Una educación no sexista

Opinión
/ 15 junio 2025

Es una herramienta fundamental. Su objetivo es promover la igualdad de género, eliminar los estereotipos y los roles asignados que impiden que las personas –sin importar su género– se desarrollen plenamente

“Corre como niña...”, “Las mujeres en la cocina...”, “Los hombres no pueden llorar...”, “Una mujer sin hijos no está completa...”, “Está en sus días, por eso está de mal humor...”, “¿La boda para cuándo?”, “Apúrate que se te pasa el tren y luego ya no puedes tener hijos...”, “Está de mal humor porque le falta un hombre...”.

Estas frases, repetidas una y otra vez en conversaciones cotidianas, redes sociales, medios de comunicación, la escuela u oficina, parecen inofensivas a simple vista, pero no lo son. Cada una de ellas encierra una carga de discriminación y desigualdad, especialmente hacia lo femenino.

TE PUEDE INTERESAR: ¿Quiénes te buscan? Madres hacen el trabajo del Estado en la lucha contra la desaparición

Pero, ¿por qué constituyen un insulto? Porque tienen connotaciones distintas para cada género. Por ejemplo, decir “no llores como niña” no sólo implica que el llorar es algo negativo, sino que ser niña o actuar como una lo es aún más. En el fondo, las expresiones refuerzan la idea que lo masculino está asociado con la fuerza, el control y el éxito. Mientras que lo femenino se vincula con la debilidad, dependencias y la emoción excesiva.

En este sentido, el sexismo, en esencia, se refiere a las actitudes y comportamientos discriminatorios hacia cada género, casi siempre el femenino, sustentados en una construcción social de lo que “deben ser” y cómo “deben actuar” tanto hombres como mujeres.

A partir de esas ideas, todo lo que se salga del molde está mal y debe ser juzgado. En otras palabras, cuando una persona –tanto hombres como mujeres– no se ajusta a las expectativas establecidas por la sociedad, es rápidamente estigmatizada y marginada.

Por ejemplo, si un hombre expresa tristeza o vulnerabilidad, se le reprime con frases como “los hombres no lloran”. Con ello se contiene su sensibilidad. Una mujer a la que le dicen que “no está completa por no ser madre”, es empujada a pensar que no tiene valor como persona.

Lo más desafortunado es que las creencias no se quedan sólo en el ámbito de las ideas, sino que influyen directamente en cómo actuamos y reaccionamos ante las personas, por ejemplo, en el trabajo, con la familia, amigos, etc.

En consecuencia, los estereotipos de género no sólo influyen en nuestras percepciones y creencias, sino que también dan forma a las actuaciones estereotipadas, las cuales se refieren a las conductas, acciones u omisiones y discursos que, al ser motivados por las ideas que se tienen sobre el género, crean un prejuicio injustificado para alguna de las partes.

Los estereotipos sexistas se constituyen no solamente como un fenómeno individual, sino también colectivo: los aprendemos desde la infancia, los reproducimos sin darnos cuenta y los aceptamos como normales en la sociedad.

Frente a esto, la educación no sexista es una herramienta fundamental. Su objetivo es promover la igualdad de género, eliminar los estereotipos y los roles asignados que impiden que las personas –sin importar su género– se desarrollen plenamente.

Una parte importante de la educación no sexista se debe dar en el hogar, pero no será sino hasta que cada persona realice una labor de introspección y conciencia que entenderemos la medida en la cual somos partícipes de la reproducción de estereotipos que afectan en lo individual y en una suma a la sociedad en general.

TE PUEDE INTERESAR: ¿Por qué el tabaco sigue siendo un problema?

Como individuos, en un inicio, no debemos exigir que las otras personas adecuen su comportamiento a estos valores antisexistas; sino que, desde la autocrítica más sana posible, debemos tender a analizar y valorar en qué proporción reproducimos estos estereotipos y señalamientos arraigados en nuestro pensamiento.

Cada paso que demos en construir una versión individual que no perpetúe los estereotipos sexistas, será un paso colectivo en lograr una sociedad más estructurada e inclusiva, pero que, a largo plazo, se decante en una colectividad madura y progresista.

En suma, debemos enseñar a las niñas que pueden ser científicas, líderes o deportistas; pero también enseñar a los niños que pueden llorar, cuidar y expresar afecto sin perder su valor como personas.

Así que la próxima vez que te digan “corres como niña”, responde: Sí, corro como Sha’Carri Richardson, quien corrió 100 metros en 10.75 segundos. ¿Y tú, cómo corres?

La autora es investigadora del Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM