Innovación y empatía: la historia de CAPTA, pioneras en la Ingeniería Biomédica en Saltillo
Descubre cómo tres ingenieras biomédicas de Saltillo, Gaby, Miriam y Karina, innovan con órtesis personalizadas, mejorando vidas de las personas con discapacidad con su startup CAPTA
Las tres consideraron en algún momento -y por separado- convertirse en doctoras. Pero una descubrió que era “demasiado aprensiva” como para tolerar el estilo de vida que impone esa disciplina; la otra pidió consejos a médicos y estos le explicaron que serlo implica una suerte de esclavitud, y la última, se vio obligada a reconocer que es “incapaz de ver a la gente sufrir”... y cuando se pensaba doctora, se veía siendo cirujana pediatra.
Así que renunciaron a esa posibilidad. Y como ninguna de ellas tuvo nunca problemas con las matemáticas y querían estudiar una carrera relacionada con la medicina, se decidieron por la Ingeniería Biomédica ofrecida por la Universidad de Monterrey.
Las tres son de Saltillo, pero se conocieron cuando ya eran alumnas de la UDEM y se identificaron e hicieron amigas por una razón similar a la que les condujo originalmente a renunciar a la medicina: coincidieron en el rechazo a la actitud que, afirman, identificaba al resto de sus compañeros de clase: eran competitivos al grado de la obsesión.
Las tres dicen compartir la idea de esforzarse en ser buenas estudiantes, obtener buenas calificaciones y concretar una trayectoria académica meritoria. Pero es que a los demás se les olvidaba “la parte humanitaria, el compromiso social”, el resto de los ingredientes que te convierten en persona.
Ese es el otro elemento que las acercó y las llevó a coincidir en propósitos. Ellas buscan, en primer lugar, impactar positivamente la existencia de las personas objeto de su trabajo. También quieren tener éxito económico, pero saben que éste llegará por añadidura.
Gaby Moreno Lacalle (25), Miriam Echeverría López (26) y Karina Villarreal Valdés (24) han concluido ya sus estudios universitarios y hoy persiguen el sueño que comparten: contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas que no pueden ejecutar tareas ordinarias como vestirse solos, cepillarse los dientes, atarse los zapatos o estudiar, porque sufren una discapacidad.
La Ingeniería Biomédica, “se encuentra a medio camino entre las Ingenierías en Telecomunicación/Ingeniería electrónica e Ingeniería Informática y las Ciencias de la Vida (Medicina, Farmacia, Biología, Biotecnología)”, explica el sitio ingenieriabiomedica.org.
Gaby, Miriam y Karina lo explican de una manera menos académica, pero más comprensible: lo que ellas hacen es diseñar e imprimir -sí, imprimir- dispositivos y artículos que permiten a las personas con discapacidad mejorar sus capacidades motrices o superar una deficiencia física.
El término técnico para estos dispositivos es “órtesis” y, a diferencia de las “prótesis”, no se trata de sustituir una ausencia, sino de apoyar las funciones corporales para que la mano, por ejemplo, pueda realizar su función de forma adecuada.
¿Y por qué las “imprimen”? Porque ellas decidieron dedicarse al diseño y fabricación de órtesis personalizadas, es decir, que están hechas exactamente a la medida de las necesidades de cada persona. Y allí es donde cobra sentido la definición de la carrera: se combinan conocimientos en medicina e informática para diseñar los dispositivos y traerlos al mundo real mediante una impresora 3D.
EL PROYECTO: CAPTA
Como es la constante para ellas, la idea de emprender surgió por descarte, es decir, identificando primero las ideas de lo que no querían hacer como profesionistas. Reunidas en un café, cuando Gaby y Miriam ya se habían graduado, y Karina estaba a punto de hacerlo, compartieron los detalles de sus respectivas “crisis post graduación” y descubrieron que las opciones “tradicionales” no eran para ellas.
No les interesaba dedicarse a la venta de productos médicos, ni emplearse como técnicas en un hospital ni, en definitiva, incorporarse a una empresa. Ninguna de esas ocupaciones ofrecía la recompensa que buscaban: causar un impacto en la vida de las personas.
Entonces Gaby tomó la iniciativa: les propuso montar su propio negocio... y allí comenzó el descubrimiento de todo lo que no habían aprendido en la escuela: si querían tener clientes había que hacerlo de manera formal y para eso era necesario constituirse legalmente.
Así nació el Centro de Atención Personalizado en Tecnologías de Asistencia (CAPTA), la empresa cuya acta constitutiva firmaron en febrero de este año y en la cual invirtieron, de forma inicial, 30 mil pesos: lo justo para cubrir los honorarios de la abogada que las asesoró y adquirir su primera impresora.
Pero también arrancó la aventura que les llevó a convertirse en contadoras, vendedoras, relacionistas públicas y mercadólogas, porque todas esas disciplinas debieron incorporar a su formación para construir el proyecto.
Apenas en septiembre pasado cerraron, ¡por fin!, su primera venta. El fragor y los sinsabores de los primeros siete meses les ha fortalecido la convicción y ahora, están seguras, han encontrado la ruta.
Ríen a la menor provocación, pero ven el futuro con total seriedad. Cuando les pregunto dónde las encontraré en 10 años, responden sin vacilar: serán propietarias de una multinacional, con presencia en dos continentes, y cada una vivirá en un país distinto haciendo lo que les mueve.
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