Ya lo dijo el Santo Papa...
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“... y lo dijo a voz en cuello: sólo Veracruz es bello, y su capital Xalapa”..
Muchos motivos tienen los veracruzanos para sentir orgullo de su solar nativo. Yo fui allá incontables veces antes de la maldita plaga. Conmigo traje el gusto de las delicias del mar y de la tierra, y traje también las voces de su canto, y el trino de sus arpas, y el taconeo de sus bailadores y bailadoras en la sonora tarima de madera.
Fui a la casa que tuvo Hernán Cortés en la antañona Villa Rica. La selva se ha apoderado de aquella recia fábrica hecha de enormes piedras traídas de muy lejos, en barcas que subieron por el río. Deambulaba yo solo por los aposentos cuando me salió al paso una mujer extraña de claros ojos verdes, cintura cimbreña, el cuello ornado de oro, las faldas hasta el suelo. ¿Qué súbita aparición era ésa en la soledad de aquella casa fantasmal cuyos techos están formados por el cielo? Era una gitana, muchacha de una tribu que había acampado en las cercanías. Me habló en un español antiguo que casi no entendí. El pequeño burgués que siempre va conmigo se asustó un poco y apresuró los pasos. Ella rio con una risa alegre que avergonzó al viajero.
El guía nativo me cuenta la historia del Cacique Gordo. Me lo imagino como a un moreno Buda colosal cuyo poder residía en las arrobas de su peso. Me dijo también el guía cosas de la Malinche, y del hechizo que puso en el conquistador. Repite constantemente el cicerone una expresión:
-Cuál no sería su sorpresa...
Vio Cortés la gran ciudad indígena: cuál no sería su sorpresa... Le habló la Malinche en español: cuál no sería su sorpresa... Le entregó el Cacique Gordo su peso en oro: cuál no sería su sorpresa.
Vamos por un camino entre la selva para conocer el centro ceremonial, y nos salen al paso las iguanas, grandes, quietas y mudas como esfinges del trópico. A una casi la piso, y no se mueve; me mira nada más. Cuál no sería mi sorpresa.
Luego, ya de regreso, voy a Boca del Río, y escucho las pícaras coplas de los cantadores. Las señoras se cubren la cara con las manos para reír, sin que las vean, las enormidades que dicen en su canción los jaraneros.
Veracruz está en México, sí, pero es otro país dentro de México. ¡Cuántos países tiene este país! Todos somos vecinos distantes de todos. Menos diferencias hay entre un francés y un alemán que entre un sonorense y un yucateco. Poblanos y veracruzanos son vecinos, pero se miran tan lejanos como si fuesen antípodas los unos de los otros. Igual sucede entre los de Campeche y Yucatán...
A un viajante de la legua, como he sido yo, le era dable comprender -es decir abarcar- este inmenso país tan lleno de países. Ayer en Tijuana, en Quintana Roo mañana, el andarín recogía los variados acentos y matices de esa compleja geografía que no cabe en ninguna Geografía. Ya buscaré a la vida para darle las gracias por este México que es tantos Méxicos, y tantos mexicanos. Y mexicanas, sobre todo, porque ellas nos dan el remedio y el trapito: nos hacen mexicanos, y nos dan las ganas de seguirlo siendo.