Creo que allí murió. Por una aberración de su estado morboso llegó a no tomar como alimento sino pepitas de calabaza de esas que venden en las esquinas de los arrabales
Para diseminar su semilla este árbol se vale de un medio singular: cuando su fruto madura se rompe con un estallido tan violento que lanza las semillas lejos
Madrid es una ciudad provinciana. Todas las del mundo lo son, menos París. Y los domingos en la tarde también París. Los madrileños son provincianos hasta sin darse cuenta
La vez que digo hice lo que hago siempre: al levantar el vuelo el avión me santigüé. Volvió la vista hacia mí el moderno sacerdote y me miró como diciendo: ‘¿Y este loco?’
La pequeña obra de Strauss es descriptiva. En ella las percusiones desempeñan un papel muy importante. Suena una fusta que restalla como las lenguas de las cotilleras
Todo en Saltillo le gusta al general García. A los niños los mira rubicundos; le encantan “las mujeres con ‘chapas’ al natural en sus mejillas”. Visita el Palacio de Gobierno, “pleno de historiales”
Ya las campanas no hablan como antes. Ya no creemos que sirven para alejar la amenaza de los rayos y para conjurar a los demonios. Ya no se escucha el Ángelus, ni se detiene la gente para persignarse
Me he propuesto hallar palabras que usaban los clásicos castellanos y que usamos nosotros todavía. En Cervantes y Tirso, en Alarcón y Góngora, en Quevedo y Lope he encontrado vocablos que tienen medio milenio y más de edad
Por su propia naturaleza la lengua está en continuo cambio, de modo que tratar de fijarla es vano empeño. Y su esplendor no puede derivar de los académicos, sino de los escritores que la prestigian
Mi abuela materna, doña Liberata, vivió en la calle de Arteaga, casi frente a la placita que dicen de Castelar. Ahí en esa vieja casa que mi tía Adela, su hija, describía diciendo: ‘Son solamente tres adobes meados’
Sin ánimo de contradecir a nadie −y menos a Alighieri− pienso que las acciones humanas tienen su raíz en la vanidad. ¡Cuántas cosas hacemos porque nos están viendo!
Todos los tesoros de la panadería volcaban su cornucopia en las mesas saltilleras de limpidísimo mantel bordado, humeante jarro en el que se batía el chocolate de metate, con sabores de canela y vainilla