¿Quiénes te buscan? Madres hacen el trabajo del Estado en lucha contra la desaparición

Opinión
/ 8 junio 2025

La búsqueda e investigación sobre una desaparición ha sido impulsada por las propias familias. Ante la falta de respuestas oportunas por parte del Estado, han asumido un rol activo y sostenido

Hasta que un día el destino pone enfrente la ausencia de una persona, la realidad es que nadie sabe cómo actuar ante estas situaciones, a dónde ir y a quién pedir ayuda. Nadie está preparado para vivir una desaparición, ni para vivir la ausencia. La desaparición de personas en un fenómeno universal que tiene presencia en el mundo. De la historia de la desaparición es posible destacar que siempre quienes inician las búsquedas son las familias de las personas desaparecidas.

La búsqueda e investigación sobre una desaparición ha sido impulsada por las propias familias. Ante la falta de respuestas oportunas por parte del Estado, han asumido un rol activo y sostenido. Su trabajo ha sido clave para avanzar en muchos procesos que, de otro modo, habrían quedado estancados.

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La desaparición de una persona representa una profunda falla del Estado, que incumple su deber principal: garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Desde ese primer momento, cuando alguien desaparece, ya se configura una forma de violencia institucional. La víctima es arrebatada de su entorno y, con ella, se quiebra también el derecho de su familia a la verdad. Así se abre un camino doloroso que no termina con la desaparición en sí.

El segundo momento de esta situación ocurre cuando el Estado no toma medidas. Su falta de acción y de interés frente a la desaparición hace que el dolor y la sensación de abandono aumenten. No buscar a las personas desaparecidas significa aceptar su ausencia, permitir que el hecho quede impune, generar una negación y dar paso al olvido de las víctimas y sus familias.

Con el tiempo, los errores y la falta de organización en las instituciones hacen que la incertidumbre continúe. No sólo sufren por la desaparición, también por un sistema que no responde. El sufrimiento no se limita a la pérdida del ser querido, sino también a no saber dónde está ni qué ocurrió. Esta incertidumbre se convierte en una carga emocional que se vive todos los días. Como las autoridades no buscan, son las familias quienes deben hacerlo. Así, la desaparición no termina, sino que se repite una y otra vez.

En México, actualmente hay más de 128 mil personas desaparecidas y no localizadas, lo que evidencia una crisis profunda. Sin embargo, esta cifra no debe verse sólo como un dato estadístico, sino como miles de vidas interrumpidas y familias marcadas por el dolor. Cada desaparición representa una historia, una ausencia que deja huellas en sus seres queridos y en la sociedad. El impacto va más allá del número, desintegra vínculos, genera miedo y exige respuestas urgentes.

A lo largo de la historia de la desaparición en México, ha sido evidente el papel fundamental de las familias de las personas desaparecidas. Son ellas quienes, ante la falta de respuesta del Estado, han asumido la tarea de buscar a sus seres queridos, con la presencia de más de 60 colectivos de familiares de personas desaparecidas en todo el país.

En ese proceso, muchas se han convertido en investigadoras, defensoras de derechos humanos y expertas en técnicas de búsqueda. Su lucha ha visibilizado la gravedad del problema y ha impulsado avances legales e institucionales. Sin embargo, esta labor no debería recaer en quienes ya cargan con el dolor de la ausencia.

En México, gran parte de quienes buscan a personas desaparecidas son mujeres, en especial madres que han dedicado su vida a encontrar a sus hijos e hijas. Ante la inacción del Estado, han asumido una responsabilidad que no les corresponde: buscar en fosas, recorrer caminos, recolectar pistas. Su lucha nace de la desesperación por saber dónde están sus seres queridos y del vacío institucional. Muchas han arriesgado todo por conocer la verdad.

Ellas enfrentan no sólo el dolor de la ausencia, sino también múltiples obstáculos: la indiferencia de la sociedad, la lentitud de las autoridades y la falta de apoyo. A esto se suma el sufrimiento constante de no saber dónde están sus seres queridos, muchas veces durante años. La carga emocional, física y económica que enfrentan es enorme. Buscar se ha vuelto una imposición, no una opción.

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Además del abandono institucional, las madres buscadoras enfrentan un alto nivel de riesgo. Hasta 2025, más de 27 de ellas fueron asesinadas en el camino de su lucha. No se trata sólo de la desaparición, sino también del peligro de buscar, de exigir justicia y verdad. Así, el Estado no sólo ha fallado en proteger, sino también en garantizar que quienes buscan no sean silenciadas. No sólo son las madres que han sido asesinadas, también son aquellas que dedican su vida a buscar y fallecen en el camino, después de largos años, incluso décadas, de búsqueda.

Ante esta situación, el Estado parece confiar en que el sufrimiento se apague con el tiempo en quienes lo enfrentan, en lugar de asumir la responsabilidad de ofrecer verdad y justicia. Por eso, se debe mantener viva la memoria y no permitir el olvido como un recordatorio de la gran deuda que tiene el país con las víctimas.

La autora es investigadora del Centro de Derechos Económicos Sociales, Culturales y Ambientales

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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