Ain’t No Mountain High Enough!: El saltillense que conquistó el Broad Peak y va por el Aconcagua
Para Sebastián Arizpe, el tesoro no se encuentra en la cumbre como tal, sino en la experiencia del ascenso: entre el frío, la soledad y el silencio... ahí se encuentra a sí mismo. Sus pasos lo llevan cada vez más alto. ¿Por qué alguien busca escalar a sabiendas de los peligros?
Escalar es aventarte una bailadita con la muerte. Lo dice Sebastián Arizpe Navarro, (Tan, de cariño), quien a sus 27 años, sonríe con una mueca que deja ver desafío y respeto, mueve el cuerpo con ritmo, con los brazos enfrente de él, como si abrazara de verdad al ente que da fin a la vida.
“Yo lo haría hoy, mañana y pasado. Pero sí creo que estar conscientes es algo bien importante, porque tal vez mucha gente no lo está. Sí es un riesgo. Y un error mínimo allá arriba te cuesta, te pasa la factura cara”, platica.
Escalar es una meditación sacra, mística, rara. Una meditación que lo conecta consigo, traslada su mente a un lugar lleno de paz, donde todo fluye, y le aleja del estrés de su trabajo. Y es que Tan es abogado en Ciudad de México. Le gusta estar solo, depender de sí mismo, caminar entre la nieve sin oír ni una voz durante horas. El vértigo y la adrenalina se convierten en un disfrute.
“Para poder lograrla (la cumbre), hay que concentrarse mucho en ti, en tu respiración y en cada paso, poner uno enfrente del otro. No hay nada en qué preocuparse más que en eso”, explica.
Y un aspecto por demás interesante es que para Sebastián, además de las elevaciones geográficas, hay una montaña que dista de lo habitual, una montaña simbólica, una que siempre ha estado ahí: su papá, Alejandro Arizpe. Fue él quien le compartió su amor a la naturaleza. Exploraron juntos, padre e hijo, el Cañón de San Lorenzo, Lomas de Lourdes y la Sierra de Arteaga. Pero hace ocho años, esta actividad recreativa se transformó en un deporte.
La Malinche, quinta cima más alta de México, es su punto de partida hacia el desafío de la alta montaña, actividades o retos que involucran ascender, explorar o enfrentar desafíos físicos en entornos a gran altitud. Por eso necesita saber cómo se desenvuelve su cuerpo. “Es un miedo latente”, al que algunas personas no logran aclimatarse debido a cuestiones específicas de sus organismos. De ahí que un guía certificado le asesora con el equipo, le brinda indicaciones previas y se cerciora de su capacidad física. A partir de allí, el progreso va por su cuenta.
Y mientras una meta se va cumpliendo, el afán de no sentir sus manos vacías, piensa: “¿cuál sigue?” Es como un juego de mesa. Todavía no termina una partida, y ya está acomodando las piezas, la estrategia, la jugada clave para la siguiente ronda.
No está seguro si esto le pasa a todos los alpinistas, pero en él es inevitable: cada montaña parece la última. Sin embargo, cuando baja, se da cuenta de que no es así, que siempre se puede avanzar más, subir más alto, que aún hay otras cumbres en el horizonte.
Le pasó con el estratovolcán El Chimborazo en Ecuador –su primer 6 mil metros–. Le pasó después con La Huayna Potosí en Bolivia. Con El Denali en Alaska, Estados Unidos. Ese último le exigió un entrenamiento especial de alimentación y ejercicio, como caminar con peso en la espalda o simular el carro trineo que usarían allá.
Después se enfrentó su primer ochomil (en referencia a la altura): una expedición de 46 días al Broad Peak, la doceava cumbre más alta del mundo, ubicada en la cordillera del Karakórum, dentro del sistema de los Himalayas, en el norte de Pakistán en su frontera con China.
Al compartir los planes de sus próximos viajes, no recibe comentarios negativos, pero sí de incredulidad y falta de aliento. Como al niño que cuando dice ‘quiero ser presidente’, nadie le cree. El mayor apoyo irradia de su padre, el único capaz de comprender sus motivos: el corazón montañista de Alejandro conoce los riesgos y las satisfacciones de la experiencia; desde allí le impulsa. Pero su familia, en cambio, no comparte ni entiende sus decisiones.
¿Cómo podrían, si no han sentido el cansancio del ascenso transformarse en satisfacción cuando llegan a la cima?, ¿cómo podrían, si no han sentido la verdadera calma en la tempestad al volver hacia el campamento base?, ¿cómo podrían si no bailan con la muerte, pegadita al cuerpo, en cada escalada?
Y encima de todo, lo más importante, dice Tan, no es la escalada tal cual, pero sí continuar escalando con sus amigos, como le gusta. Sí regresar bien abajo, al mundo no tan mágico, pero aun así mundo, y disfrutar la experiencia. Sí el ritual de esperar la siguiente subida.
El mundo es de la juventud. Sebastián en verdad lo cree. Que la edad, lejos de ser una limitante, es una oportunidad de resolver los problemas heredados de generaciones pasadas, de aventurarse en el camino hacia sus sueños, de cambiar a la sociedad para bien. Y en esto último, es donde Tan considera que hay un impacto importante.
En Saltillo, viven jóvenes con un alto nivel deportivo. Jóvenes que para dejar huella en el mundo no necesitan ser mayores, ni viajar a la capital del país, ni tampoco explorar la viralidad de las redes. Los Himalayas, por ejemplo, no se suben con base en número de likes, pero sí con base en disciplina y entrenamiento. Representan un reto, sí, pero no algo imposible. Y lo cierto es que para llegar ahí, se comienza desde abajo, desde lo cercano, de casa.
“Hay muchos chavos en el Cañón y en diferentes paredes que le dan súper duro, escalan mil veces mejor que yo. Tienen capacidad y técnica. Por remota que parezca la idea, al ser un escalador del Cañón de San Lorenzo, jamás se les va a pasar por la cabeza que podrían estar ahí –en los Himalayas– y yo creo que sí pueden”.
Ya se mencionó que Sebastián tiene 27 años, y que hace ocho esta actividad se convirtió en deporte pa él, pero no que empezó tarde en su meta actual que es terminar el reto de los 14 ochomiles. Si hubiera arrancado cuando apenas iniciaba la segunda década de su vida, tal vez ya iría terminando. Pero arrancó esta etapa recién en 2023. Por eso, aconseja a los jóvenes empezar rápido en los deportes, mientras la juventud dure, y no hacerle caso a las dudas, al miedo, al qué dirán.
“Que la banda crea que sí [se puede]. Es algo lejos, pero el ser de Saltillo y el estar ahí no es una limitante. Obviamente, es un obstáculo, pero no es una limitante”.
En enero de 2024, Tan y sus amigos Luis Manuel Saracho y Max Álvarez van al Aconcagua, en Argentina, la mayor cumbre de América. Un desafío emblemático. Desde el 1 de noviembre se preparan en el Pico de Orizaba con entrenamiento físico y mental.
También planea volver a los Himalayas. Su opción realista es el Kanchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo, ubicada entre India, Nepal y Bután. Y aunque ya está en la mira, para alguien que vive el ahora, esto podría ocurrir el siguiente año, o el que sigue. Quién sabe. Pero de que lo va a subir, lo va a subir.
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