Con su emprendimiento, Alberto construye un puente entre la naturaleza y la ciudad: ofrece huevos orgánicos de gallinas de libre pastoreo mientras recupera la flora y fauna local en los terrenos de Granja El Carmen
- 17 diciembre 2023
La primera vez que Alberto de la Peña Vargas ve a una gallina poner un huevo, sabe que creará algo grande: Granja El Carmen, una entidad donde sus aves, el suelo, la flora y la fauna coexisten como un organismo vivo y complejo.
A sus 24 años, vende huevos orgánicos de gallinas de libre pastoreo; llegó a tener entre 1,200 y 1,500 aves, con una producción de 250 tapas a la semana. A la par, invierte en la reforestación de especies nativas en las tierras de su rancho, con el propósito de recuperar la biodiversidad de la zona.
Incursiona en 2017: compra 10 gallinas y las lleva a un terreno de su familia, pasando la presa Palo Blanco, rumbo a la carretera a Monclova. Tiene 17 años. Al aprender sobre biología y comportamiento de estos animales, comprende que cuidarlos no es una tarea sencilla, como hacen creer las películas y las revistas.
En ese primer intento, casi todas las aves mueren por depredadores, como coyotes, tlacuaches y onzas; pero él no se desanima. Adquiere otras 20 y se concentra en estudiar su alimentación. Así, descubre que puede incluir en su dieta hierbas aromáticas como la lavanda, el romero, la hierbabuena, la albahaca y la menta, una práctica poco común en la industria.
Al añadirlas, percibe una mejora en la calidad y el sabor del huevo. Sus clientes lo resaltan: al probarlos, “les recordaban a su casa, a su abuelito, a cuando estaban en el rancho, y es muy gratificante que te digan que sí hay un cambio”, cuenta.
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Las gallinas también comen maíz, sorgo, alfalfa, semillas de girasol y un suplemento especial con el calcio, los aminoácidos y los carbohidratos necesarios para garantizar una nutrición completa, mientras pasan el día en el campo. Eso es el libre pastoreo: solo se refugian en la noche y ponen sus huevos donde se encuentren en ese momento. Alberto se encarga de buscarlos a lo largo de las dos hectáreas destinadas a esta práctica.
“Muchas empresas, no digo que todas, pero algunas sí, se aprovechan del término y las tienen en lugares muy pequeños con pura tierra; el libre pastoreo es realmente tenerlas en el campo”, enfatiza.
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POR AMOR A LOS ANIMALES
La mayoría de las ganancias de Granja El Carmen las invierte en su proyecto de reforestación; en colaboración con biólogos independientes, busca proveedores de semillas, para así rescatar la biodiversidad de estos territorios. Al día de hoy, lleva más de 200 árboles plantados y animales como correcaminos, coyotes e incluso cotorras serranas han regresado.
“Si este es un rancho, no veo por qué no puede ser un refugio de biodiversidad y, asimismo, tener productividad, para beneficiar a ambos bandos: a la naturaleza y a los seres humanos”, señala.
Ha visto cómo empresas incumplen sus compromisos con el medio ambiente, rompen sus acuerdos y disminuyen los fondos destinados a esta causa, mientras las malas prácticas cambian y matan, poco a poco, los ecosistemas.
“A mí me duele mucho ver eso, porque desde pequeño tengo esa fijación con la naturaleza. Me encanta. Por eso dije: ‘no voy a ser igual a ellos’. Yo genuinamente quiero hacer un cambio y que las cosas se hagan bien, no a medias o nada más por compromiso, que de verdad nazcan”.
TRABAJANDO EN SUS SUEÑOS
En redes sociales, comparte sus conocimientos con personas interesadas en temas ecológicos, especialmente con dueños de terrenos que desean aprender a cuidarlos y ser sustentables o gente de ciudad en proceso de construir un huerto en casa.
Sueña con crear un mundo más ecológico, cuya sociedad valore la calidad de los alimentos producidos con prácticas que respetan a los animales; y que Saltillo se convierta en una de las ciudades más verdes no solo de México, sino del mundo, con parques que conecten la urbe con los ecosistemas y las especies nativas, mientras se inculca la sustentabilidad y el consumo responsable.
El contacto con la naturaleza es clave, y hasta obligatorio, para esta transformación. Por ello, construirá un rancho de lavandas, un lugar de retiro donde las personas disfruten del ambiente y la experiencia del campo.
Ser joven no te hace menos: tienes ideas frescas y ganas de trabajar, sin temor a invertir, conocer y explorar. Alberto está convencido de ello, a pesar de los cuestionamientos que vivió. ¿Por qué, si aún no sabe qué hacer con su vida, arranca un negocio?, ¿o, en todo caso, por qué no estudia una carrera relacionada con la agronomía?, en lugar de entrar a Arquitectura en el Centro de Estudios Superiores de Diseño de Monterrey (CEDIM). Ese tipo de comentarios no le desalientan, “lo único que hacen es demostrar que sí se pudo hacer algo”, asegura.
Y si lo está logrando, es gracias al apoyo de sus seres queridos: su abuelita le prestó el rancho, su novia le ha acompañado de cerca en todo el proceso y su familia le impulsó a experimentar. Si no tenía auto, le prestaban uno; en invierno, cuando dejaron de poner las gallinas, le dieron dinero para alimentarlas.
“Si encuentras algo que te gusta hacer todos los días y que lo harías sin que te paguen, probablemente ese sea tu trabajo soñado”, afirma. Si encuentras la manera de volverlo redituable, “nunca vas a trabajar un día”.
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