Crónica de una noche en la antesala del infierno
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"O nos dicen dónde está la droga o los colgamos de un puente". Hace rato que el hombre de negro, cubierto de la cabeza con un casco y el rostro con una máscara, me está diciendo a mí y a mis amigos, mientras nos atiza el cuerpo con un bate.
Estoy todo dolorido y de los golpes ya perdí hasta la noción del tiempo, pero sé que son horas las que ya llevamos aquí, en ésta como bodega que tiene unos ganchos clavados en el techo.
De los ganchos, he visto entre las fibras de la tela de mi playera, con la que los policías del Grom me obligaron a taparme la cara, que hay varios muchachos colgados por las muñecas con algo que parecen esposas, sí, son esposas.
No sé por qué me trajeron aquí.
Estoy atado a esta silla, tan aturdido por los batazos, la chicharra en los güevos y la asfixia con la bolsa que, apenas recuerdo que un amigo, una muchacha y yo, estábamos jugando futbol en la plaza de la cuadra, cuando llegaron los de las camionetas negras, sin placas ni logotipos, y de la nada nos dijeron que sacáramos la droga y nos subieron: ¿Cuál droga?
Era la madrugada, hacía calor y como siempre que hace calor salimos a la plaza para espantar el insomnio hasta que las casas y las camas se enfrían.
Nos esposaron, taparon la cara con nuestras playeras, nos metieron con ellos en las cabinas de las trocas, íbamos acostados en el piso y ellos pateándonos con las botas en la nariz, en el pecho, en las piernas, donde cayera la bota.
O sacan la mercancía o los colgamos de un puente, repetían burlándose todo el camino y nosotros que no, que no sabíamos de lo que nos hablaban.
Después entramos en las camionetas en este como hotel, supe que era un hotel porque se transparentaba por la playera.
Hasta que nos metieron aquí y nos empezaron a pegar con los bates. A mí me pusieron la picana en medio de las piernas y me tiraban baldes de agua en la cara, cubierta con la playera, para que me asfixiara y sí, casi me ahogo.
O nos dicen dónde está la droga o los colgamos de un puente, y entre más negábamos, más se enojaban y nos pegaban.
A la muchacha la violaron entre varios y mi amigo y yo sin poder hacer nada, sin poder defenderla.
Ahora es como si hubiera vuelto de un desmayo, en realidad no sé si me desmayé, y lo primero que veo es al hombre de negro, todavía golpeándome.
No sé cómo he aguantado tantos golpes.
Amaneciendo, nos suben a las camionetas y nos tiran en las últimas calles de la Guerrero. Que denunciemos, que hagamos lo que queramos, al cabo ellos tienen fuero, dicen burlándose y se van.
Caminamos por la orilla de un bulevar: atontados, doloridos, con los ojos vidriosos, la ropa ensopada y yo pensado que ya no vuelvo a jugar futbol en las noches, aunque haga mucho calor.