Era una reforma de chocolate... o no
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La propuesta de reforma constitucional en materia electoral enviada por el presidente (con minúscula) al Congreso de la Unión es un mal chiste, contado por un individuo malísimo para contar chistes... pero nunca falta público para aplaudir malos chistes.
Múltiples voces han planteado, en los últimos días, un argumento con el cual uno podría coincidir en principio: se trata de un documento mediante el cual se exhibe la ignorancia sobre las reglas elementales de la democracia representativa y la forma en la cual ésta ha evolucionado en el mundo civilizado.
Personalmente encuentro un matiz relevante frente a tal argumento: se trata, más bien, de un planteamiento dirigido a un público ignorante al cual se le pueden vender planteamientos aparentemente sólidos, detrás de los cuales en realidad se esconden las peores pulsiones antidemocráticas.
Este hecho, me parece, está a la vista de todos. A partir de la presentación de la propuesta, el jueves de la semana pasada, los voceros de T4 se han dedicado a “explicar” las virtudes del planteamiento: un extraordinario “ahorro” de recursos públicos y la “democratización” de los órganos electorales.
La idea de “permitir al pueblo” elegir a los integrantes del Consejo General del “nuevo INE”, así como a los jueces responsables de sancionar las elecciones, no tiene pies ni cabeza. Es una idiotez por donde se le vea... pero podría prosperar.
Una cosa está clara: no se trata de una invitación al debate serio, ni a la discusión enterada de ideas, sino de un discurso orientado a concitar la solidaridad de los incondicionales quienes, por regla general, son individuos absolutamente ignorantes respecto de las reglas democráticas.
Para los acólitos del obradorato las palabras no significan aquello asentado en los diccionarios escritos por filólogos expertos, ni los conceptos se entienden a partir de las construcciones realizadas mediante la deliberación documentada. El lenguaje se inventa –ni siquiera se reinventa– a capricho del sumo pontífice de su religión y lo dicho por él se repite como credo divino.
Pero esto, también es necesario decirlo, no es nada nuevo: la forma en la cual mister “yo siempre tengo otros datos” plantea moldear el sistema electoral mexicano es más o menos la misma receta postulada por sus antecesores, independientemente de las siglas bajo las cuales se cobijen. Sean de “izquierda” o de “derecha” han coincidido en ideas.
Porque la plutocracia partidista mexicana sufre exactamente de las mismas tentaciones y sueña exactamente con los mismos destinos: eternizarse en el poder y ser alabados por una comunidad para cuyos integrantes no exista duda respecto del origen divino de sus políticos.
En el fondo, digámoslo con toda claridad, a las dirigencias de todos los partidos les encanta la idea de concretar de una vez el proceso de centralización absoluta de las decisiones y crear autoridades únicas en todos los ámbitos. Si las circunstancias fueran un poco distintas, todos se abalanzarían sobre la propuesta de desaparecer a los órganos electorales –administrativos y jurisdiccionales– de los estados.
Pero por esta ocasión, según parece, podrá salvarnos de la más reciente pulsión presidencial un hecho puntual: a la oposición –PAN, PRI, PRD, MC– no le resulta adecuado el timing de Palacio Nacional y, además, no les han ofrecido a cambio de sus votos nada realmente apetitoso.
Pero eso podría cambiar de aquí al siguiente período de sesiones del Congreso de la Unión y los vientos cambiar de dirección. Por ello, no cantemos victoria antes de tiempo, pues el mal chiste, del tipo sin gracia en el escenario, aún podría convertirse en la pesadilla de los siguientes lustros.
¡Feliz fin de semana!
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx