De naturaleza competitiva, Miriam es ejemplo de que el trabajo duro es el verdadero rostro del talento. Y de que hoy las niñas pueden lograrlo todo. Que el miedo sí existe, pero se vence con determinación, coraje y furia
- 17 diciembre 2023
Sin sacrificio, no hay victoria. Así lo afirma Miriam Nataly Olvera González con una sonrisa desafiante, pensando en la lección más importante que el deporte le ha enseñado. Lo dice porque, de sus 25 años, ha pasado 15 compitiendo en eventos formales. Lo dice gracias a las más de 60 medallas que ha ganado, con más de 40 en la lucha. Esta es su filosofía de vida porque, como ella admite, es una persona muy competitiva en todos los aspectos de su vida. Siempre da lo mejor de sí y está decidida a ganar. Ese es su camino.
Era de esperar que uno de sus primeros recuerdos estuviera relacionado con una competencia, aunque fuera una informal de barrio. Este es su trasfondo.
En esa memoria, que no tiene una fecha exacta, Miriam es una niña en la colonia 26 de marzo, en Saltillo, donde nace el viento austro y se sabe que la gente es valiente. En ese momento, faltaban más de 10 años para la construcción del emblemático Biblioparque Sur. Sin embargo, en esas calles, había algo que le daba identidad y color: la competencia anual de bicicletas organizada por la dueña anónima de un puesto de pollos asados.
Como era costumbre, además del trofeo, el ganador recibía un pedazo de comida recién asada. Como era de esperar, Miriam ganó esa carrera. Y la siguiente. Y todas las ediciones en las que participó.
Desde entonces, se veía en ella la garra, la tenacidad y las ganas de ganar. Ese triunfo en la infancia fue un presagio tenue de que, mucho después, en 2018, ganaría la medalla de oro en lucha en los Juegos Panamericanos Juveniles en Fortaleza, Brasil. La misma risa que experimentó en su niñez al ganar una carrera de bicicletas la sentiría años más tarde en el punto más alto del podio, con los brazos alzados y la medalla de oro en el cuello, representando a lo mejor de México frente a todo el continente.
¿Cómo llegó a este punto? Irónicamente, en el caso de Miriam, fue casi un accidente. La disciplina es suya, es cierto, pero todo comenzó en su adolescencia.
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En esos años, ella y su hermano estaban “muy gorditos”. Su madre les pidió que se inscribieran en alguna disciplina. Entonces, ambos fueron al Estadio Olímpico. Siguiendo la corriente predominante, Miriam consideró que el atletismo era “más para mujeres” y fue a preguntar por el equipo. Aunque recibió un trato amable, la respuesta fue negativa. En ese momento, no estaban reclutando porque las pruebas regionales ya estaban cerca. Si realmente le interesaba, debía esperar y volver más tarde.
Para evitar regresar a casa con las manos vacías y elegir un lugar lejano para pasar el tiempo, preguntó en el equipo de lucha, igual que su hermano. Allí le dijeron que sí, que era bienvenida en ese pequeño cuarto con algunas colchonetas tiradas en el suelo. Aunque no le advirtieron que era inusual en Coahuila y que era “evidentemente” la única mujer, y que sus compañeros hombres eran mayores.
Sin excepciones ni tratos preferenciales, los entrenamientos eran iguales para todos. Se esforzaban al máximo y se entregaban por completo. Esa dureza, a sus 12 años, la conquistó.
Lo que en un mundo convencional y heteronormativo podría considerarse una absurda desventaja, que una niña se enfrentara a varones más grandes que ella, le proporcionó a Miriam las habilidades para vencer. Desarrolló versatilidad para luchar, velocidad y técnica para contrarrestar a los más ágiles, y fuerza y resistencia para resistir los embates de los más fuertes.
Era el año 2010, y en ese momento, las reglas dictaban que las niñas no podían competir hasta los 14 años. Por lo tanto, su mamá tuvo que firmar un permiso especial para que Miriam pudiera hacerlo antes. Un año y medio después, con una base de entrenamiento sólida, participó en su primera competencia regional.
En comparación con estados como San Luis y Nuevo León (una chica neoleonesa ganó esa competencia regional), Coahuila tenía muchos desafíos por delante. Esto incluía la falta de infraestructura para entrenar, la inversión en equipo y la visión de consolidar un equipo a largo plazo.
Como si alguien hubiera escuchado sus desafíos, un nuevo entrenador cubano, Noel Gutiérrez, se unió al equipo. A través del entrenamiento, la técnica y la disciplina, logró equilibrar la balanza.
Los puntos obtenidos en la competencia anterior fueron suficientes para que Miriam participara en la Olimpiada Nacional en Mérida, Yucatán, también en 2011. Este fue su primer viaje sin su familia, la primera vez que se subió a un avión y la primera vez que ganó una medalla, un bronce.
Los entrenamientos, las competencias y las medallas continuaron durante cinco años. En 2016, Miriam le dijo a su mamá: “Ya no quiero entrenar”. A pesar de su fuerte oposición, su madre aceptó con una advertencia: “Te doy siete meses”. Con facilidad, la joven dejó los entrenamientos y comenzó a trabajar en un puesto de artesanías en un centro comercial. La consecuencia de la falta de entrenamiento y el exceso de comida chatarra la llevó a aumentar 10 kilos de peso.
Como dicen, “el que avisa no engaña”. Entonces, siete meses después, su entrenador se presentó con determinación para llevarla de vuelta a los entrenamientos. Volver a competir no solo significó recuperar el peso adecuado, sino también enfrentar a competidores fuertes, como Alejandra Popoca de la UNAM, quien la puso en aprietos como nunca antes durante una Olimpiada Nacional.
Esta rivalidad fue crucial para que Miriam se reincorporara y recuperara el ritmo. Después de ese encuentro, se enfrentaron nuevamente en una revancha. Popoca era la favorita, con el apoyo de los espectadores que la consideraban la contendiente local. Sin embargo, la técnica limpia resultó ser más efectiva en medio de golpes y agarres, y llevó a la victoria de Miriam en una sala que quedó en silencio antes de estallar en aplausos.
Luego vinieron los éxitos en Fortaleza y los años siguientes. Durante ese tiempo, Miriam completó su carrera en Administración de Empresas, que pudo costear en parte gracias a los descuentos otorgados por la Universidad Autónoma de Coahuila debido a su desempeño deportivo.
En 2022, las reglas cambiaron, ya que se emitió una regla que limita la competencia en lucha universitaria hasta los 24 años. Justo en ese momento, Miriam cumplía esa edad. Así que ahora divide su tiempo entre su trabajo en Arca Continental y ser árbitra en algunas competencias, aunque esta última labor no la apasiona tanto, ya que se aleja de la exigencia física que adora y la obliga a tomar decisiones rápidas sobre movimientos que ocurren en fracciones de segundo.
Lo que realmente le da esperanza, y en lo que Miriam invierte toda su energía, es en ser entrenadora. Durante los últimos tres años, se ha esforzado por inspirar a las nuevas generaciones, demostrándoles que pueden lograr sus sueños, romper estereotipos y triunfar tanto dentro como fuera de México. Su mensaje es claro: “Quiero que vean que con disciplina se puede lograr todo, y que sin sacrificio no hay victoria”. Está orgullosa de ser un ejemplo para las niñas y les muestra que el camino está abierto para ellas.
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