Violencia y niñez: el caso de Uvalde
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Tuve que esperar unos días para poder digerir (emocionalmente) lo que pasó en Uvalde, y otros días para realmente pensar y analizar lo que ocurrió y escribir estas líneas sobre el suceso. Como antecedente, yo tengo ya casi siete años viviendo en la frontera de Piedras Negras y Eagle Pass, sólo a una hora de camino de Uvalde, Texas. En otras palabras, es una comunidad bastante cercana para mí. Si bien a ninguna de las víctimas la conocía, algunas de ellas sí eran familiares directos de personas que yo conozco, por lo que, por primera vez, sentí la tragedia más cerca.
El debate entre demócratas y republicanos en Estados Unidos se podría resumir en si se puede o no tener armas, y qué tipo de armas. Si bien es cierto, el arma que se utilizó para la masacre de Uvalde era de tipo militar, para mí el asunto es mucho más complejo que el permiso o no de portar armas, lo explico.
La persona autora de la masacre provenía de una familia monoparental, tenía varios meses viviendo en casa de su abuela porque se había peleado con su mamá. Por otro lado, se comenta que una vez que cumplió los 18 años fue a comprar no una, sino dos armas de uso militar, una de ellas fue la que utilizó para matar en la escuela primaria. Se dice también que su abuela intentó detenerlo y por eso le dio un disparo en la cara. Los motivos pudieron ser muchos: se ha empezado a manejar la teoría que esta persona fue víctima de acoso escolar en gran escala en esta primaria y tenía mucho odio a la institución. Otras dicen que tenía meses/años planeándolo y por eso compró las armas casi al día siguiente que le fue permitido (18 años). En este orden de ideas, se habla de que si se pidiera un perfil psicológico a quien porta o compra armamento se podrían evitar las matanzas. Yo lo dudo.
Nos faltan días, semanas y tal vez meses para alcanzar a comprender los hechos y las motivaciones de lo que ocurrió, pero algo para mí es muy claro: la violencia nunca ha resuelto los problemas de violencia.
Vivimos en una sociedad que sufre de muchísimos problemas de salud mental (aún más después de una pandemia) que no están lo suficientemente diagnosticados y donde hablar de ellos en muchas zonas sigue siendo un tabú; sobre todo en México, donde es un privilegio, no un derecho, tener acceso a la salud mental por sus altos costos y escasez de profesionales e infraestructura.
Más de uno estará pensando: bueno, eso de los tiroteos en escuelas y/o lugares públicos sólo ocurre en Estados Unidos, aquí las niñas y niños no están expuestos a la violencia ni tienen acceso a armamento. Es justo aquí donde quiero hacer la reflexión.
Según la ONG Reinserta, la violencia entre niñas y niños es tan invisible que el número puede oscilar entre 35 mil y 460 mil infantes involucrados con el narcotráfico. A estos hay que sumarles las niñas y los niños migrantes. La UNICEF (la agencia de la ONU para la niñez) considera que durante el 2021, 19 mil menores de edad cruzaron las fronteras buscando el sueño americano llenos de obstáculos de todo tipo durante el proceso, y muchos de ellos no lo lograron porque son “desaparecidos” o murieron.
Lo que quiero decir es que la violencia en menores de edad está mucho más cerca en México que en Estados Unidos, para uno pareciera que es un problema lejano que nada tiene que ver con las realidades del país, me atrevo a decir que está equivocado. La violencia que viven las niñas y niños en México tiene proporciones mucho más grandes, pero es invisible porque ocurre en las zonas más vulnerables la mayor parte de las veces. Sin embargo, nos afecta a todas y todos hoy, y nos afectará muchísimo más el día de mañana cuando esta infancia se incorpore a la vida productiva del país sin haber obtenido la ayuda adecuada en su momento. Imaginen todo lo que puede estar pasando por la cabeza de esas miles de niñas y niños.
A todo esto le tenemos que agregar que este gobierno (López Obrador) desmanteló todos los programas de prevención de violencia tanto en las escuelas como en comunidad abierta (Pronapred, Programa Escuela Segura, Fortaseg, etcétera). Es decir, no tenemos programas o acciones concretas de salud mental para nuestras niñas y niños que están expuestos de manera cotidiana a la violencia ni tampoco tenemos programas de prevención de violencia que sean eficaces, mucho más allá de llevar la policía a la escuela.
Necesitamos repensar juntos las estrategias de prevención de violencia, no esperando soluciones mágicas de nuestros gobiernos, en donde sociedad civil, empresas y gobierno nos involucremos y apostemos por un desarrollo integral libre de violencia para nuestras niñas y niños. Por eso, más #Ciudadanitos, por favor.