Antigua Nochebuena en Nadadores
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-Al pavo se le decía guajolote y mamá lo emborrachaba con tequila antes de torcerle el pescuezo.
Así cuenta mi madre Agripina María, sobre las cenas de Nochebuena en el pueblo en donde nació.
Y añade, déjame platicarte pero no escribas todavía. Luego de emborrachar al pavo, darle trámite y desplumarlo, lo hacían mole. Para esas cenas nos reuníamos en casa de mi abuela Grandita. El nombre de Grandita salió de los tantos nombres que le daban los nietos, porque unos le decían mamá grande, otros mamá grandecita y al final se quedó como Grandita.
Otras dos primas ayudaban haciendo la repostería y una tía se encargaba de preparar los tamales de puerco.
Y esas noches, al asomarnos a la calle, era un espectáculo como no te lo puedes imaginar, porque estaba muy oscuro y como en aquel tiempo no había luz eléctrica, entonces, afuera, en el dintel de cada puerta, se colgaba un farol que se forraba con papel celofán de colores amarillo, rojo, verde, azul o morado. Adentro del farol colocaban una vela y la encendían.
Así, podíamos ver luces de colores a una cuadra, o más a lo lejos, como a dos o tres cuadras. Y luego, el aire a veces volteaba los faroles y se quemaba el papel con la vela. Entonces todo era un córrele a la casa de mi tío Cruz, que tenía un comercio, para comprar más papel celofán. Allí él también vendía café, petróleo para los quinqués, cigarros Carmencita para mi abuela Feliz, en fin, muchas cosas.
En esas cenas hacían también hojarascas, que así les llamamos a unas galletas que en la receta original llevaban manteca de cerdo junto con la harina, la canela, el azúcar y la sal. Y un pastel de rollo en forma de tronco, con un pan que ya listo era largo y se le untaba toda una capa de mermelada de chabacano por encima para luego enrollarse. Cuando ya era un rollo, se cubría con chocolate y se le dibujaban rayitas como si fuera la corteza de un árbol; se le tallaban brotes de ramas y se le añadían hojas verdes hechas con clara de huevo a punto de turrón, pintadas con tinte vegetal. ¡Y hasta un nidito de aves llevaba por decoración! Sabía delicioso, eso era lo que más me gustaba de la cena de Nochebuena. Y para beber, se usaba mucho una tacita de cocoa caliente para el frío.
Las mujeres de la familia se daban tiempo para hacer estas cosas tan hermosas, aún con todo el trabajo que siempre tenían en casa.
Solo había regalos para los niños, y no había botas navideñas llenas de dulces. Los regalos se colocaban en la cabecera de las camas, cuando los pequeños estábamos dormidos. No había papel para envolverlos, lo más con lo que se les cubría era con papel estraza en forma de cucuruchos, que así le decíamos a la forma de un cono.
En la casa de Grandita, mi abuela paterna, que se llamaba María de la Fuente, no se ponía arbolito de navidad porque en esa casa eran ateos. Sí ponían el farol y celebrábamos, pero no había nacimiento, ni nada de eso. Y en la casa de la tía Sara, cuñada de la abuela Feliz, ella sí ponía un nacimiento a todo lo ancho y alto de una pared. Traía mucha gobernadora del monte para adornar el Nacimiento y al mojarla olía muy bonito. Y al soplar brea a través de un carrizo hueco, dejaban ese Nacimiento como si hubiera nevado.
Esperábamos con emoción a Inés La Varillera, a quien nuestros padres le compraban juguetes. No es que vendiera varilla, así se les llamaba a las personas que iban de pueblo en pueblo, vendiendo cosas lindas. Ella se baja del tren en Frontera, Coahuila y se iba vendiendo y caminando de rancho en rancho hasta llegar a Nadadores. Allí iba con su sombrilla y una canasta bien grande de donde sacaba su mercancía.
Dice Agripina María que Inés no era alta, que era un poco robusta, de piernas gruesas y fuertes. Así debía de ser para andar por todo el ancho desierto. La recuerda llegando con mi bisabuela María, trayéndole de Querétaro unas frutas que a mi madre le encantaban: las limas.
Inés aprovechaba estas fiestas para vender medias de popotillo, calzones largos con tira bordada, hilazas, hilos, botones o peinetas; juguetes como pirinolas, toma-todo, baleros, trompos, pelotas, canicas y cuerdas que ella le regalaba a los hermanos de mi madre.
Y aún recuerda que le compró una muñeca de sololoy, que era un plástico duro y liso. Medía como 25 centímetros y se le podían mover brazos y piernas, tenía las chapitas y el cabello pintados y no tenía vestido. Fue la novedad porque anteriormente ella solo había tenido muñecas de trapo.
De estas cosas hablamos en la cena, que si hemos de usar la palabra cena correctamente, poviene del latín, y refiere a la comida de las tres de la tarde, o a la comida principal que ya en el español del medioevo designaba la comida que se tomaba al terminar de laborar.