Reconciliando a la historia
En algún momento de 2004, con 26 años de edad, trabajaba en la Presidencia de la República, en la administración de Vicente Fox. Me encomendaron un proyecto que me vino a la mente con la representación conmemorativa que se presentó en el Zócalo de la Ciudad de México con motivo del bicentenario de la consumación de la Independencia.
El propósito consistía en abrir Los Pinos a la sociedad. Existían ya visitas guiadas, especialmente para estudiantes y para aquellos que, previo registro, desearan hacer una visita. Era preciso comenzar dando a las visitas algún contenido histórico de interés. Existía ya un paseo bordeado por estatuas de todos los Presidentes que habían residido en Los Pinos, desde Lázaro Cárdenas hasta Ernesto Zedillo, un jardín chino y bustos de Juárez y Melchor Ocampo. No había mucho más que mostrar, bonitos y cuidados jardines e inmuebles construidos en tiempos de Cárdenas, Alemán y, sobre todo, López Portillo que los amplió para alojar a su familia completa: abuela, hijos, nueras y nietos.
Pedimos apoyo al Doctor Javier Garciadiego, por ese entonces director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, dependiente de la Secretaría de Gobernación. Garciadiego presidió más tarde el Colegio de México. Lo considero un profesional serio, de buen trato, brillante, sin duda.
La chamba consistía en aprovechar esas visitas para rendir homenaje a quienes habían sido excluidos de la historia durante el régimen hegemonizado por el PRI. Me dieron una sola instrucción: “incluir a los nuestros, los de la democracia, respetar a los suyos, los del pasado”. Así nació en Los Pinos el Paseo de la Democracia, ubicado entre las casas Miguel Alemán y Lázaro Cárdenas. Ahí pueden verse efigies de Madero, Vasconcelos, Gómez Morín, Cosío Villegas, Salvador Nava, Clouthier, Heberto Castillo, Carlos Castillo Peraza y Colosio. Yo no alcanzaba a entender por qué Colosio, además de su trágica muerte, no se compara con los otros personajes. Están representados otros que se me van de la memoria. Se fortaleció también la Rotonda de la Reforma, los liberales decimonónicos. El conjunto trataba de proponer un recorrido por etapas, reconociendo los aportes de cada quien y su lugar en la historia de México. Sin calificarlos.
En esa línea parece inscribirse la conmemoración del pasado 27 de septiembre. Nunca lo hubiera imaginado. Menos aun después del discurso enarbolado por la llamada Cuarta Transformación, particularmente cuando la esposa del Ejecutivo Federal exigió disculpas a diestra y siniestra, dividiendo la historia en bandos para justificar su momento histórico, ubicando a sus adversarios en el bando contrario, sin importar que haga sentido. Hasta puedo creer que el Presidente deja correr esos absurdos, pues le ayudan mucho para distraer el debate de lo esencial.
A pesar de lo anterior, el 27 de septiembre fue distinto. ¿Habrá sido el Ejército? Quizá no se les compartió el guion al Presidente y a su esposa; o tal vez estuvieron de acuerdo y se confirma lo que parece ser un mero distractor. Puede verlo en el canal de YouTube del presidente López Obrador. Vale la pena para toda la familia.
El discurso del evento es una aproximación a la historia de la Independencia con una intención reconciliadora. Se trató con respeto a los españoles y a la Iglesia Católica, sin ataques, de hecho estuvieron presentes en el evento. El Gobierno de Estados Unidos no lo estuvo de manera presencial; pero sí en pantalla. Les ofrecieron el papel protagónico que dieron a Cuba hace un par de semanas. ¿Era momento de concordia? Joe Biden declaró que México es la relación más importante de los Estados Unidos, tal como lo dijo a Canadá y a Reino Unido. Las tres son muy importantes, familia y vecindario.
Festejar la consumación de la Independencia obligaba a sacar a escena la figura de Agustín de Iturbide, personaje al que no saben dónde ni cómo ubicar, lo esconden o lo denostan, pero nunca lo ensalzaban. Hasta López de Santa Anna se llevó una mención neutra, relativa a su momento histórico y sin juzgar ni debatir lo que le siguió. Me pareció muy interesante la parte final que cierra y salta de Iturbide a la Constitución Federal de 1824, sin desgarrarse las vestiduras: la historia en frío, enumeración de hechos merecedores de festejo, privilegiando la unidad y no la división.
Me quedo con el “Abrazo de Acatempan” entre Vicente Guerrero e Iturbide. Siguió el Plan de Iguala y a la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. Quizá México nunca estuvo tan unido. Cansado y desgastado tras once años de guerra y lo negativo que dejaron los españoles, sin hacer a un lado lo positivo. Fueron 300 años, ni todo fue bueno, ni todo fue malo.
Guerrero e Iturbide venían de mundos distintos, sus liderazgos eran también diferentes y sus seguidores de lo más variado. Aun así, apostaron por la unidad como visión de futuro. Sin duda hubo en ello mucho de astucia, sin duda la ambición de los actores acabó generando una secuela de guerras civiles. Pero el momento preciso que vivió México en 1821 fue de unidad y esperanza. Tan necesarias siempre, tan importantes cada vez que tenemos que empezar, porque unidad y esperanza son ingredientes indispensables.
Lo que sigue a esos momentos “de gloria”, se discute a diario, es la ambición de las personas y el esfuerzo por contenerlas, encausarlas y orientarlas en el marco de la ley y las instituciones.