Galáctica: el avispero sordo de la noche
Libro que se erige genealogía, pero también en una extraña clasificación: arriesgado entrecruce de géneros, enésimo volumen de ¿poesía o de crónica? de Cynthia Rodríguez, Galáctica es uno de los textos más complejos a que he accedido últimamente
Así como Los Pasajes de París, aquel proyecto de Walter Benjamin, que según su editor era un edificio con dos intenciones constructivas muy diferentes: la primera, bajo la influencia surrealista; y la segunda, donde el mundo material de la Ciudad Luz era abordado filosóficamente, en una pugna entre las cosas concretas frente a los visiones y los sueños; pienso que Cynthia Rodríguez se propuso desde un principio un texto que podría -que exigiría- leerse en muchos niveles.
Es raro encontrar en la literatura del norte de México, y fuera del ámbito académico, una escritura tan genuinamente benjaminiana: porque en estas Crónicas del Barrio Rojo, especie de historiografía y reportaje sobre la Zona Roja de la ciudad de Nuevo Laredo, está en una primera capa de su complejo palimpsesto la investigación, el testimonio: “Te voy ayudar, sé de alguien que te va a contar todo”. Si antes Benjamin se propuso contar la génesis del capitalismo en esa arqueología del presente que fueron las vidrieras de una ciudad europea, la autora de este libro se torna reportera, va tras las pistas, detona el testimonio, destapa no el sueño, sino la pesadilla. Es aquí donde encuentro una equivalencia innegable con otro proyecto fundamental: aquella tetralogía del horror de Sergio González Rodríguez que empezó con Huesos en el desierto, continuó con El hombre sin cabeza, y cerró con Campo de guerra y Los 43 de Iguala. Porque ambos autores nunca narran desde la aséptica distancia, sino que se sumergen en el abismo: maceran los hallazgos colectivos con la circunstancia personal, bajo el conocido canon benjaminiano: la Historia con mayúsculas, para poder ser contada, entendida, es –debe ser– filtrada, depurada, por el tamiz de la más rabiosa subjetividad.
Pero Galáctica se impone todavía una estafeta más alta, donde el horror, como luz de neón en la noche, reluce mayormente: contrapone a la crónica de la brutalidad y el abismo la poesía.
Desde otros sufrimientos y otras noches y otras vidas: Hemmy Hennings, Cristina Peri Rossi o Anne Sexton, y además, desde una voz propia que condensa los ángulos muertos de la historia oficial. Las mujeres vejadas, encadenadas, secuestradas, perdidas o muertas, que se resumen en un clamor unánime:
“Ella abre la boca y muerde la sed. Grita como un durazno caído y roto entre las piedras”.
Tan lejos, tan cerca
En contraparte al contexto de cierta poesía contemporánea, donde sus preocupaciones temáticas se ocupan de los migrantes o las víctimas de la violencia, muchas veces desde una intención coyuntural o sesgada visión escrita desde el privilegio, Galáctica es un libro auténtico, por la potencia de lo que transpira y la sabiduría de lo que entrecruza: “Decía siento como si y llegaba el siguiente, y el siguiente, y el siguiente, Porque el siguiente siempre llegará.”
Poesía contrapuesta a la mentira oficial signada en los documentos, esos a los que el mismo Benjamin calificó un reverso de la barbarie. Como en Gomorra, de Roberto Saviano, donde los hombres –las mujeres– sin historia son la historia: “Venían a beberse el mar. Pero aquí el mar son unas piedras diminutas en el fondo del río, piedras arrastradas por el látigo de la corriente”.
Galáctica. Los testimonios del barrio rojo es un libro único, brutal. Indispensable. “Es un putero. Una mancebía. De ahí saliste, pequeña diosa de las agujas. Negra billetera, vacía. Labios quemados. Encendedor sin pulsador, sin válvula, sin piedra. Sueñas con los botones de un televisor entre la sopa del día. Sueñas que en tu espalda hay un cangrejo hipófago tragándose todos los caballos que pasan por la calle.”
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