¿Semana Santa?
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Mañana inician las vacaciones de primavera en el sector educativo. Asimismo, otros sectores de la actividad económica aprovechan las vacaciones escolares y el periodo en que la iglesia católica celebra la Semana Santa para dar vacaciones a sus empleados, o por lo menos concederles descanso jueves y viernes, con base a la tradición y la costumbre.
En estas fechas los mexicanos han acostumbrado a salir de la ciudad para visitar las playas y otras ciudades turísticas del País o el extranjero. Puede también afirmarse, sin exagerar, que durante varias décadas fue costumbre muy saltillera reunirse las familias y pasar los días santos en los ranchos y poblados cercanos. O pasear por los alrededores para disfrutar del paisaje nuestro, ese que poco volteamos a ver.
Y si de costumbres hablamos, las mencionadas volvían apacible a la ciudad. Calles tranquilas, unos cuantos automóviles transitando, movimiento sólo en los templos católicos, muchos feligreses asistiendo a los rituales de Semana Santa. Después, el surgimiento de plazas comerciales con salas de cine, restaurantes y espectáculos temporales en su interior sacó a la gente de sus casas, la llevó a sus comercios y al entretenimiento, y se fue perdiendo el recogimiento del ritual cristiano.
Hace décadas, ir al cine los domingos era una actividad casi obligada, a la que sin embargo, se dejaba de asistir los domingos de cuaresma. Eran días de guardar y de renovar la fe. Actualmente, no hay diferencia entre la cuaresma y la vida que se vive todo el año. Muchas familias sólo esperan la llegada de la Semana Santa para irse a las playas y a otros lugares de diversión. Son las vacaciones y hay que aprovecharlas.
Antes, al pasear por la ciudad, el ambiente tranquilo facilitaba distinguir los colores del paisaje urbano que a diario veíamos en blanco y negro: el oro del sol o el blanco fugitivo y agrisado del cielo nublado; el tornasol de las aves que levantan el vuelo; el rojo encendido de las azucenas de dolores floreadas en estos días; la plata de la luna desbordada; el múltiple colorido de las calles y bulevares; el casi irrepetible de las casas y edificios, y la luz de los ángulos, recodos y rincones que forman las construcciones. Descubrir todo lo anterior era sentir la esencia de la ciudad que crece y se reinventa a sí misma.
Pasear por los alrededores era confrontar la mudanza del paisaje que se transforma sin perder sus atributos. El verde todavía cenizo de las sierras secas que esperan con ansia las primeras lluvias para estallar en mil reflejos. Los indefinidos verdes y cafés de la desértica llanura norteña, donde sólo crecen la gobernadora y las cactáceas. Allí están las lechuguillas con sus delgadas y descarnadas pencas; las palmas yucas que parecen esconder en su arquitectura Cristos crucificados y, de vez en cuando, aparece el rosa mexicano y el amarillo intenso en las flores de los cactus cuajados de espinas y la esperanza renovada de la vida en sus retoños. La vida florece en el semidesierto. Este pedazo del mundo también tiene su belleza.
Hoy, la interrogante se hace obligada. ¿Qué sucederá esta vez después de la prolongada pandemia por COVID-19? Nadie podrá negar que estos dos años pasados, tan inciertos, tan desconcertantes y para muchos tan desgarradores y dolorosos, han modificado en gran medida las formas de vivir y concebir la vida, cuando ella misma se ocupó de confirmar lo que ya sabíamos: que no nos pertenece y que en cualquier momento puede abandonarnos. Y lo que también sabíamos, pero nunca acabamos de entender a cabalidad: el respeto a la vida del otro como principio. ¿Qué sucederá ahora que la gente todavía debe cuidarse del contagio, pero está harta del encierro? ¿Se amontonarán en las playas, en los autobuses, en los centros comerciales? ¿Cómo será esta Semana Santa en Saltillo ante el bajo poder adquisitivo y la altísima inflación? ¿Qué hará la gente sin recursos? ¿Se quedará en casa, se irá de vacaciones sin querer saber lo que pasará después, sin importarle lo que venga?