Las andanzas de Mary Shelley
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Mary Shelley escribió “Frankenstein”, una de las obras clásicas de terror más importantes de la literatura occidental, a los 19 años. Su vida está a la altura de cualquier novela gótica, más trágica que amorosa. Siendo una adolescente se fugó con su amante, el poeta Percy Shelley. Llevaron a Claire, hermana de Mary. Juntos formaron un complejo triángulo amoroso y tuvieron, al principio, cierto aire de forajidos que huían de sí mismos. En una biografía (que reseñé anteriormente en otra columna), Esther Cross la describe como una especie de cementerio andante. Shelley perdió un hijo y luego a su amor, Percy. Cuando él falleció en un naufragio, Mary pidió que le sacaran el corazón y se lo dieran. Lo guardó junto con restos de cabello de su niño muerto. Fuera de este cuadro tétrico y, para mí, algo espeluznante, la escritora tuvo otras facetas: cuentista, pensadora, intelectual, viajera. De esta última, ella documentó sus visitas a varios países. Era ya una mujer madura y sabia, con algo o mucho de asimilación de su propia vida.
Las crónicas de viaje de Mary Shelley se pueden leer por primera vez en español en el libro “Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843)” publicado por Minerva Editorial con la traducción y selección de Alejandro González Ormerod. Los textos fueron escritos cuando la novelista acompañó a su hijo y sus amigos universitarios en un “Grand Tour”, según explica en el prólogo Tanya Huntington. El libro es un ejemplar curioso. Al principio pensé que la experiencia del viaje en el siglo XIX era completamente distinta a la de ahora. Pero conforme pasan las páginas, me parece que algunas cosas se conservan.
Mary Shelley sabía que la desigualdad define la aventura. En su siglo, la Revolución Industrial transformó la época. Los medios de transporte como el barco de vapor y la locomotora se perfeccionaron. El rimo comenzaba a ser otro, aunque aún no existía la figura del turista como lo conocemos. Los viajeros llegaban en pequeños grupos cada cierto tiempo y no en cantidades masivas todos los días, como sucede en la actualidad. Nuestro sistema económico ha convertido el viaje en una experiencia de consumo. Por eso la estancia de Shelley en Venecia es algo que nadie podría repetir hoy. “Leemos para acumular pensamientos y conocimientos, viajar es leer un libro escrito por la mano del Creador, imparte una sabiduría más sublime que las palabras impresas del hombre”, redactó.
En las crónicas, los detalles dan un color especial al relato. La autora describe desde el traje pintoresco del rey de Baviera hasta los rostros de los camareros en Alemania. En el libro comparte historias de héroes populares y personajes característicos de los sitios que examina. Es clara su admiración por aquellos que lucharon contra el poder y la opresión. Huntington dice que Shelley “opina sobre temas que eran vetados en Italia antes de que se independizara” y “es considerada una de las primeras instancias en que una mujer expresa opiniones radicales dentro de ese rubro”.
Mary Shelley no se salva de exagerar alguna que otra impresión en sus andanzas. Escribe frases como “es el lugar más sorprendente del mundo” y exclamaciones por el estilo. A la par de su extraordinaria sensibilidad y su agudeza política, a ella le sucede lo mismo que a todo mundo en los viajes: le roban el dinero; pierde el pasaporte; le disgusta la comida extranjera; le cuentan engañifas como la visita a la tumba de Julieta, la de los Capuleto. Shelley entreteje sus cartas con versos de los poetas ingleses y trata de recrear los paisajes que vieron Dante, Boccacio, Petrarca y Maquiavelo en Florencia. Entre los protagonistas de su travesía aparecen los típicos viajeros banales, los enfermos, las fiestas en hoteles y palacios. La oscuridad no se va. “Una mujer que vive una vida tan manchada por la tragedia como yo nunca puede recuperar ese tono mental optimista”, nos dice. Pero ese “terror” que la aflige no le impidió maravillarse y retratar, con sus palabras, lo bello que vio en el mundo.