Tres años sin diálogo
La monarquía se caracterizó por no permitir derecho de réplica alguno, en el entendido de que “toda autoridad viene de Dios” y bajo el famoso principio del derecho divino. La idea de “yo mando y si me equivoco sigo mandando” permeó a las sociedades del heteropatriarcalismo que, por muchas latitudes, sigue presente. Por eso surge la democracia.
En este sistema ya no es uno el que tiene la razón, somos todos. No es uno o unos cuantos los que tienen valor o dignidad, somos todos. No es una sola voz la que se escucha y cala profundo, es la voz de todos, porque el “demos” es el pueblo y el pueblo somos todos. Por eso, en la democracia lo fundamental es el diálogo.
Durante mucho tiempo y hasta la fecha, en este País no aprendimos a dialogar. Fieles a nuestra cultura machista, imponemos, decretamos y hacemos valer el nivel de influencia y músculo social que tenemos o que nos da el dinero, la posición, un título académico o el puestecito, cualquiera que este sea. El mejor ejemplo lo tenemos en consejos que poco aconsejan y en la mayoría de los grupos humanos donde sigue imperando la ley del más fuerte. El Congreso de la Unión, los congresos locales y municipales, son el mejor ejemplo de cómo el diálogo sigue siendo el gran ausente en la construcción de lo público.
El diálogo permite a los actores políticos construir consensos, acuerdos, compromisos, un intercambio respetuoso de opiniones y posturas y, por supuesto, la empatía, evitando la violencia y la imposición. Es el espacio relacional con el otro y con el que no piensa, ni siente, ni cree, ni hace lo que yo hago.
En el marco de la democracia, la mejor expresión del diálogo es la tolerancia y el pluralismo que juegan un papel determinante porque permiten a los interlocutores manifestarse de forma igualitaria, lo cual en nuestro País no se ha dado en ninguna época. Quien representa al Tlatoani, en cualquiera de las diferentes esferas de poder, desgraciadamente sigue imponiendo condiciones cancelando la comunicación.
El monólogo y la indiferencia se convirtieron en la práctica cotidiana constituyéndose en costumbre, cancelando las reglas del juego democrático e invisibilizando a quienes opinan distinto a quien posee la hegemonía, se da como lo vemos un día sí y otro también en la mesa nacional, la negación y la polarización entre unos y otros actores políticos, fomentando la cerrazón y la intolerancia, y para fines prácticos se da la negación recíproca.
Martin Buber afirma que el diálogo es una comunicación existencial entre el “tú y el yo”; Gabriel Marcel agregará que ambas entidades hacen el “nosotros” y esta es una verdad inmensa. Para Hannah Arendt la banalidad del mal la representa la falta de un diálogo recíproco que impide, como también lo afirma Marina Garcés, la construcción de “un mundo común”.
En setenta y dos años el método “ni los veo, ni los oigo” fue el factor determinante para que funcionará lo que Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”. En los doce años de panismo sólo se escuchó a unas cuantas voces en el entendido de que los gobiernos en turno privilegiaron el poder del dinero.
Hoy, después de 3 años de la llegada del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la característica sigue siendo la misma, la falta de un diálogo franco y abierto con los que no son afines a quien hoy dirige los destinos del País. Hoy, como en otro tiempo, se sigue escuchando el canto de las sirenas y hay una máxima que caracteriza al gobierno: “o conmigo o contra mí”, el diálogo tiene otras características.
El problema en éstos tres años no ha sido sólo del gobierno, porque para que haya diálogo se requiere, como la raíz etimológica lo dice, de dos. Y aquí también una gran responsabilidad la tienen quienes no se han ceñido a las reglas del juego político. Ni unos ni otros han podido hacer a un lado aquello en lo que no coinciden y sí han privilegiado la cancelación de la comunicación. Tampoco seamos tan ingenuos en poner la situación actual en el área de la dictadura, esa forma de gobierno tiene otras prácticas y otras connotaciones.
Lo cierto es que no vivimos en los tiempos del liberalismo republicano de Juárez, ni en el gobierno aristocrático de Díaz, es el México del siglo 21 y se requieren respuestas a una realidad que es diametralmente opuesta a la que se vivió en esos tiempos, donde el ponernos de acuerdo para buscar el bien de todos sea lo políticamente importante.
Van tres años de gobierno de un modelo que, en su afán de ser distinto a los otros, ha caído en el intrincamiento y en la apertura a distintas voces que no son afines a su forma de pensar haciendo inoperante el diálogo; pero también tres años de gobierno donde los grupos contrarios han cancelado el diálogo privilegiando la confrontación. Norberto Bobbio, uno de los grandes teóricos de la democracia, afirmaba que el coloquio, la conversación y el intercambio racional entre los individuos constituyen el núcleo principal de la democracia. ¿Usted qué dice? Así las cosas.
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