Valentina: la víctima enésima de nuestra apatía
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La comunidad entera se encuentra conmocionada, desde la semana anterior, debido a la trágica noticia relativa al fallecimiento de Valentina, una niña de apenas 11 años que decidió quitarse la vida, según sabemos ahora, porque habría sido víctima de un ataque sexual.
Ayer comentamos en este espacio que casos como el de esta menor deben movernos a la reflexión –y a la acción– porque se trata de manifestaciones extremas de la degradación de los valores sobre los cuales tendría que construirse una sociedad sana.
Hoy, cuando las autoridades ministeriales han revelado detalles adicionales sobre el caso, mismos que apuntarían al hecho de que un directivo de la escuela a la que asistía Valentina podría ser el responsable del ataque en su contra y, peor aún, que los responsables del plantel habrían conocido la situación, pero la encubrieron, la indignación alcanza cotas superiores.
El dolor de la familia se exacerba, sin duda, cuando se conocen detalles como estos y se accede a una comprensión mayor sobre las motivaciones que tendría la pequeña para atentar contra su vida. Al mismo tiempo, se encuentran mayores razones para la indignación.
En el caso específico de los padres de Valentina, la comunidad entera está obligada a unir su voz al reclamo de justicia, así como a la exigencia para que el o los presuntos responsables de los hechos sean castigados con todo el rigor de la ley.
Pero más allá de este caso, como lo hemos señalado anteriormente, necesitamos asumir que la tragedia de Valentina es producto de la indiferencia colectiva, de la apatía con la que vemos desfilar frente a nuestros ojos las estadísticas que, semana tras semana, nos indican que las víctimas de agresiones sexuales se multiplican en nuestras comunidades.
Porque mientras no aceptemos que todos podemos –y debemos– actuar para evitar que la incidencia de conductas de este tipo se contengan en nuestra sociedad, las víctimas seguirán acumulándose y demostrándonos que la indignación pasajera no sirve de nada.
De acuerdo con los primeros indicios de la investigación, en el caso de Valentina se habrían tenido indicios de lo que estaba ocurriendo, pero quienes tenían conocimiento de los hechos prefirieron guardar silencio –lo cual equivale a la complicidad– antes que “meterse en problemas” por señalar una conducta indebida.
¿Cuántas niñas, cuántos niños más se encuentran en riesgo similar en estos momentos y podrían terminar siendo víctimas de abuso sexual porque no nos decidimos a condenar sin ambigüedades el hecho de que alguien abuse de su posición para ingresar violentamente en la intimidad de un menor?
Manifestar indignación en torno a este caso y exigir que se castigue a quien ya cometió un delito es insuficiente de cara al futuro: lo que se requiere, además, es que nos decidamos, todos juntos, a impedir que una sola víctima adicional se sume a esta estadística funesta.