Un lord de orejas largas
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Después de alcanzar la fama con obras célebres como “Las olas” y “La Señora Dalloway”, Virginia Woolf escribió “Flush: una biografía”. Este es uno de los libros más entrañables que he leído de ella porque se trata de la vida de un perro. No cualquier perro, por supuesto. Virginia le dedica un centenar de páginas a un cocker spaniel que fue la mascota de Elizabeth Barrett Browning, la gran poeta victoriana. Desde las primeras líneas, esta ¿novela? ¿crónica? ¿biografía perruna? presenta un encanto difícil de olvidar. Comienza, naturalmente, con la “rancia estirpe” de Flush. Su selecto árbol genealógico es tan noble como el de cualquier lord. Luego, la escritora diserta sobre el término “spaniel”, que nos lleva a “span”, de donde viene España, y que puede significar “tierra de conejos” (los cocker eran hábiles cazadores); o quizá el término venga del vasco, que significa “límite” o del vocablo que quiere decir “peñascoso, tortuoso”, como el carácter de estos caninos. Así va el relato, desenvuelto con gracia y cariño. El trabajo literario resulta tan profundo, que Woolf detalla, al final de la historia, las fuentes y las pequeñas licencias que se dio.
Virginia intenta describir el mundo desde las percepciones de un cachorro: las interminables posibilidades olfativas, las emociones puras y naturales. No es tan extrema como Jack London en sus novelas de perros (donde reflexionó sobre “lo salvaje”) y tampoco los humaniza hasta el exceso, como en los cuentos infantiles de Tolkien. El tono de “Flush” es parecido a esa voz un tanto lúdica y tierna que encontramos en “Orlando” (otra de las “biografías” de la narradora). Y aunque pareciera algo diferente a sus obras cumbre, complejas y revolucionarias, “Flush” mantiene el espíritu innovador que distinguió a Woolf. Los géneros literarios se rompen y la escritora juega con su propio libro: no es exactamente una novela ni una biografía como esas que hacen con rigurosidad los historiadores. Técnicamente es una pieza difícil de etiquetar para su época, pero altamente adorable y bien hecha.
Detrás de la historia de este cocker nacido en una especie de granja de perros, aparece en un segundo plano (o eso aparenta) la figura de Elizabeth Barrett Browning. Virginia Woolf había leído sus cartas y se basó en ellas para escribir “Flush”. Barrett (1806-1861) fue una de las poetas más famosas de su época. Siendo niña ya componía versos y sus libros se mantienen profundos e impactantes. Tuvo una enfermedad rara que la obligó a pasar largas temporadas en reposo, sin muchas energías para levantarse. Por eso su amiga Miss Mitford le regaló a Flush (aunque necesitaba el dinero no tuvo corazón para venderlo), así el perrito sería su compañero de encierro. Durante esos años, la poeta mantuvo correspondencia con el escritor Robert Browning. Ambos se enamoraron y se casaron en secreto. Su historia de amor se volvió leyenda y el libro “The Sonnets from the Portuguese” también fue mitificado, especialmente el poema más famoso, “De qué modo te amo”: “Te amo con la pasión que antes puse / en mis viejos lamentos, con mi fe de niña. / Te amo con la ternura que creí perder / cuando mis santos se desvanecieron”.
Navegando en Scribd encontré un libro infantil basado en la vida de Elizabeth Barrett Browning. Se llama “A life of love”, de Mary Logue, y me parece un título muy pertinente. Si bien, los problemas y el dolor no se ausentan de ninguna vida, es importante la presencia del amor como directriz en la escritura y en la cotidianidad. Flush, en su sencillez de perro, le recordó a la poeta esa gran lección. Ella le escribe: “Cuando la barbuda aparición acabó de secar mis lágrimas, reconocí a Flush y me repuse de mi sorpresa y de mi pena, dando gracias al verdadero Pan, quien, valiéndose de criaturas insignificantes, nos permite conocer cumbres de amor”. Las palabras de Barrett inspiraron a Woolf para homenajear estas historias, la de Flush y la de Barret, ambas de amor y aventura.