‘Crave’: Las sensaciones al borde del precipicio

Artes
/ 31 agosto 2021

La obra montada por Clan Filote Teatro tuvo tres funciones en Foro Amapola y Casa La Besana. Su propuesta destaca lo íntimo y visceral del texto de Sarah Kane

Sarah Kane estrenó Crave en 1998 y se suicidó al año siguiente. Y en toda la duración de la puesta en escena a cargo de Clan Filoté Teatro que vi el pasado sábado no me abandonó esta idea. Las palabras de Kane, sus ideas, sus deseos, poesía en el escenario del Centro Cultural Casa la Besana, llegaron a mí como una especie de grito de auxilio, no pude evitar pensar en ellas como un reflejo de su estado mental y, en algunos momentos, en el mío y de mis allegados.

Esta no es una reseña, o una crítica, aunque tal vez contenga elementos de ambas. Es más bien una reflexión que, en el espíritu de la misma propuesta dirigida por Michell Morín —“es una obra para sentir”, dijeron los miembros del elenco en una entrevista previa—, parte mi experiencia como parte del público, en la breve temporada que tuvieron la semana pasada tanto en este espacio como en Foro Amapola.

Tal vez el ánimo para redactar algo tan heterodoxo y personal se debe también a este último punto. Quién sabe si en el futuro “Crave”, con esta misma producción, volverá a escena, pero si lo hace, aquí quedará un testimonio que sirva de referencia para quien considere asistir a esas futuras, hipotéticas, funciones.

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Kane hizo de “Crave” un texto sin acotación alguna; por esto mismo Morín tuvo la libertad para concebir la propuesta escénica como un ritual. A pesar del cubrebocas, el olor a incienso impregnó todo el teatro de La Besana, emanando de una copa con la que la actriz Martha Matamoros, en uno de los personajes anónimos de la obra, aunque ataviada como si se tratara de un chamán, preparó al resto de sus compañeros del elenco: Said Ampudia, Daniela Mixtlán y Picuy Soto.

Después de eso la acción inició y los intérpretes tomaron el espacio, dándole vida a las breves escenas y las ideas abstractas que la dramaturga británica marcó sobre el texto. Yo llegué advertido: no me disponía a entender, a extraer alguna historia o narrativa clara y con eso en mente me dejé llevar por lo que sucedió en ese cuadrilátero rodeado por la gradería del teatro.

Ya no recuerdo con exactitud qué pensé en cada uno de los momentos que la obra detonó algo en mí, pero sí conservo con claridad el estremecimiento que provocaban, como chispas, las palabras de Kane a través de las voces y los cuerpos de estos cuatro artistas. Recuerdo haberme perdido en mis memorias y en mis cavilaciones, mientras ellos y ellas seguían revolcándose sobre el suelo de La Besana, hasta que mi atención volvía justo a tiempo para que una nueva escena me llevará de nuevo lejos de ahí. Y aunque pasé de uno a otro episodio de manera subyacente permaneció el pensamiento de la autora en relación con esas palabras, y la pregunta de qué habría sido de ella si las incógnitas y los deseos que planteó hubieran tenido alguna positiva resolución, en los meses que transcurrieron desde su génesis hasta que murió.

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La iluminación, por otro lado, resultó intrusiva en algunos momentos. Tal vez porque se estaba grabando la función o porque fue la mejor solución que encontraron ante la disposición de teatro arena que plantearon, pero la escena quedó totalmente iluminada por fuentes en casi todas direcciones, al grado de que incluso era posible ver al público en los asientos al otro lado del escenario.

No obstante, gracias al trabajo de los actores y actrices, la atención —mi atención— no se perdió en tan vasto espacio y regresó a ellos. Su manejo de la energía, como equipo, mantuvo un equilibrio a lo largo de la puesta, y los altibajos desde el texto implícitos, que en otras manos pudieron resultar en tensiones descontroladas, aquí se convirtieron en una de serie de clímax; desbordándose y relajándose donde fue necesario.

De la cobertura previa también guardo otra declaración de Sarah Kane, en la que aseguró qu escribió esta obra como una forma de poner a prueba que tan buena poesía podía hacer al mismo tiempo que dramaturgia. Y si bien muchas frases y palabras resaltaron mi memoria no conserva ni una. Con lo que sí me quedo es con lo que Clan Filoté marcó como su objetivo. “Crave” me hizo sentir.

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Egresado de la licenciatura en Artes Plásticas con acentuación en Gestión Cultural por la Universidad Autónoma de Coahuila. Reportero y editor de la sección Artes Vanguardia.

Productor y locutor del programa de radio Camino a Casa de Radio Concierto 97.7 FM. Desarrolla desde 2020 el proyecto de archivo y divulgación histórica “Sobres las tablas: Historia del teatro en Saltillo”. Participó en el Coloquio de Periodismo Cultural 2.0 en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua en el 2019 y en el Diplomado de Periodismo de Soluciones impartido por la Fundación Gabo, así como en talleres, diplomados y seminarios sobre diferentes disciplinas artísticas a cargo de maestros como la crítica de teatro Luz Emilia Aguilar Zinser, el pianista y coach vocal Alejandro Reyes-Valdés y la dramaturga Verónica Bujeiro, entre otros. Premio de Periodismo Armando Fuentes Aguirre 2022 en la categoría Entrevista.

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