mundo”. Indudablemente, el poder de una minoría puede influir decisivamente, para bien o para mal, sobre la conducta de la mayoría.
¿En contra?
Se dice que la sociedad del siglo 21 es más libre que nunca, se cuenta que en infinidad de jóvenes no existe vestigio de obediencia para acatar reglas éticas.
Ante esta posibilidad, pudiésemos hacer una reflexión: en la actualidad, tal vez, no se obedezca al corazón, a esa fuerza que hace reconocer el bien del mal; pero se acatan otras conductas que pudiesen ir contra del sentido del bien, que llegan a ocasionar que las personas se pierdan y se vacíen.
Posiblemente, sin saberlo, las personas voluntariamente optan por ser sumisas a tantas extravagancias y frivolidades hasta que, paulatinamente, llegan a traicionar la naturaleza de su humanidad.
Si pensáramos un poco descubriríamos que, en innumerables ocasiones, lo que detiene a muchas personas para ser auténticamente originales y libres, es ir justamente con la corriente, atentando en contra de su propia inteligencia al considerar las opiniones de los demás como eje central de sus propias conductas.
Misterio
Y díganme si no, está de moda someterse a las modas, a ideas ajenas, a las costumbres impuestas por minorías, que luego, gracias a la misteriosa alquimia de las redes sociales, el internet, el cine, los artistas en boga, la televisión o a la publicidad, se transforman en conductas y creencias “aceptables” para una gran masa de seres humanos. Es una alquimia “autónoma”.
Existen, como nunca antes, enormidad de influencias que en un principio se manifiestan desafiantes, pero luego terminan educando, conformando hasta convertir a los “impensantes” en esclavos de esas tendencias.
Es común que las personas se sometan a moldes sociales por temor, por la facilidad de crear cárceles para el corazón y la razón, en lugar de optar por el riesgo que implica amar, ser amados y pensar por cuenta propia. Por eso, “conocer los propios deseos, su significado y sus costos, requiere la más alta virtud humana: racionalidad”.
Conformismo
Razón tiene Martín Descalzo: “hay mucha gente que cree que no obedece a nadie, por la simple razón de que obedece a sus propios gustos. Han dejado de obedecer a quienes les aman y han pasado a obedecer a quienes les tiranizan”.
Esta ciega obediencia, esta conformidad esculpida por el miedo, no solamente provoca que las personas renuncien a lo auténtico, sino a la ineludible libertad para ser lo que realmente están convocados a ser, para expresar la originalidad que podría iluminar el camino de la vida, para manifestar ideas propias, para tomar decisiones razonadas, para vivir valores y sentimientos sin temor al juicio social.
El polaco Solomon E. Asch, pionero en la psicología social, describe a la perfección el concepto que refiero: “la conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”.
Experimento
A principios de los años cincuenta Asch, haciéndose pasar por oculista, realizó una interesante investigación que consistió en juntar a siete jóvenes de una escuela para que fueran sus cómplices en un experimento basado en comprobar la visión de los participantes, pero cuyo propósito verdadero era analizar el poder de la mayoría sobre las decisiones individuales.
Al grupo de estos alumnos incluyó un octavo muchacho para que participara con los demás en la prueba de visión, la cual consistía en que cada participante debería de responder preguntas sencillas: ¿Qué línea de una cierta figura era más larga?, o ¿cuál de todas las líneas presentadas concordaba con una línea de referencia?
Acto seguido el investigador pedía a la audiencia que dijesen en voz alta su respuesta, cuidando que el octavo participante –que ignoraba el propósito del experimento– contestara al final, precisamente después de haber escuchado la opinión de sus compañeros. La respuesta era totalmente obvia, sin posibilidad de error, pero los siete estudiantes, cómplices de Asch, daban la misma respuesta incorrecta.
El resultado fue sorprendente: solamente el 25 por ciento de los participantes mantuvo un criterio propio; el 75 por ciento restante se dejó influir por las respuestas de los demás.
Una vez finalizado el experimento, todos los que dieron la respuesta incorrecta reconocieron que contestaron sabiendo a ciencia cierta que era errónea y que lo hicieron por miedo al ridículo. La conclusión fue contundente: los seres humanos estamos mucho más condicionados de lo que creemos.
Nos queda...
¿Qué nos queda? Nos queda superar el miedo profundo que provoca que una persona se boicotee a sí misma, renunciando a sus propios razonamientos y valores, quedando en permanente vulnerabilidad. Nos queda aumentar la autoestima y confianza en uno mismo para evitar la frivolidad de la mayoría.
Nos queda pensar por cuenta propia, distinguir lo conveniente de lo inconveniente, vacunarnos contra la envidia. Nos queda aprender a madurar, a vivir acorde a convicciones propias, sin compararnos con los demás. Nos queda renunciar al “qué dirán”. Nos resta ser capaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. Nos queda brillar con luz propia, nos resta liberarnos para liberar.
Nos queda superar el miedo que refiere Marianne Williamson, temor vencido por el jurado número ocho de los doce hombres en pugna: “Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, maravilloso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Eres un hijo de Dios. Hacerte pequeño no le sirve al mundo. No hay nada iluminador en encogerse para que otros cerca de ti no se sientan inseguros.
Todos estamos destinados a brillar, como lo hacen los niños. Hemos nacido para manifestar la gloria de Dios que está dentro de nosotros. Esta grandeza de espíritu no se encuentra sólo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los otros”.
En ocasiones, el miedo al ridículo, la indiferencia y la cobardía hablan por nosotros, esclavizándonos, poniéndonos a merced de la mayoría, inclusive en aquello en que no estamos de acuerdo.
Sin saberlo, estas circunstancias nos “amansan”, nos domestican, tal como sucedió con las once personas del jurado que, a base de sus prejuicios y biografías, sin consciencia alguna, dejaron de pensar por cuenta propia para, injustamente, sentenciar a muerte a un inocente.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo