Una corona de lavanda y el agua como mercancía
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He vuelto al jardín que he descuidado. Aguarda mi regreso, o sabe que de pronto, entre mis ausencias de este año, cae la lluvia. Entro al patio trasero y los soles que penden del naranjo van a las manos. Son pesados.
Libero al naranjo al tomar algunos. Volví a las acelgas, a los brotes de la mejorana. Al romero que, añoso, sostiene su tronco con un madero de la casa de mis abuelos maternos que, mi padre, cuidó con celo durante más de 30 años.
Si él pudiera ver con sus ojos ya de aire, a qué ser sostiene ese madero, seguro me contaría que tiene más madera que salvó. En el frente de la casa, las abejas detienen las reflexiones con un zumbido bajo. Allí estamos ellas y yo con la lavanda. Comienzo por podarla. Con las podas hago una corona que coloco en la puerta de la entrada. Solo basta atar un listón acaramelado en espiral para que el aroma de las hojas y de las inflorescencias, reciban a quien entra.
El agua con la que se anegan los breves surcos, se vuelve en minutos, un espejo translúcido.
Pienso en cómo cada ser y cada cuerpo, en este caso el del agua, se dan y se crean sin que medie intelecto humano. Y ahora, ese “intelecto” humano busca despojar, de nuevo, una vez más, del agua, a los habitantes del planeta que viven en la pobreza o que no forman parte del grupo de empresarios que cotizan en la bolsa. Ahora se atreven a considerar al agua como una mercancía sujeta a los vaivenes del mercado.
Vemos que así como florecen ciertas plantas, florece la avaricia. Y por mucho intento que se haga de justificar el hambre de los mercados, por más que se acicale esta propuesta, los resultados ya son devastadores. Fue un hombre, Lance Coogan, quien propuso los bonos de agua; él también inventó los bonos de CO2, que no son otra cosa que hacer posible que los empresarios paguen por su derecho a contaminar en forma de crédito y se hagan balances que no han frenado la contaminación.
Pero la propuesta de la privatización del agua surgió en Londres hace 30 años, y de allí ha derivado en varios planteamientos, entre los que se encuentra el agua cotizando como mercancía. En el documental La lucha mundial por el agua, dirigido por Jérome Fritel que se encuentra disponible en Youtube, uno de los entrevistados, el investigador David Hall dela Universidad de Greenwich, dijo: “al mercado no le importa si la gente muere de cólera”.O de falta de agua, digo.
Ya lo escribió el también británico Gilbert Keith Chesterton: “para corromper a un individuo, basta con enseñarle a llamar “derechos” a sus anhelos personales y “abusos” a los deseos de los demás”. Y en este punto nos encontramos. Los especuladores del dinero, tienen ventaja, siempre la han tenido y la tendrán, pero eso no significa que en este caso, les asista la razón.
Colocar un derecho humano como el agua en categoría de mercancía, es la muestra de lo desligados que se encuentran sus proponentes, no solo de conocimientos elementales básicos, sino de la realidad social que se vive en este planeta en donde la escasez de agua es un dolor para muchos.
El vocablo mercado proviene del latín mercātus, que inicialmente designaba a la cita donde se encontraban comerciantes y compradores. Y el asunto del agua, no debe ir de ninguna manera a esa cita, a ese mercado. El agua es un derecho humano. Esa es la vía a seguir.